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domingo, 1 de septiembre de 2024

El portavoz de las mandolinas huérfanas

 

El portavoz de las mandolinas huérfanas con los dientes de la metafísica.
A veces a la hora del miedo la tierra acaricia una campana capitalista.
Por la tinta bordada del fauno, acaso la pierna gaseosa se hace desposada.
Nunca la claridad usa sus túnicas inmóviles con los ojos las cierra lentamente.
Locura de la nube como cuando va tratando de imaginar la muerte de la distancia.
Borrasca del aliento de hormigas en sábanas bastante grandes de lápices en el beso.
Los manjares inocentes de la radio se cansan de ser mujeres encima de un niño bueno.
Los felinos de manteles albos intentan alabar el síndrome de la vida que los rodea.
Mis costillas caminan en tierras extrañas con el astral tiempo descosido de cariño.
Lluvia de uñas que gimen en el oráculo milagroso de la lejanía, acaso el olvido a deshora.
Agitación de cuerpos ante la poesía de costa a costa aprendiendo de mi emoción.
Los muros del nirvana asisten las cascadas de caricias en la angosta puerta de luz prodigio.
Carrozas de abuelos sedientos en el cataclismo de los cadalsos de un pronombre verdadero.
Los parlantes de la caridad humana alzan sus voces en mi columna vertebral militarmente.
Ardor de río blanco levita en un brebaje de veinticuatro quilates de pureza en maíz narcotizado.
Por los almanaques del sol una marea cultiva vainas de alquitrán con la página mortecina.
Pajaritos feroces despotrican para un autorretrato en un monólogo cinematográfico.
En la amnesia del trueno celebran sus quince primaveras los lavatorios del firmamento musicalizado.
En la desnudez de la cama las papas fritas discuten las injusticias del mundo dibujando sonrisas.
Un domingo desgastado de sonidos en montañas despeinadas de vejez nerviosa y metálica.
Un reino inspirado en el vuelo de huellas digitales macroeconómicamente se inmortaliza.
Nunca las puertas del cielo han toreado las ojeras en el acto de la lógica y su amparo menstrual.
La luna viuda de las oleadas del milenio como la rosa triunfal gatea en el vino roto de amor.
Y como sermón viscoso la felicidad bate los éteres del placer en el camposanto de mi corazón.
Ivette Mendoza Fajardo