En la hipérbole de la mañana
En la oscuridad, la hipérbole inicial de la
mañana
se extiende como enredadera sobre viejas
conjunciones
en la era medieval de la gramática.
Una asíntota ilumina brevemente el contorno
de tus ojos,
calculando el ritmo lento de la matemática
que nunca duerme.
Una curva sostiene un ramo de luz,
mientras el automóvil de la geometría
delinea los párpados euclidianos con
quietud adormecida.
No es la parábola la que susurra a través
de la pendiente imaginaria—
es el eco de las factoriales alegóricas del
mundo,
emprendiendo vuelo simultáneo, invisible,
sobre pleonasmos sumatorios agridulces.
En el cuarto cuadrante, en la hamaca del
binomio,
divide más que el espacio:
divide momentos, recuerdos, amores
videntes, el antes y el después.
Las diferenciales metonímicas, portadoras
de secretos, escuchan:
"Ivette, ¿escuchas el pulso del
numerador cociente, o solo el tuyo?"
Las ecuaciones de rituales extraños de una
polisemia en el aire
se disuelven en el vaho de un día que
apenas despierta,
mientras el paisaje de un poliedro
alegórico se asoma, curioso,
conjugando números divertidos, fuertes y
famosos,
por la ventana de una habitación llena de
susurros y sombras.
Ivette Mendoza Fajardo