El Beso Frío de Occidente
Destellos
de nostalgia decepcionados y destituidos por
la gema de
la adolescencia
sobre sus
malgastadas vidas; un verde reloj fantasmagórico,
copado de
ruinas, en la escritura de sílabas sombrías.
En su texto
desolado, las penas sienten el milímetro
acuoso del
nitrógeno ausente, soltando la huella cansada
en el
recreo de la mente. Afrodita, con sus manos turbadoras y tristes,
toca la
sombra débil que nunca envejece en el cuartel
de la
memoria, recordando los amores perdidos.
¡El beso
frío de occidente acaricia los trenes
de un alma
viva que, de cabeza, se hunde en los mares hospitalarios,
llevando
como equipaje las noches dentro del agua adormecida!
Las briznas del vecino, cargadas de una sangre espesa con consignas,
son las
mezclas estranguladas de la angustia impasible
y problemas
maritales que ya no se resuelven.
Hace un
frío imberbe que duele y pisa mis talones claroscuros,
de
frondosidad marañosa, en las penumbras fecundas de pretextos.
¡Oh, rayo
capitalista, que pesa sobre los sueños estrafalarios con desidia,
con
catecismo amargo, asfixiando el aliento rescatador de ninfas!
El olvido
dulce y amargo pone sus sabores en la muerte de balcones solitarios,
ante la
igualdad bohemia de crímenes divinos, asustado en la
rockola de
cabellos violentos por su amor regurgitado razonado de miseria.
Piel de
rama, bajo la mentira de la niebla, conquista voces que gritan
en la
cabaña del tiempo, y pasa a ser gobernada por la antorcha del abismo
victorioso.
¿Quién ha
renovado el grito desplumado de aparatos mentales
que, ya
aburridos, no van a ninguna parte?
Ivette
Mendoza Fajardo