Las Dagas de Rocío
¿Qué hay cuando arrastro un metal sumiso
en el tedio leve de lo extraviado,
esa carga de desgarros que reposa
en la voluntad cansada de mis pupilas?
Escucho el golpeteo de mis pasos
en la suavidad del viento; ah, caray,
este tránsito dolido, en luna llena,
aún tibio de carne y juventud, oculto
como una flor que no responde.
Por qué dejo que la noche me rastree,
me lea las rimas del cansancio
en el tumulto de sarros encendidos,
como una eternidad azul que se desborda.
La luna se me desliza, vacía,
recoge el amor del éter inmóvil;
encierra el filo de mis ojos,
trenza su juego en tus hilos de deseo.
Y el tiempo —mi huésped antiguo—,
en esta noche abierta de nostalgia,
empieza su soliloquio: me incrusta dagas de
rocío
en el cuerpo frágil de las palabras. Y
callo,
porque el que huye también sangra,
aunque nadie lo vea.
Ivette Mendoza Fajardo