Emancipadas ataduras se forman en tu silencio crepitante
Emancipadas
ataduras se forman en tu silencio crepitante;
las
zarpas de la noche, cual húmedas grutas desafiantes.
Vengo
del vacío perene de tu presencia, que me hace divagar en
extravagancias
;por esta ansiedad que me mueve la vida de modo sutil.
El
tiempo se quiebra en las garras del útero, cual luna tocada por un sol bilioso
que
como al corazón, bombea un mensaje circunspecto perdurando
en
sentimiento inmobiliario; doliente de clemencia soñolienta.
Tu perfil tiene esa magia de empañar amenidades y en la mente se
cobija
satisfecha confiada en su despertar intermitente.
Un
pistilo que lucha por ser sendero de ilusiones que madrugan con sus
acentos
tercos y rebosan lentamente a mitad de la noche;
ante
el ruego es savia y es montículo de tierra que amasas para darme
figura
de bisonte; mientras asimilo su calor y su luz dando
temblores
y sobresaltos en tu alma sorprendida.
El
saludo matinal del virio, oscilante y
blanco,
ve
subir con retenido esfuerzo la allanada tarde insulsa de las sombras.
Latigazos
de corduras encalladas desordenan su desnuda greda
y nos
rodea el fastidio, que es un mar oscuro más denso aún que la sangre.
El
cielo en cambio está enfermo de liturgias infinitas en las lejanas mañanas
perezosas hurgando estómagos vacíos.
Ivette Mendoza Fajardo