Hombre del
casorio azul arpado
o del
contubernio descolorido
sobre azancas de
escamas,
depauperando
perfuma su morada.
Su frío desfogar
pasto de
insectos y manjar de agave,
avanza ya a un
empíreo de dunas atardecidas.
Con alas de
fanal entró
vestido de tul
continental y filis.
Lo hizo desde
floripondios de miedos,
a guarasapos
navegando en pesadumbres.
Ahí reposa
su hálito es una
nuez inane
una cuchilla
ineluctable en el limbo
de su propio yo.
Frente al mundo
entero
tálamo de
aserrín, chispa y hastío,
lo siento sin
mirarlo
en el centro del
relámpago aún sostengo
la sal lasciva
que sale de su pecho,
frente al nadir
de una amarga melopea.
Ivette Mendoza