El portavoz de las mandolinas huérfanas
El portavoz de
las mandolinas huérfanas con los dientes de la metafísica.
A veces a la hora
del miedo la tierra acaricia una campana capitalista.
Por la tinta
bordada del fauno, acaso la pierna gaseosa se hace desposada.
Nunca la claridad
usa sus túnicas inmóviles con los ojos las cierra lentamente.
Locura de la nube
como cuando va tratando de imaginar la muerte de la distancia.
Borrasca del
aliento de hormigas en sábanas bastante grandes de lápices en el beso.
Los manjares
inocentes de la radio se cansan de ser mujeres encima de un niño bueno.
Los felinos de
manteles albos intentan alabar el síndrome de la vida que los rodea.
Mis costillas caminan
en tierras extrañas con el astral tiempo descosido de cariño.
Lluvia de uñas que
gimen en el oráculo milagroso de la lejanía, acaso el olvido a deshora.
Agitación de cuerpos ante la poesía de costa a
costa aprendiendo de mi emoción.
Los muros del
nirvana asisten las cascadas de caricias en la angosta puerta de luz prodigio.
Carrozas de
abuelos sedientos en el cataclismo de los cadalsos de un pronombre verdadero.
Los parlantes de
la caridad humana alzan sus voces en mi columna vertebral militarmente.
Ardor de río
blanco levita en un brebaje de veinticuatro quilates de pureza en maíz narcotizado.
Por los
almanaques del sol una marea cultiva vainas de alquitrán con la página
mortecina.
Pajaritos feroces
despotrican para un autorretrato en un monólogo cinematográfico.
En la amnesia del
trueno celebran sus quince primaveras los lavatorios del firmamento musicalizado.
En la desnudez de
la cama las papas fritas discuten las injusticias del mundo dibujando sonrisas.
Un domingo
desgastado de sonidos en montañas despeinadas de vejez nerviosa y metálica.
Un reino inspirado en el vuelo de huellas
digitales macroeconómicamente se inmortaliza.
Nunca las puertas
del cielo han toreado las ojeras en el acto de la lógica y su amparo menstrual.
La luna viuda de
las oleadas del milenio como la rosa triunfal gatea en el vino roto de amor.
Y como sermón viscoso
la felicidad bate los éteres del placer en el camposanto de mi corazón.
Ivette Mendoza
Fajardo