Encendí la lámpara
de la fertilidad
y precintó el corazón
con una sola hoja de trébol.
Un baúl de
confusiones y un libro trastornado
van cargados de arcos
y de flechas,
de astucia y de artimañas.
Cambié caracolas
por dos bucles de oro.
Con la piel bronceada
y el crujido de puerta oxidada,
en algún hilo del
miedo el pistilo con el dolor
parturiente de
las uñas une las furiosas risas.
Ivette Mendoza