Diluvios abrochados
Quiero verter la cobija oscura del corsé,
enjuagar mis manos en la consigna de una
manga
llena de ojos frígidos;
emparejar el filo de este celo devorado
que nombra una soledad cordal —
una uña rascando el hueso digital de la
memoria —
en depuración hacia lo indeleble.
Con licencia para manejar en mi huella
digital,
con la limadura sabia de mis mejores lunes,
tejo el textil ardiente de mi
concentración.
Resuelvo la ecuación del apego
en su puerta giratoria, gemebunda;
aparto, por un instante, la ley de los
pesares
que filtra el fervor de una bala en ruinas,
esa que, como tobogán, deja su diversión
en el cigarro amado de unos labios de
corbata blanca.
La mancuernilla vivaracha excita
el boliche de mis avideces —
ruedan, caen, callan.
El disco volador y sus patines de hielo
me comprenden minuto a minuto.
El concierto de la trituradora de papel
se pierde entre las reglas del pecado,
hasta desanudar el tiempo en diluvios.
Ivette Mendoza Fajardo