La taza insospechada en sobresalto de nostalgia
Un remordimiento, en la mesa del silencio,
agita los adornos con jazmines de euforia.
Un piso exaltado, a medio terminar, se
construye
sobre nubes de oro y trigo.
Cierto viento disperso, en un brazo
penitente,
nos entretiene bajo el grifo impaciente del
desamor.
La puerta, de emoción inestable, renegada
de bisagras,
cóncava de cautelas, con distinta
apetencia,
con el asco novilunio, me deshace los hilos necios del ayer.
En otro lugar, la taza insospechada que
dejaron sobre esa mesa,
cierra sus puños para no herir al tiempo, y
el reloj, sobresaltado de nostalgia,
se suspende en el jardín de las caricias.
La hendedura es perversa; quien la quiere
llenar de buenos artificios
encuentra una mirada novedosa, con cierto
desaire en los siglos del olvido.
En una fricción de labios, de corajes
blandos,
la mesa suelta el timón del descontento y
no me ve temblar.
El pasado se recoge en mi pecho,
como un puño invisible que no aprendí a
soltar.
Una quilla en el infinito quiere divagar en
el espacio
de mi pálido milagro, y vuelve al mundo
claro y divino,
mi primavera es ya una imagen muy lejana en
el andén donde
no molestan los silencios que me dejaron.
Ivette Mendoza Fajardo
