Erosiones del destino
Lastima más el
frío, erosionando el latido,
cuando subyuga en
un beso atronador.
El sextante actúa
como una manía hacia el vacío,
solitario e
imberbe ante el silencio penitente,
en un amargo y
perenne huso de casualidades.
Y esos cálices
parricidas, aromados de episodios,
son puntos
geométricos calzando el espacio
de todo lo
posible.
Luego, Vallejo
deshoja constelaciones sobre
el ornamento de la
noche, mientras el ladrido
del destino apunta
a la posteridad de la poesía.
Los faroles de
Paz, expirando entre el horizonte
de su existencia y
los errores de la tristeza,
¡Ay, y ya no mece
la espera en la plenitud
del pergamino!
Solo el rostro del
mundo, hermoso en remembranza,
viste mis
vestuarios de nueva vida, su dactilar y maleable
bazar de su
inocencia en hambre dulce.
¿Cómo podría
vivirse en un irracional regazo,
sobreviviendo
ciertos arañazos que un lamido
de resplandor
votivo otorgó?
Ivette Mendoza
Fajardo