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martes, 11 de noviembre de 2025

Las gárgolas del plasma

En la conciencia de silicio flotaba inadvertido,
en la proyección astral, sin forma que lo midiera;
la mente, entre pulsos y descargas, insistía:
viento inmortal — energía — que olía mundos posibles.
 
Cuando las gárgolas se rozaban en destellos,
una chacra cobalto ardía en la ternura del plasma;
barro translúcido quedaba, resto de vida,
y en los latidos, la matriz de los sueños —vidrios cuánticos—
guardaba el coraje como brasa que arde,
el dolor como sombra que respira.
 
Músculos del temblor, de titanio y miedo, se detienen;
desdoblamiento lento en el río helado
del Jordán de la memoria: ilusiones caen, hechas ceniza.
 
Presencia del destino, presagios vibratorios blandos:
la vastedad no los niega, solo los dobla.
El cielo no es blanco — transforma y se ofrece.
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
Todos los derechos reservados



Epicontinental rubeola de la extrañeza

Epicontinental rubeola de la extrañeza,
que allí burbujeas soñando en siglos,
y en el antiquísimo Fortran tu expresionismo
daña, o titubea el requiebro en equilibrio;
 
que siempre llegaste desarticulada, a la cordura
de nivelar —dejan fosilizados los pulsos energéticos—,
que alcancen a aborrecer, en su expendio,
la desilusión o la remembranza.
 
¿Quién ha pasado de la gloria a la digitalización
malhechora?
No saber cuán severa su lapidación,
que una vez mantuvo ruborizada el alma divertida;
 
y entre la modalidad, el oleaje de la muerte suspendida,
lo hizo orfanizado por archivar la vida,
por dar acentuados, dilatados bits.
 
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
Todos los derechos reservados
Revolución de la Poesía Tradicional



lunes, 10 de noviembre de 2025

Epicicloidal

De un sufijo de agua,
en la otra legión de abetos,
cuando era cilindro a perfumar
y variable independiente,
abordar poco a poco en cada greda
de universo homogéneo,
de la ligadura del amor magnético.
 
Cuando aparecer era un ozono hundido
en la integral ilusión que el cielo anuncia,
y, rauda de asombrar, fue simbiótica:
de un timón de agua estuvo agarrada.
 
Y se quedó en la tarabilla epicicloidal
de ese anillo esférico,
hasta que despertaba su teorema en celo,
y de aquella molécula
se catalizó esquiva.
 
Ya redondo en la intuición
en que codifica vientos,
¿qué más investigación de noche cósmica
perdió truenos
y un alma industrial?
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
Todos los derechos reservados 
La Revolución de la Poesía Tradicional



Límbica en primavera

Fue un largo cromosoma metafísico, una planicie de quimera,
una anemometría decorada en radiocasete que se peleaba
en una mullida membrana carburante que coexistía
más allá de la red de mielina primaveral.
 
Levantaba lo intransitivo en un intervalo del ansia,
y cualquier ennegrecer en la sinapsis intrigaba la percepción.
Podía diferenciar cómo palpitaba, en la floresta de neuronas,
la pequeña muerte celular vitaminada de nube cerebral,
pretensiosa.
 
Entonces solo encontró conexiones de matices hemáticos; generaba
la música más incorpórea, la que transitaba coherente,
sin señal ni ruido, pidiendo que actuara su olfato emocional, solo.
 
Límbica, con amor,
olía los extremos intravenosos del tacto:
las cosquillas, los trémolos.
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
Todos los derechos reservados



domingo, 9 de noviembre de 2025

Latitud de un reactor dorado

Cuando presagia la latitud la ordenación
de ser claustro por garbo de la conciencia,
deformada entre la noche, como anemia
del mar en la posteridad del status quo.
 
Con tachuela viene la cristalización de la historia,
de lo que topográficamente roza el umbral.
Ardua reducción del flujo dopado —ya perdido—,
delinea sin decaimiento ni desgobierno gótico.
 
Cada vez que la cataplexia ensordece
la diástole del manzano, desaparece;
cuando los tabiques gaseosos de la alegría
se disuelven, un mando de grabación
regresa desde el vacío, y una y otra vez
videograba el alpiste del reactor nuclear dorado:
amplitud ecológica de un nuevo día
en portaequipaje populista.
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
Todos los derechos reservados



Protocolo para un Ligamento Parlanchín

El sistema eléctrico del ceñidor abrumado,
de dura jerarquía, parafrasea en turbina indigesta.
Por la feroz calistenia —horrible membrana sinovial—
habla el ligamento parlanchín
de su velocidad integrada.
 
Por la hidrólisis ya apagada,
y los resfríos conocidos,
pluvial cabello lo armoniza y deslucida:
chiste de ciclo receptor comprimido,
a quien incita —por no delatar—
a dar protones en guardia a la vida.
 
Y el lado de electrónica ficción,
por el fondo bordado de aceite decantado,
ya casi en la sorpresa fiera,
aun en el abedular afila su reflejo terco.
 
Lava magmática del cielo le chorrea quieta:
ni el clarificar irreversible del agua lótica llora,
ni el abatimiento de ajonjolí llega.
 
¡Ingrata selección
en andrógino buceo!
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 7 de noviembre de 2025

Ecología del Dolor Solar

Hematoma de sol y precipitado en rocío renovable
ya propagan su neumonía los despojos en su terapia
ocupacional.
Fuente consumidora de luz sin remedio neurálgico,
agonía biodegradable con primores cuánticos
genéticamente desteñidos:
rugidos de bosques nasales y caballos de fuerzas
sin adornos de faunas, ni aromas relativos.
Trombosis del páramo y espejismos de cardumen
erosionan el panorama de las polaridades amigables.
 
Calorías de reposo al cabecear insondable, en grito
monovalente,
cuchilla del alma de catástrofe ecológica.
La morada del residuo infeccioso provoca altanería menstrual;
la actividad solar de un rumor categórico desgrana la dislexia,
vestimentas de dopamina que la luna de error pragmático
atesora,
el cromosoma importunado de una antorcha afótica.
Ivette Mendoza Fajardo
© Todos los derechos reservados



Destino Químico

Se evapora el metal,
su maleabilidad pura se disuelve
en el hidrógeno inducido por la niebla.
Los cationes arrepentidos del enlace π
regresan al fondo del mar,
con rumor de infancia en el acetato.
 
Los peces -celdas del sueño- horadan la forma,
una navegación empírica,
un cabello de hidrocarburo peinando
la penumbra molecular del amanecer.
 
La biología es un réquiem químico.
El destino, magnetizado, y furioso canta,
se adhiere al termostato,
a la vela oscura del electrodo.
En la ecuación de la vida del dolor,
desarma el mito del alma,
y en fría combustión, la oxida.
Una célula recuerda su ceniza.
 
También el electrolito
ha cambiado a noviembre.
Ivette Mendoza Fajardo

Derechos Reservados



jueves, 6 de noviembre de 2025

Vectores indecisos

 Oh, vector indeciso, cuando el campo recompone
su magnitud en ausencia de dirección,
despierta ensayos innúmeros en la termodinámica
de una asíntota de luz pura que reposa en el deseo,
y, arrítmico, acumula en el deshielo
espirales que giran entre astros inertes;
naves equidistantes, núcleos de ADN replican su cadencia
a la deriva sobre el vértigo del umbral,
rehaciéndose en protones, sobre el espectro fonético
del dolor en materia radiante, en la nada sonora.
 
Sombra tridimensional, estatua de lo inasible,
cuando la regla gira con lentitud sagrada
y las ondas se arquean con meridianos del alba,
rozando los bordes celestes del instrumento,
calibrar y calibrar la combustión límbica en reposo
hasta que el alba rompa los diagramas del crepúsculo.
Ivette Mendoza Fajardo
 
El cólico renal ausculta
 
De crepúsculo a crepúsculo, más enfermo parecía
en la glucemia incolora, en las plaquetas del diazepam,
nacimiento pigmentado lastima el metabolismo
de la hoguera antidepresiva.
Y una enzima de sombra
reordena la tangente del sueño.
 
Muchas y muchas veces,
desde este vitro de infertilidad hipotética, hervor ventricular,
con qué el cólico renal ausculta el contorno de los pies
del día, la biopsia de un instante,
con qué bisturí afanoso, con qué marcador tumoral,
la cesárea de la locución,
el peritoneo del dedo,
el pecho en su miocardio selectivo.
Ivette Mendoza Fajardo



Campo de disolución

He aquí la vibración muda,
que se libera del sonido y del tiempo;
erguida, como filamento sin memoria,
o trazo de luz fugitiva.
 
Cae… leve. Se reconfigura,
como onda dormida.
 
Como geometría variable,
su forma se rehace en el plasma,
en las brasas del vacío.
Fulgor sin contorno. Persiste.
 
El fotón descifra la alborada entre los vectores,
cuando su soplo de transparencia
fue absorbido por fuerzas inasibles,
sin masa, sin límite, en calma,
hacia ese territorio distante
que la mirada no alcanza,
donde el último pulso
se funde en su propio resplandor.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 4 de noviembre de 2025

Encerrada entre verbos

He encerrado el alma entre verbos tantas veces
que me acuso en la sombra arrebatada,
cuando el este trae su gris errante
y el signo del presagio teje su raíz
bajo el consejo de la memoria.
 
Hace décadas, tu cetro espectral
se inspiró en la esfera del rito,
frente a la revelación del mundo sobre lunas heridas;
y en la soledad de piedra, leve, latía lo divino.
Me amparaba tu yugo, la fiereza de tus labios.
 
Ahora asciendo a la piel de tus saberes.
Pálida voluntad, árido desierto, tu gesto sin fulgor
anuncia los inviernos del desaliento,
el relámpago del ángel que disuelve la carne,
el destello que calcina el arbusto exhalado.
 
Aquí, entre movimientos de platino susurrante,
te distingo: figura exacta, guardada en la lágrima
de la sugestión, átomo de los días.
Ivette Mendoza Fajardo



Jaula de los huesos y los días

Todo lo que el alma hace conduce
a la ventana de la luz.
 
La vida, porcelana frágil y ardiente,
nos nombra —
y ese nombre tiene un aura interna,
brisa de asombro, abismo inmutable—,
para el lienzo de seda que vestiremos
tras la muerte.
 
Vuelos de aves estelares cruzan el espacio libre
sobre la materia mínima,
sobre este cuerpo gris que oprime un fotón
que gira sin descanso.
Llamas de átomos, ondas y partículas
nos circundan, aprisionando la jaula
de los huesos y los días.
 
Olemos el perfume de la muerte
con el corazón gélido, temeroso, aguerrido,
perplejo de culpas y clemencias conmovidas.
La muerte yace en su morada de espigas,
fluye sin las manecillas del tiempo,
fluye en un caudal de distancias ciegas.
 
¡Ah, pensamiento que nunca cuajó
en su propio vergel, arde en su nido
para renacer de nuevo!
Ivette Mendoza Fajardo















lunes, 3 de noviembre de 2025

La música del origen

Mientras el alma se sumerge
en un océano de átomos, el cuerpo
busca su silencio en el espino abrupto de la tierra,
como una rosa recién cortada, herida.
 
Puertas que, como un parpadeo, se cierran y se abren,
con broches de sal o de esmeralda.
¿Quién dibuja nuestras siluetas?
¿Quién domina el destino que tan breve
se labra en la conciencia?
Se hace trizas en el plexo sordomudo,
desde un crisantemo de insomnio interminable,
donde se tiñen las sombras del antaño.
 
La música del génesis se apaga
o se enciende en el sueño sin esfuerzo:
arpas leves se mueven en ondas de amor,
y, en el rumor de los helechos que despiertan,
los páramos, entre el gentío,
se visten de misterios, en vestimentas
desechables, pequeñas.
Ivette Mendoza Fajardo



Tejidos del universo

Mientras ahíta el sol del canto y de la osamenta amortajada,
una vehemencia que nunca concluye asciende
por lo más alto de mi desahogo,
en los días más sagrados de su propio cielo.
 
Bajo una lluvia rancia de sangre centellada,
serenan sus poderíos donde el presente es apenas
fantasía y creencia peliblanca; los ensueños,
de cristales y tormento en arcilla,
divinizan los navíos videntes y sus proyecciones corporales
en los tejidos del universo ondulado.
 
Después —tras el alba de carne lacerada—,
el alma se eclipsó, pero ya sin quebranto en las miradas.
Soñé: en los latidos de las vasijas eternas
nació la luz; el oro se deshizo en aspas de fuego,
y solamente apareció la nada, en la penumbra
de un océano de pensamientos índigos,
con celestes alas nuevas que brotaban
del manantial astral de las palabras.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 2 de noviembre de 2025

Tríada Poética

Justamente, en su afirmación,
siempre que la ambivalencia del alma halla
cómo dibujar el intervalo preciso de su creación,
va entregando su desnudez, con su mortaja.
 
Ropajes llenos de soledad, colisionando,
de un crepúsculo fragmentado por la anarquía atómica.
En nuestro lúcido vacío, un mar rugoso vagabundea,
intuyendo los colores de un prisma de amaneceres,
donde llegan los rigores sin amores, por el trance
del abandono que fecunda, a su paso,
un viento germinado de fuego y de polvo.
 
¡Oh, mundo ignoto! —eléctrico de ideas—
frecuencia vibratoria desdoblada en sueños.
Transcurren las horas del perdón entre rayos
y relámpagos del tercer ojo,
contra el barro quimérico de la vida.
 
Gárgolas acechan el instante, en el insomnio
de la sangre, de la hierba, de un átomo índigo,
a veces incierto en el enigma roto de la eternidad.
Ivette Mendoza Fajardo


 

Mitosis de la voz

Si el solfeo es la manecilla del reflejo,
la comprensión reposa en el cristal de la probeta.
Navega entre oscuridades sílfides hacia un mar remoto,
y en el fondo duerme, peliaguda y bella,
una orquídea en el cenagal.
 
Si la partitura grabada engendra
medusas de un naufragio onomástico,
el hallazgo de la opacidad se arquea
sobre esta mitosis de congoja:
mi manto se colma, lento, de panes sin sabor,
de un leve temblor de vidrio en la garganta.
 
Ramilletes de oro calado del ayer,
muros sobre el mal, ritmo incandescente.
Ahora hay un rostro —un silencio hablado—,
malherido de reclamos, que me ruega.
El mundo lo reconoce — espacio frío —
y se pierde más allá de los límites de su voz.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 1 de noviembre de 2025

Rastro entre rojo y verde

Desde los rastros del rojo al verde,
desde el estero al cielo egregio;
con qué ademán cauteloso, con qué ímpetu
orbitas sobre un símbolo con grietas:
octágono, engendrado astro, filo lunar,
gemidos descalzos de luz fugaz
hacia los plumajes limpios del vacío.
 
En el presente de la urgencia ronronea
tu nombre al vibrar el pulso.
Eres la roca secante anochecida,
el génesis del fuego que bulle en la lengua,
el murmullo agrio del comienzo;
desvanecimiento fértil, mezclado al azar.
 
Eres el papel octogenario que contiene
todas las existencias;
la palmera que crece y se pronuncia,
el olivo hondo que aroma el cuerpo,
la serpiente que convence a la multitud.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 31 de octubre de 2025

Crochet del cansancio

 

Ya no tiembla el lanuginoso cristal como antes,
y el aire rendido no es más que una lágrima
de cáñamo deslizándose al alfiletero
cuando el rumor del mundo se punza.
 
Como si el alma zarpara sin aviso
en medio de un diálogo de hilos perdidos,
arrastrando un enjambre cúbico de reflejos
al giro imprevisto del aliento,
engalanándose apenas un instante.
 
No fue el crochet quien nos hirió, ni el vino,
ni el cansancio del ánima suspendida.
Fueron los bordados parlantes que soltamos,
cercados por lentejuelas verdeazules,
entonando un clásico dentro de la neblina.
 
La mitad del nunca
 
Yo, la orfandad, porfío en mis gavetas de aluvión.
Guardo sartas masculinas en cartuchos melancólicos,
donde regresa la urraca a amansar mi voz chúcara del oeste.
 
Soy un jíbaro herniado que domina, sangrante,
el clarín de las cosas que se duplican:
una en el vientre disfrazado, otra en el viento de Halloween.
 
Tengo la cadera redonda, la cara roja,
una vida sin apuro.
Mis orejas arden en fuegos de paz cercenada.
Patrullan, dentro de un puño de centavos,
facciones enemigas de mi piel y mi entusiasmo,
mientras esclarezco el reflejo inmóvil,
eterno en esta nave cenicienta,
mitad del nunca,
apretado, enredado a manchas.
 
¡Y el automático diente del deleite superior!
La odisea de una caricia de colesterol paciente
innova, poco a poco, el pecado de mi cruz.
 
También me acomodo dentro de plantas maternas,
siempre en flor de Pascua con mansedumbre.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 30 de octubre de 2025

Pentagrama del lino

Repico la música áspera del lino
bajo mis parasoles lentos, en la pupila gris.
Un numen resbala por dentro,
de la médula al signo desnudo.
 
Gotea en mí el candelabro, su canto febril;
olvido la fugaz hoguera, silbo mi desilusión.
Hiende el techo una espina de hierro
y mi sombra se parte, allá y acá.
 
Huelo el hechizo, el humo imprudente,
las sábanas dormidas en pentagramas.
Cruje mi pulso. Se arquea la copa hasta invernar.
 
Afuera resuena el barro que llevo,
mis pisadas de plomo en su noche trágica.
Un mechón de mi cabello se me escapa,
recordando en ademanes.
 
Y yo —me ato los cordones con entraña cálida,
me hundo levemente y sigo existiendo.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 28 de octubre de 2025

Membrana de neón satelizado

Desde su membrana celular se enciende, la luz vectorial
con fragancia isotópica de pachuli y radiocasete juramentado.
En el reloj que erosiona la aurora de los datos
galopa mi plasma de esternón satelizado.
 
Siento los zócalos eléctricos palpitar como vísceras conmovidas,
como pensamientos líquidos, como enzimas de sonido.
 
Una hostia frágil pulsa en el remolino del picaporte;
soy la bobina nostálgica, el circuito diminuto.
 
Habito la tecnología del silencio,
oigo el zumbido de abeja neural en la bruma del silicio.
Mi membrana de zafiro conduce a la memoria sensorial:
me carga el alma moteada de filamentos
en todas sus vibraciones, y llama
a las cosas por su nombre.
Ivette Mendoza Fajardo 



lunes, 27 de octubre de 2025

Partitura del día

Nace el día bajo la música de los soles.
Abre sus círculos con pulso de clemencia.
Desde lo alto hasta el fondo del limo
se derrama la flor del pudor dormido.
 
Sobre las orugas tiemblan los metales, amándose.
En la aurora de Neptuno se hiende el estaño.
Cuerdas desterradas de lírica y avellana resplandecen,
filamentos de vellón ahogan el aire a contraluz.
 
Asciende un vaho severo, sin cuerpo, al horizonte.
Lleva en su soplo el fulgor de un rostro solar.
Del estallido perpetuo caen los mundos empujándose,
y ahí, heladas lanzas dispuestas a tocarse, a crujir.
 
Los ritmos del día se disuelven en la almohada.
Abren su aliento las bocas del candor vegetal.
El cauce invisible del canto es nube trovadora
que lleva la lluvia hasta su edad primera.
Ivette Mendoza Fajardo 



domingo, 26 de octubre de 2025

Levadura del idioma

Oh, idioma, ordénate herido.
Piensa en los días olorosos de levadura y pan,
injerto de letras, velas de insomnio y moho.
Los ruidos repetían, metódicos,
las hieles hundidas en las jorobas gachas.
 
Oh, idioma, deletrea tu imprenta doliente.
Mirabas limaduras y sílabas;
una debía aventurarse en su sombra,
a otra la ligaba el tanteo de la nada.
 
Conocías la aridez de tus palabras,
su errancia, su dispersión —cada una
buscando su cuerpo—,
oías la maleza lanzarse al libro
leve y jovial, sin saber con qué cara quedarse.
 
Percibe aún aquellos instantes:
tu frente en alto,
un molino,
una cortina momificándose.
 
Habita, idioma, el reloj del molusco,
cuando se desbordan los mares.
 
Almacenabas membrillos en la canasta del verano,
y los paraguas querían cubrir,
empapadamente, la tierra.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 25 de octubre de 2025

Umbral del Sollozo

Sollozo, umbral de la verdad vacía,
linde de sensaciones fugaces,
de encantos diáfanos que se disuelven,
de almas gemelas, extraviadas en la tierra,
hijas del deseo, con manos ardientes
que rozan anhelos sin forma, sin espinas,
en la sed del desafío.
 
Inocente quebranto, espera tu origen:
permite sonrisas errantes, crea ensueños
en los labios,
humedece bocas con suspiros leves.
Te igualas a las flores del desvelo,
más ignoras ser brisa de canto puro.
Te hieres, clamas en el mundo incierto,
aunque no imitas el trino de las aves.
 
Pero seduzco tu forma, delineada y leve;
delicadamente esculpida, apenas marcada
por piedras temerosas.
Ya no eres sollozo:
eres dulzura virginal, eres ansia,
eres luz de elocuencia y sombra herida,
al jadear, hermosa, rauda hacia la vida.
Ivette Mendoza Fajardo 



viernes, 24 de octubre de 2025

Rincón secreto

Entre las avenidas de susurros verdes,
brindé por el instante, rocío de perla,
por la chispa que aún desborda en el tragaluz
de un silencio sin esfuerzo,
por el roce que tocó los labios
y los volvió sombra,
en la tibieza de corazones gloriosos.
 
Guardé tu mirada todo el año,
montada en los sueños, jinete de luz,
tan mía como esta hora
en que nombro tu eternidad sobre mi pecho.
 
Te recorro entera, entre líquenes de flores pequeñas,
en cada ciudad que inventamos,
en el aire quieto,
en cada ladera mojada de tu voz,
en cada letra donde el cántico nos recuerda.
 
Por ti, y contigo, amor,
en la fiebre tierna de tus manos,
en el temblor del lugar donde el mundo se abre,
celebro que existes:
relámpago, origen, rincón secreto.
Ivette Mendoza Fajardo
 
Aurora de lapislázuli
 
Vidrio o hierro abriendo la noche.
Lumbre o fiebre de lapislázuli
cruje en auroras de afinidades risueñas.
Susurros en caricias, cometa celeste.
Chispas en la grieta del sol.
 
Los nácares nocturnos recobran su aliento
de fulgor inocentes,
mientras despiertan en ellos
los ruegos y las horas de pompas errantes.
 
En el borde del cielo, dulzura de pudor
en la burbuja perpetua del fuego.
Reposos de niños en brisas breves
bajo miradas del firmamento.
Las orillas guardan la flor tibia de tus huellas.
Se pronuncia la mansa marea.
Se trazan los rostros, anclados en gozo.
 
Una nada con ademán dentro de la sustancia
del amor.
Registros de días de cuerpos amantes:
se disuelve el instinto entre pausas de viento.
Los comienzos rozan las cumbres de la magia.
La meditación del mundo
es un acto secreto en lienzos flotantes, donde
la vida con ingenio la busca.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 23 de octubre de 2025

Eternidad del guardabarranco

Van reconfortando los graznidos
melodiosos del guardabarranco en su lejanía;
es sólo una sabiduría del vuelo recién abierto,
de un trazo hermoso
que, en su existencia,
se aterciopela taciturno.
 
Mariposea siempre en la senda del amanecer,
cabalga en una nota musical
donde ha sido revivificado;
como aquel que encuentra una
sinfonía de madroños y flores azules y blancas,
desenreda la sombra, tanteando
sus retumbos que dan contra el viento.
 
¿Qué se puede hacer hoy y escuchar?
Repasa el alma su espejo gastado,
y queda tenue su canto delator.
 
Enarbola un júbilo de plumas y costumbres,
que, a deducir, queda;
la clara juventud
de su garganta vibrante bajo el dariano sol.
Ivette Mendoza Fajardo




miércoles, 22 de octubre de 2025

Anoxia del quemador

la anoxia del quemador
trueca su silencio en parpadeo.
 
un relámpago digerible
—breve, luminoso—
 
asciende la savia pasteurizada
contra el encanecimiento del metal.
el agua pulsa
bajo su cola de fuego enarbolado.
 
de la pulpa nace
un cuero anónimo.
 
la cafetera interroga
su propio hervor.
El batidor responde
con un latido de sombra, campanil.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 21 de octubre de 2025

Lata radiante de betún

Tocar tu mano solitaria, atormentada
hace que el júbilo abandone su caja de huesos.
 
Tu lata de betún radiante respira
y despliega sus pedazos de trapos
como mantos de polvo incandescente.
 
Cada trazo de tinta que dejas
es un zapato trasmutado donde beben,
donde un nombre ahora ahonda reflexión
dentro del brillo.
 
La sangre se arrodilla desgarrando su grito
—color portátil de carne y alarma—
abrillantando el vacío de los séptimos cielos.
Ivette Mendoza Fajardo



Escaleras del sueño

Tú estás en las escaleras del insomnio.
El letrero decide la culpa.
Subes al temblor de la fábrica
donde la sangre opera tu nombre.
 
Sabes lo que pesa un bote de basura
en el flagelo.
Una encía quebrada,
tu mudez de ladrillo junto a la piel.
 
Conduces el remordimiento
por un cuarto de niebla
marcando su peso en las baldosas.
Arañas de naranja giran
en el azul eléctrico del mar.
 
Flecha de mármol,
mi sombra se astilla.
Ante un clavel doliente,
mi cadencia —mansa— me crece en los huesos.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 20 de octubre de 2025

La sabiduría de las ruinas

Posiblemente hay blandura de música y de olvido,
Alfonso,
en un recuerdo que es piedra en mis mejillas;
y en la tormenta del sueño, mi historia se enreda.
 
Tal vez. La sabiduría de las ruinas
se apoya a veces en mi rostro
y oscurece entre los cabellos de la sombra,
para volver lo amanecido a la vena cruda
donde el rojoazulado de la sangre abre su compuerta.
 
El muro de yerbas me responde:
la niebla —iliterata y antigua—
llega confundida a la desembocadura,
confortada por los musgos de mi mano izquierda,
con mi mano derecha, camino por los telares
de mi soledad.
 
Su valija del desatino era vagabunda;
pero su medalla, fragmentada en cuerpo,
se alargaba al apetito muscular
de la espesura.
 
Amor, hoy es octubre, el rojo de las hojas,
sombrío desde tu silencio, que solo busca
descender a nuestros pasos, más tarde no sé.
Ivette Mendoza Fajardo



Secretos son los espaguetis de la vida

Secretos son los espaguetis de la vida:
me enredo en su humo tibio, como un
halito de seda,
miro girar el mundo, olla que hierve
toda mi rutina.
 
En el plato humea mi paciencia,
mis días más grises arden con sal,
la brisa vana me torea
mientras subo la escalera del apetito.
 
Soy una albarda de cosas,
mula que arrastra virtudes cansadas;
mi instinto social se encabrita
frente a la puerta de lo que fui.
 
Sobre mi mesa indago la bestia interna:
bebe del agua, resuella en la espuma,
mi voz —una bocina llagada—
sopla en su vapor lo que todavía queda
mirando volar una tarabilla que pasa
germinando mis mares, nada más.
Ivette Mendoza Fajardo
 
El Muñeco en su Sombra
 
Cuando los abismos del recreo nos quitan la voz,
ese vapor donde el alma respira y enciende,
todo lo vivo se apaga —el cuerpo calla—.
 
Oh silencio, ¿cómo ser raíz en tu marea
y sembrar palabras en la claridad nueva?
¿cómo dejar que la luz nos devuelva,
a que roce los bordes más simples del día
y abra el sacuanjoche dormido de la mente,
ese que florece sin motivo ni mandato?
 
La voz —su materia— también muda,
y en los huertos del alma crece la maleza
que cierra la puerta de la espera.
 
Pero, como el muñeco, Paco, de mi infancia en su sombra,
yo miro caer los muros, los del sosiego,
sin rendirme a sus ojos azules de fuego.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 19 de octubre de 2025

Acordeón del amanecer

Domingo, soy el acordeón sobre las piernas del sol,
me acerco y arrebato su chaleco de flores;
soy ceniza contenta, más que el sueño,
harina estupefacta en el aceite
que cae en nieve —bolsa de avellanas—.
 
Camino puentes de bordes insepultos,
como un canario que canta en la capilla,
de banca en banca, con una cruz en el pecho.
.
 
Mi tiempo se colma de sotanas, panderetas y canciones;
desde el campanario miro el césped,
mi calabaza de fe no termina en ilusión,
sino dentro de la corteza de mi cráneo.
 
Soy camarón que no se deja llevar por la corriente,
escucho desde la colina del reposo
el cordón defensivo que hila la cebolla en su llanto;
y mientras el sol brota ajo sosegado
desde la yerba que me refleja entera,
mi huipil de aliento, y mi café caliente
en medio de la multitud sonríen inmortales.
Ivette Mendoza Fajardo



Branquias de soledad

Yo no tengo cucharas de ayes inútiles
muriendo en mi dórica soledad.
Soy botella sin sensación;
sin hemorragias para el impulso.
 
Sin ton ni son —soy lava, juramento—,
sólo un juego perspicaz de palabras.
 
Muerdo aljibes inexpertos
en mi ochocentava ocurrencia ovalada.
 
Sueño bellotas y colchones:
¿cuánta más cobija, más bella lagrimeada?
Sueño bellotas, colchones de lujo negligente,
cuanto más mi hombro lloroso se aleja.
 
Soy muerte roja que ya no gira en azul.
Mis branquias se fortalecen.
Soy parnaso del cielo
bajo un costado olvidado.
 
Subo diminuta hasta el estío.
Hasta tocar una sola cuerda
en mi angustiada caverna.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 18 de octubre de 2025

Yo, reloj de hollín

Me repienso en mi calendario,
entre los collares gastados de mi vida.
 
Siento al tiempo, con su garganta enferma,
agitar mi batuta dormida.
 
Mi reloj digital se eclipsa:
marca mi fiebre,
sincroniza mi muerte con su signo.
 
Lento,
mi cuerpo caduca
en la nariz del sol.
 
Pende mi cronómetro
de un cielo de vapor férrico.
Cada instante me factura niebla
sobre mi línea mendigante.
 
Mi tic-tac profetiza mi rendición.
Y mientras todo se desvanece,
mi reloj de arena vierte su otra forma:
yo, en mis otros yoes.
Poema # 2-Cuerpo epitelial de la conciencia
 
Arde el párpado del alma.
Un útero de tierra recién parida
me mancha de mapa el costado.
—Galaxia nueva anidando,
fértil, en el limo tibio de mi costilla—.
 
Maquillo el silencio a dentelladas,
guardo la aurora entre los muñones.
La mordida del alba
mece rótulos de niebla,
abre una grieta de canto
en la navaja inmóvil del día.
 
Vaga la conciencia:
inclino la frente en el rocío,
y anuncio el estupor del tacto;
cada dedo se disuelve en un quejido,
se evapora mi forma, mi certeza.
Arranco del horizonte sus grapas,
pego con saliva mi verdad macular.
 
Cede la conciencia.
El alma, lúcida,
teje su cáñamo de luz epitelial.
Moriré cantando el verso de mi desvelo,
no en la hoguera del ojo sin nombre,
sino en la claridad que arde sin testigo.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 17 de octubre de 2025

El híbrido en la gotera del crisol

 La alberca, mal agüero, retuerce
el cable elástico que estalla en mis venas,
alicate de peripecias errabundas
junto a la orilla de mi tráquea
de llave inglesa. Afanes de cemento,
deseos que florecen en la gotera del crisol.
 
La hipótesis de un tornillo palpita herbosa:
espejismos sin domicilio, reuma delirante,
cinta métrica que mide mi melancolía,
sierra de arco, tu epidermis de doble filo,
que carcome el lado bostezante
de un tractor con cizañas depresivas a la vida.
 
Ensamblo, en pulmón de carga, el híbrido de la mentira
y el volante de tierra movediza.
Invado el corazón de la inquietud,
su navío de angustia de metal,
sus alucinaciones,
la invención de un brochazo desesperado
sobre los pétalos de risas florecidas.
Ivette Mendoza Fajardo
Radiografías de lo Imposible
 
Radiografías de molestias afiebradas
se queman en mi pañuelo de la desesperación anaranjada;
siento torniquetes de hojalata en la acidez estomacal
de mis luchas sin vendajes.
 
Y tras cada aneurisma incomprensible—
mi estornudo encrespa los cuchillos
de mis alveolos suplicantes,
de mis sandalias de visón perdida,
de los yesos de la artritis en viejos calcetines,
de anestesias en los istmos de mi pelvis andando,
de cutículas de mi esqueleto solitario en crema de afeitar.
 
Y mientras, una crema humectante me sigue salpicando estigmas,
y ella sólo convulsiona, irregularmente,
el nudillo que se abstiene de mi emoción nerviosa.
 
La suavidad de mis talones marea la música del pulgar;
siento que se sujetan de los eslabones psíquicos
de mis canillas,
en medio de la botica, casi antes de su cierre.
 
Mientras, mis patitas, con su elocuencia fija
desde mi vesícula biliar...
Y siento que en mis ojos se hiela la queja del quirófano,
y a esa hora la penumbra ya no me pertenece.
Ivette Mendoza Fajardo