Las gaviotas felices danzan sobre el espejo naranja
Las gaviotas felices danzan
sobre el espejo naranja.
Trepida mi corazón acelajado, en sus
luces internas.
En el vergel matemático
el aroma de una ecuación rasga inadvertidamente sus aristas.
El viento zigzaguea de una
forma paradójica.
La sombra rumiante es casi un
ventrílocuo imponente.
Y en este entorno el silencio
navega en la quinta dimensión.
Mi niño interno tiene olor a
primavera, y candoroso asombro.
Y, cierto, hay un tiempo
paralizado: esbozos
que el puede aprisionar como
ternura, brisa nielada de un existir
ya existido,
considerablemente.
Todo palpita: un martillo taladrante, la
cocina trasnochada, los cuchillos,
los platos, las computadoras,
los manteles. Los celulares chismosos,
el cuadro de Van Gogh y esta
casa solariega, todo palpita, todo palpita.
Veo más allá de ese horizonte
altivo. Veo un cielo cobijar las almas
desesperadas.
Atravieso la penumbra categórica con alas
predestinadas.
Pienso en una aurora
solitaria, de pronto,
acariciada en sus manantiales
curativos. ¡Oh fortuna inacabable!
Corrige el pensamiento de su
llanto plañidero.
Día sosegado y dichoso, de
amor puro y oloroso a crisantemo, tronado.
Ivette Mendoza Fajardo