La arruga del verbo
Desobedece,
absorta en el alero rechinante,
como un malagüero
momentáneo,
como la arruga
convertida en verbo que cruje,
o como el
crepúsculo colosal, tejido de claridades verdes.
La turbina del
insomnio arrugado y las oraciones carmesí
azotan la columna
vertebral de los ríos llagados,
como si abrazase
al resuello del báculo categórico.
El perfil
universal, que a su negación perdura,
liviano y
elevado, sostiene: la sombra de su tragedia.
Un lloroso
balbuceo que arruga los mares renombrados
en el hierro
despavorido de la inteligencia,
su ingenuo
sentido y su lúgubre canción bucean dentro del sueño,
mientras, en un
camposanto inmortal de niebla ardida,
su idealismo de
invierno anochecido no se desplaza en un adiós.
Reverentemente y,
forjada de prefijos de drama con ojos verdes
y conversación
desarrugada, al paraguas naciente invoca
con su victoria
de lluvia para que disipe la nostálgica memoria.
Ivette Mendoza
Fajardo