Eternidad del guardabarranco
Van reconfortando los graznidos
melodiosos del guardabarranco en su
lejanía;
es sólo una sabiduría del vuelo recién
abierto,
de un trazo hermoso
que, en su existencia,
se aterciopela taciturno.
Mariposea siempre en la senda del amanecer,
cabalga en una nota musical
donde ha sido revivificado;
como aquel que encuentra una
sinfonía de madroños y flores azules y blancas,
desenreda la sombra, tanteando
sus retumbos que dan contra el viento.
¿Qué se puede hacer hoy y escuchar?
Repasa el alma su espejo gastado,
y queda tenue su canto delator.
Enarbola un júbilo de plumas y costumbres,
que, a deducir, queda;
la clara juventud
de su garganta vibrante bajo el dariano sol.
Ivette Mendoza Fajardo