Clausuradas las justificaciones
Clausuradas las justificaciones, pues, los
ojos alientan
sobre el esmeralda ahuecada increpadamente
de la tierra -lámina lamida, motivación
virginal
que despliega sanatorio sabueso de tardanza
gentil
substrayendo su angustioso cojín contra tus
sienes-,
el elixir prodigioso que brotaran toga
ritual anuentemente,
también del edén te ha extrañado la
parálisis del sueño.
¡Ah, calamitosa profecía de soledad
atrincherada!
¿Dónde fueron, entonces, tus pies de plata,
los escoplos,
las lágrimas penalistas de tus amores
pigmentados?
Fríos están los cielos de Paracelso cuando
las almas sensibles,
descalzas, van marcando parches en
plenilunio repetidamente.
¡Oh, qué maldición oculta tras cada astro
en fuga!
Calor térmico paranieves en sus dedos
majaderos
cuando azotan el trecho de la madre-muerte.
Calor equidistante cuando osan divulgar que
tu nadir
es un nadir más, es otro vacío lesionado de
astral osadía.
Las bocas de los truenos homeotérmicos que
ahora destilan
el rojo benevolente de la sangre esmaltina
y un dardo de rencor
reservaron para ti con profundo
encelamiento afortunado
en una situación que nunca saludarás de
nuevo un paraíso
con psiquis moteada de recapitular agreste.
¿Qué destino prorroga en el quicio de tal tenebrosidad?
Locked away justifications
Locked away
justifications, then, the eyes encourage
over the deeply
hollowed emerald
of the earth-licked
sheet, virginal motivation
that unfolds a
watchdog sanatorium of gentle delay
subtracting its
anguished cushion against your temples-,
the prodigious elixir
that sprang forth ritual toga solemnly,
also, Eden has missed
the paralysis of sleep.
Ah, the calamitous
prophecy of entrenched solitude!
Where then went your
silver feet, the chisels,
the legal tears of
your colored loves?
Cold are the skies of
Paracelsus when sensitive souls,
barefoot, repeatedly
mark patches under a full moon.
Oh, what curse hides
behind each fleeing star!
Thermal warmth like
snow on their coarse fingers
when they lash the
stretch of mother's death.
Equidistant warmth
when they dare to reveal that your nadir
is just another nadir,
another void injured by astral audacity.
The mouths of the
homeothermic thunders that now distill
the benevolent red of
enamel blood and a dart of resentment
reserved for you with
profound, fortunate jealousy
in a situation where
you will never again greet a paradise
with a psyche mottled
from rough recapitulation.
What fate prolongs in
the hinge of such darkness?
Ivette Mendoza Fajardo