Deseos Cautivos
Deletreo, tarabilla de anacoretas adornada
con tapacubos.
El cielo, cual magnate, repite la cartilla
demencial;
tú sostienes la gran revelación de un
documento,
narrado desde un linaje efervescente.
Observo tus obsesiones henchidas,
que esculpen con palabras la fama de un
desquite infernal.
Sin revisar el documento que desvela la
aurora,
solo los pupitres estilizados conversan con
las calles,
de manera irremediable.
Tu mente, encantada, se corona en delirios
crujientes
bajo cada atardecer que declina
uniformemente.
Y tus ojos, abrumados por un torrente de
elogios,
siembran cosquillas desde mis pies hasta la
cabeza.
¡Oh, qué dirán, que soy consorte de Morfeo!
¿Qué sucedería si, sumergidos en sus deseos
cautivos,
nos envolviera una ternura inmortal, con
pasión desbordante?
Recuerdo entonces un éxtasis de amor,
cuyos pasos majestuosos resuenan en los
corredores del Edén,
como olas quebrando en la lejanía de
altamar,
y las espinas de rosas afligidas se esfuman
de las manos,
para ser ofrendadas a las gárgolas, en su
grotesco festín.
Ivette Mendoza Fajardo