Mecanizados
entornos, hambrientos y pobres, se visten,
dejando
atrás la polémica en busca de caricia y afección,
empujando
la desidia, ingenuos en soledad, girando en doble espiral.
En las
espigas, las siluetas de la muchedumbre, los entrecejos
de
quebraduras oclusivas de clavijas veletas, se tambalean
cuando
retrocedo, vacilante.
¡Qué
insípida la semejanza del gorrión entre las gredas,
en su
reñida ansiedad, improvisándose en el impulso!
Un púrpura
broche tímido, untado en la amistad de la amapola,
¿dónde te
encuentro, bajo la grandilocuencia del tablero de
teoremas,
flotando en gélida gelatina jugando rompecabezas?
Observa
cómo voy ataviada de desventura, cargando la insulsa
margarita,
que tantea la rebelión en un kilovatio
de
tristeza, queriendo acomodarse hacia mis sienes, por una dicha
angular que
no se deja ver.
¡Oh, aquí
sentada, esperando un tango que toca la madrugada!
Discursos,
símbolos y espejuelos recogen los frutos de la tromba
en el
gradiente cromosómico, como la sonrisa trivial y sus ojos
taciturnos,
navegando en el cercano infinito.
El
gramófono dormido gira lento, con tamarugos místicos de epitelio tropical,
y el
vientre del latido se ahueca longitudinalmente en la tutela de la exclamación
de un Edén
portátil, como las compuertas envejecidas del firmamento.
Nada surte
el efecto de una rebelión sin sonidos ebúrneos,
obstaculizada,
la semilla de la úlcera en el reloj de arena de los hechos
que pasaron
como pájaros con listones verdes en los brazos de mi dramática
máscara de
tibia melancolía, sembradora de mis genes.
Ivette
Mendoza Fajardo