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viernes, 4 de julio de 2025

Costilla insumisa

 Un mazo de bronce golpea el esfuerzo
del crisol, en mi alma; sacude el yugo que hiere la unidad
de entidades fugaces, nacidas en lechos de humo
invisible, abiertos por las pausas de la eternidad.
La intangible extensión de la escarcha —donde
se agolpan siluetas porosas de antiguos miedos— desgrana
mi infancia, detenida en su propio deshielo a contrapelo, en pasos
precipitados.
Abiertas a todo eje, desde mi costilla más insumisa,
se purifican sus codos en los tintineos del alba, colmados
de ceniza dominical.
Y en su lodosa lámina de anhelo latente,
revierte a hielo mi frente gélida, vestida de soles recelosos,
y trepa hasta la cumbre opaca de un sueño sin aliento.
Todo desciende en un solo brinco con piedad natural,
con la curva sintiente de una luz pura, adormecida por el olvido.
O mejor: el lastre arrastra mi lloro de azogue,
condensando el vacío, más vivo que el fuego.
Mientras, en su instante renovado de penumbras
que retrocedieron hasta tocar la nada,
es allí donde mi sonrisa moldea el llanto de la tierra.
Presagio nuevas zonas de pampa y cielos de promesas,
por abismos inconmensurables,
bordados con razones tajantes que disuelven
mi ser en la tristeza, esa que se enrumba hacia el albor.
Ivette Mendoza Fajardo