Códigos de un Compás Lapislázuli
Al rozar el cuarzo acaudalado, la bruma
silvestre,
el vacío de pacaya, me disuelvo entre los
fractales
siameses de la sombra incandescente.
Trazo, con sigilo, tus dioramas
suspendidos,
y siento cómo se derrumban, como vapor,
envolviéndome en tus cornisas de lémures.
¡Existías demasiado en el aire
y en mis células que aún vibran,
enrojecidas!
Eras como el paraguas ígneo de virtudes,
donde la luz pierde su pulso y
se congela en un silencio interminable.
Un día llegarás —cuando pueda ver sin que
tu
diptongación hastial
rompa la estructura de mi carne expuesta—
despertaré, ¡al fin!, caminando entre
grietas hipnagógicas,
como un eco vagabundo en la soledad,
llevando el olvido como un código radial
inscrito en mi médula utópica.
¡Vencedora, al fin vencedora, despojada de
ti!
Transfigurada en un compás lapislázuli,
silencio láser,
derrumbe, laúd, dictáfono,
y el calor adormecido de un planeta
ardiente...
Ivette Mendoza Fajardo