La hojalata de la
memoria de flequillo,
donde estupefactos
florecimos.
El enebro se gira,
revelando la penicilina
que denuncia su
propio raquitismo amado.
Quizás ahora, como
el nogal de flexo,
los estéreos
delgados y la noche sinuosa
se entreguen a
abusar de su poder en actividades clandestinas,
un verdadero astro
de oratoria en el mercado juvenil,
como si dos
musarañas nos reprendieran,
y nosotros,
transformados, casualmente indefensos,
hojaldráramos la
bobina sobre la explotación de bienes.
Horas de
adaptación social nos han
forzado a fabricar
versos troyanos.
¿Dónde reposa el
aeródromo de su tropología?
La afectividad y
su desgaste palpitan,
entre las
combustiones de monóculos,
begonias y
orquídeas tigre,
peregrinos en su
camino,
persisten en
aislamientos sociales.
Así, nuestra
percepción en este piloncillo
ha madurado, libre
de la memoria pimentera,
hacia la rectitud
de pájaros problemáticos
que reciclan su
ajuste ultramarino como un harapo.
Una sepia de
nuestra infancia vehemente
en la plenitud de
la bahía,
sepulta un
surrealismo de toponimia ya muerta.
Ivette Mendoza Fajardo
donde estupefactos florecimos.
El enebro se gira, revelando la penicilina
que denuncia su propio raquitismo amado.
Quizás ahora, como el nogal de flexo,
los estéreos delgados y la noche sinuosa
se entreguen a abusar de su poder en actividades clandestinas,
un verdadero astro de oratoria en el mercado juvenil,
como si dos musarañas nos reprendieran,
y nosotros, transformados, casualmente indefensos,
hojaldráramos la bobina sobre la explotación de bienes.
Horas de adaptación social nos han
forzado a fabricar versos troyanos.
¿Dónde reposa el aeródromo de su tropología?
La afectividad y su desgaste palpitan,
entre las combustiones de monóculos,
begonias y orquídeas tigre,
peregrinos en su camino,
persisten en aislamientos sociales.
Así, nuestra percepción en este piloncillo
ha madurado, libre de la memoria pimentera,
hacia la rectitud de pájaros problemáticos
que reciclan su ajuste ultramarino como un harapo.
Una sepia de nuestra infancia vehemente
en la plenitud de la bahía,
sepulta un surrealismo de toponimia ya muerta.
Ivette Mendoza Fajardo