Amanecer en el Espejo
En el medallón fofo suspendido de un
crepúsculo cautivo,
llega este enclave sombrío y no
cartografiado, de hito
esmirriado, y el palpitar seguro de las
gafas de su aliento
es una esencia que busca a otra en esta
pasarela de caricias
exhaustivas y consoladoras.
No hay un entresuelo de furor que turbe,
entonces, el fuete
se fusiona a distancia entre sus almas a
babor.
Y son ahora dos fragmentos dolorosamente
complementarios,
como en el reflejo de la lámina del espejo
dividido,
que se miran uno al otro sin asombro de
fustanes, pero más aun,
con los hemisferios de hormas esenciales de
las estrellas bifurcadas.
Bajo la lama de tu letargo descansa la
hiedra difusamente,
y se sumerge en la era que habita
lanceoladamente,
mientras la mitomanía de la herida de la
aurora sana,
nublando tus gestos empañados por la sal
y el tacto del mundo más nevado, es un
florecer marchito,
un ceño ofrendado como la serena faz de los
rocíos, como
el aliento puro de todas las palabras, que
es un cuchillo
redentor en aguas mansas.
Ivette Mendoza Fajardo