Sólo quien
se inmola como una ola recibe
nombre de
musgo hirsuto de las noches
enceradas de
satén.
Percibe
contingente, quien abdica del aroma,
su despecho
irreal en un eclipse rupestre de góndola
inmarcesible.
¡Existe,
insólito desafío!
Y así,
repentinamente surge
de los
claveles egregios de abril su rejuvenecer que dormita
a tientas
porque sabe de qué emergerá
hasta el
pináculo de pensamiento hondo de lo que fue.
Y el
espíritu edénico que lo mueve hacia delante, desde ese instante,
puede, en la
diversidad del olfato que lo hace primavera rosa,
oír el canto
de la brisa elocuente brotada
desde las
sombras campestres
y observar
el océano funámbulo insondable.
Ivette Mendoza Fajardo
nombre de musgo hirsuto de las noches
enceradas de satén.
Percibe contingente, quien abdica del aroma,
su despecho irreal en un eclipse rupestre de góndola
inmarcesible.
¡Existe, insólito desafío!
Y así, repentinamente surge
de los claveles egregios de abril su rejuvenecer que dormita
a tientas porque sabe de qué emergerá
hasta el pináculo de pensamiento hondo de lo que fue.
Y el espíritu edénico que lo mueve hacia delante, desde ese instante,
puede, en la diversidad del olfato que lo hace primavera rosa,
oír el canto de la brisa elocuente brotada
desde las sombras campestres
y observar el océano funámbulo insondable.