El espectro rojo del martirio
Encenderá el espectro rojo del martirio que
condesa mis tormentos.
Sobre la noche, atisba mis flores de
concreto —por las cosas grandiosas
que en blanco yacen, prisioneras—.
Este pánico de lava busca descender en mí,
hasta sus nieblas fabulosas.
Los jades elementales del aullido, con sus
otoños de barro y sonidos
cósmicos, labrarán tus suspiros en cada
acontecimiento ufano y legendario,
habitando esos trigales entre la aureolada
silueta de este amor
y el turbio dolor de garras estrepitosas.
Ondularemos el sol clareado de esta tierra,
de gemido maternal, en cada vuelo de un ave
de trino magistral.
La mirada vagabunda de augustos días, de
cada amanecer,
se absuelve en los intervalos del abandono,
sobre su perfumada sepultura.
La noche del valor, en la elegancia del
gesto, detendrá su latir,
examinando tus besos que se acumulan en mis
labios al azar.
Una gota de cicuta derramada en una aurora
golosa de la materia ilusa
no ha muerto: ¡vibra en mí!
perdura en los caminos que ha marcado el
otoño,
con mis cicatrices que llevo de yerbas y
tristezas.
Contemplo, bajo los cascabeles que sudan
inquietudes
con el vertical pulso de tu aliento,
y los precipicios allanados que salen de
tus poros contraídos.
Edifica la labranza de sus lenguas sobre tu
corazón con su escarpín,
para caminar por las avenidas donde son tus
ojos las últimas horas
que se mecen y nutren en el anochecer de
esta poesía.
Ivette Mendoza Fajardo
