El dominio Olvidado
En mi dominio olvidado, las cosas puras
sonríen a su paso;
el zorzal, en su obstinación celeste, canta
al cielo.
A través de eones y décadas erradas, entre
líneas desgastadas,
surge la luz del alba, titubeante y
efímera,
como cenizas que una ventana vieja dispersa
en un manantial sangriento, donde las
amapolas del tiempo florecen.
El canto que una vez aprendí en
confinamiento
ahora tapa los días inútiles, aquellos días
sin luz
—¡Ah, el frenesí que desafió la razón de
Zeus!
Pero su eco perdura, inalterable a través
de los siglos.
Solo el resplandor de un musgo en el
próximo ramo
revela leyendas antiguas sobre ruinas
olvidadas,
en los breves argumentos de Hefestos.
El zorzal se lanza desde sus mares,
dispersando
un carnaval griego de follajes, alegrías y
melodías al viento.
Su sombra, que es también la mía, solo
ofrece ecos repetidos,
y su visión augura días libres de dudas,
días contados,
en un aroma de soledad que colorea pasajes
de la vida;
son épocas de contemplación y admiración
divina
donde yo navegaba en mares de su estética
clemencia
y de sus sienes brotaba la memoria de su
saliva espiritual.
Ivette Mendoza Fajardo