En estaño
recorro la inmensidad de tu cuerpo,
líquidamente
hasta la sombra de tu mano.
Se reprograma en
mí un instinto de alma en pena
y una silueta sale volando.
Tengo un dolor
de lluvia mansa que calcula mis
pasos cuando
dormito.
Desde el
contorno de las esferas, un astro me abate
hasta el
espejismo de mi consciencia con las pestañas
de Dios.
Mis manos
sostienen el mecánico aleteo y su encanto
de una estrella
cuántica.
Salgo de gala
con mi vestido transparente y respiro la
nube blanca y
soy agua en su prístina esencia.
Desgárrame el
alma, o hazme cosquillas y déjame
saborear tu
inocencia.
Una libra de
fragilidad entre tanta indiferencia,
relámpagos
llevan mi dedos para aniquilarla.
Queda mi corazón
enclavado hasta que despierte
mi sexto
sentido.
Ivette Mendoza