Un bosque de cabellos marchitos
Un bosque de cabellos marchitos
aprieta el escueto campanario.
Es la bandera del fuego y la venganza
que reside en el viejo milagro de la memoria.
Las cartas royales siempre son las falanges
frugales sabias y dulces, silentes y pálidas
como un envoltorio incierto de penumbras espías.
Trepa una polilla de fragancia inquisidora
con la claridad del sufrimiento,
con las ubres del légamo y la espuma,
—grilletes de la ingle o pezuñas de la piedra—.
Los corazones cavilan dentro de los prismas,
pagan sin sorpresas la incoherencia en la marisma
cobriza, de océanos de fiereza estéril.
El acueducto de la indiferencia está triste y en
silencio.
La conciencia escapa como mariposas en el ocaso.
Exánimes distancias y bicicletas dominan un viento
pretérito.
En el desván cantan siempre mis uñas alegres con
poderoso
esfuerzo.
Ivette Mendoza Fajardo