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viernes, 4 de octubre de 2024

Cicuta y Ternura en los Puentes de Sócrates

 

Milagro formulado a trenzar aves de felicidad madrugadora en
manos ovadas de cerbatana hechiza, de inocencia fusiforme.
Despiadado astro que ha burlado la noche trompetera,
como una cubeta musculosa de cuclillas sátiras,
de lúdicos episodios amarrados de un sol perverso a otro.
¡Oh, milagros del punto exacto, palmeras de Pericles en su
documento claro de ilusión desgastada de conocimiento
esculpidos de proverbios del milenio!
Extracto de cicuta en ceguedad de ambrosía tercas,
campechano de alforjas requiere atención oscura
de vicios de la temprana carne del mañana,
ante un papalote de dagas lamentosas.
Remedio en el flujo de ruidos talentosos; párvulo se inflama,
dirigiéndome la palabra que me habita en el derrame
de oro moroso por el viento, que imparte cátedras
de ternura para un nombre alelí.
Tabacos de jabón en su lozanía pródiga,
de un estado líquido de inclemencia,
desalojado de su cresta sonrosada hasta su última invención.
Riegos colectivos de una decisión rotunda de apegos,
donde el pecho de celosía atragantaba mi mirada
como una pertenencia de bajo lujo, de índole sinfónica
bajo el medio círculo acróbata.
Giros carnosos de anacrónicos corderos tijeretean puertas
en cataratas inflamadas de lunas, con murallas religiosas,
para la dicha de un sueño de antiguos dolores enemigos,
en los puentes de blandas formas de Sócrates y sus aflicciones.
El Mandril en la Pregunta Descalza
 
Triángulos en picadura de alta voces recrean en la marea
bendita de la amistad moribunda. Llora el vientre atalajado
de serpientes en la columna mortífera del cielo picador
de estímulos silvestres. La depresión de sus cenizas derrota
laudablemente la manivela del fauno enrevesado, que llora
su comida derramada en los juegos de ruletas rotas.
El mandril, cansado, lucha por su mástil en la soledad de la
pregunta, andando con sus pies descalzos, prehistóricamente,
en el gabán hecho de prefijos; un bullicio atroz lo rodea.
Fracaso cíclico de los bisontes, con lagunas perplejas combinadas
en la gorra flotante del rocío radioactivo, perplejo en el campo del
choque pensativo e irrelevante, entre sus virginidades falaces
y la dimensión de la alegoría vegetal del mechón clásico, con sus
pies clavados en las mejillas secundarias de su cansado dolor.
Inquilinato grabado en la revista anochecida del linchamiento
etéreo despliega alas de cobalto, atolondrado de buscar alegría eterna,
en el papelorio extravagante de carcajadas voladoras; moderadamente,
hablaba con mechas cuentistas de valor canela.
Mientras, un espárrago en la espátula de la tristeza reúne gaita
de juntura melancólica para defender etileno con cinturón
estudiantil. Aristóteles, pulcramente, modera lomillo entonado
para hacer acertijos de nervios precolados, deductivamente.
Lenguas femorales de la silla, femeninamente inquieta, que
retrocede, enmarcando la plenitud del esófago esotérico,
como un hijo marsupial colgado al hastío.

Ivette Mendoza Fajardo