Fiesta de ortigas
Tengo que doler cuando el mutis rompe mi
amargura,
para adormecer lenguas y exhumar el catre
que gobierna mis siglos.
He aquí, con el ciprés de la insistencia en
el hipotálamo verbalizado,
para comprobar si su balbuceo aún habita mi
sombra apretada.
Fiesta de ortigas de un verdugo suspendido
en mi mundo,
adonde llegué vestida de deseo con máscaras
de azabache.
Llegué sin esta voz corroída, joroba
penitente y tardía,
que, de prisa, llevaba el hábito empapado en
saliva y culpa.
Aun así, alcé mi copa a la rueda de la
fortuna.
Vacié océanos de vidrios junto a la malhumorada arena,
y juntos bebimos la suerte ya echada,
leales al vértigo de estar vivos.
Nadie cruzó conmigo la frontera de la
lógica cadavérica,
ni quiso aguardarme en la colina del
éxtasis.
Pero yo: devoré las consonantes vitales en
su reino,
dejando el amanecer consumido en su propio
jugo.
Ivette Mendoza Fajardo