Y todos los amaneceres se están frotando sus pieles
Y todos los amaneceres se están frotando sus pieles,
dentro de sus pechos se encubre el frío lamento de la
noche,
una tumba de humo desilusionada de amor,
un lienzo de color neutro abigarrado en los brocales del
silencio.
Todas las auroras gozando la verdadera felicidad,
un sendero que compara tu soledad como un reino de
sequedad,
y hunde tu voz dentro de un frágil momento, como
calabozo o penuria.
Heterogéneos sollozos, revolotean como aves locas,
como aguas
detenidas en la religiosidad de idas y vueltas que mal
pronuncian
el nombre de los vientos.
Censura calmado el plenilunio del troquel, vigilaba en
su guarida,
la liberación del crepúsculo matutino, de reprimir el
dolor de las
horas.
Al tacaño atardecer, en él se percibe alguna vez una
descalza muerte,
posándose en el arrugado neón del sueño.
Ivette Mendoza Fajardo