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viernes, 31 de octubre de 2025

Crochet del cansancio

 

Ya no tiembla el lanuginoso cristal como antes,
y el aire rendido no es más que una lágrima
de cáñamo deslizándose al alfiletero
cuando el rumor del mundo se punza.
 
Como si el alma zarpara sin aviso
en medio de un diálogo de hilos perdidos,
arrastrando un enjambre cúbico de reflejos
al giro imprevisto del aliento,
engalanándose apenas un instante.
 
No fue el crochet quien nos hirió, ni el vino,
ni el cansancio del ánima suspendida.
Fueron los bordados parlantes que soltamos,
cercados por lentejuelas verdeazules,
entonando un clásico dentro de la neblina.
 
La mitad del nunca
 
Yo, la orfandad, porfío en mis gavetas de aluvión.
Guardo sartas masculinas en cartuchos melancólicos,
donde regresa la urraca a amansar mi voz chúcara del oeste.
 
Soy un jíbaro herniado que domina, sangrante,
el clarín de las cosas que se duplican:
una en el vientre disfrazado, otra en el viento de Halloween.
 
Tengo la cadera redonda, la cara roja,
una vida sin apuro.
Mis orejas arden en fuegos de paz cercenada.
Patrullan, dentro de un puño de centavos,
facciones enemigas de mi piel y mi entusiasmo,
mientras esclarezco el reflejo inmóvil,
eterno en esta nave cenicienta,
mitad del nunca,
apretado, enredado a manchas.
 
¡Y el automático diente del deleite superior!
La odisea de una caricia de colesterol paciente
innova, poco a poco, el pecado de mi cruz.
 
También me acomodo dentro de plantas maternas,
siempre en flor de Pascua con mansedumbre.
Ivette Mendoza Fajardo