El Fuego Magro de la Permanencia
Juntos arañábamos el fuego magro
de la permanencia, donde lívidos
paisajes —en brasas de dulzura— se
sienten,
y en la fuente del tacto tiritan con tu
emoción.
Las chispas andan en puntilla; se
creen
desnudas, dispuestas a entregarse
a tu ternura en fresas estremecidas.
Aunque la noche, allá a lo lejos, no
palpita
sus abanicos de brillo, en tus ojos
persisten.
¡Oh voluntad divina! Mundos que dejo,
fraternas rosas de la seda, vestidas de
nubes,
fueron el arte y las melodías fieles
que cosecharon pentagramas y renombres
en el soñar de la esmeralda figurada.
La medida fue esa rosa que, al unir, no
hiere...
Y qué angustia sentirá lo que allí
subsista:
tal vez el costado de la madrugada extensa.
Ivette Mendoza Fajardo