Melodías de Albaricoque y Acero
Albaricoques defensivos, emergidos de mi diligente charca
emotiva digital,
con sus dientes de leche, atrapados en la enredadera
azucarada de mi sangre,
devoran con fervor la magnífica oscuridad.
Mientras cada atardecer enajenado se eleva para descifrar
un renacimiento extraviado, todo sucede cerca de mis
soledades.
Hoy, olfatean tus temores más primitivos, cuando en mi
interior,
excavan en las profundidades mentales un romance cuajado en
hielo;
lisonjero, así desnudo, también allí se derrite el acero de
tu amor.
Arañan los suaves contornos de tus desvelos fallidos, y en la galería
de tus pupilas se resguardan tus más ostentosas pulsiones
ocultas.
Sin comprender, tras los calabozos de tu yo pasado,
observan asombrados las gorras de la emoción en el tejido de
tu ser,
que, henchido de existencia, sangra rutinas y recuerdos.
Albaricoques anidan en las blandas ranuras de las campanas,
que engullen esos frutos sumidos en sus melodías ding dong;
y en tu memoria montañera, otras lunas, con bocas de
pellizcos, no toleran tanta
constante clarividencia. ¡Ay, albaricoques! Así son los
sueños en la diablura copetuda
de tus tallos demenciales: criaturas taciturnas con sonrisas
de cataratas en
el feroz infierno de esta selva cotidiana, nuestra amnesia,
que al crepúsculo
encariñado se aferra a la ciencia recurrente, alimentando el
amor titánico
de nuestras conciencias.
Ivette Mendoza Fajardo