La Noche No Me Ofrece Tregua
Con la sonora voluta, pintada de festines,
Agosto se pronuncia
con el descontento de la lluvia. El sol
sube rectamente, abundoso y asertivo.
Afuera, un fuego de meñique va atesorando
sus gurullos entre las almendras
empachadas.
Toda la pálida belleza de la yerba impía
escarmienta en el flujo mustio de su
sinfonía:
su cambiante mugir entre las agujas
victoriosas
de su timidez,
cual índigo agitar sobre el terciopelo de
su torbellino.
Ya nada, por la limosna mutilada de la
fragilidad, se aventura
en esta hora enigmática de cielos
disecados.
Y sus leves ruidos se mantienen, con sus
manos vacías;
abiertos los collares de tintas china,
pasan las proyecciones del heno fresco de
jolgorios
con hipnótico aplomo,
así como ventanas mentales de sus temores:
temen
a los carniceros cristales intempestivos.
La noche es un retornar sobre las
alambradas de placeres,
de vientres esponjosos.
La noche se incorpora a mi enorme
melancolía,
y yo no pido tregua.
Ivette Mendoza Fajardo