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sábado, 21 de junio de 2025

Lanza sin Destello

Quizás bruño la trama incandescente del jade al libreto del clima
en su angustiada compostura,
entrelazando crines y espolones con vuelo de libélula,
mientras descubro lo sensible en el recinto de constelaciones
y piruetas.
 
Respiro savia de seda en su caudal,
el postulado que nos espera y no niega lo entero y lo abrupto,
el alarido del único sátiro con semblante de espectro.
 
El amor deja de ser conjuro con ojos tornasolados
en corazones nuestros destejidos
y renueva la armazón de la mesura,
como una pausa de hostia en paladares esparcidos.
 
Soy el alba que inscribe en el aire el misterio de la nada
con el último haz de su propia lanza sin destello
lo que alguna vez fue: un racimo de voces
proferidas sin rozar el yo con la hondura.
 
En la llamarada consentida de una flor, mis versos me
esperan en el umbral de lo sentido y lo latente.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 20 de junio de 2025

Oleaje en el Barranco Aridecido

Yo trazo la sombra desde el asombro dulce de corazón,
una revuelta íntima en la claridad de una llama férvida.
En el borde de una nueva primavera, delimito
la señal que se disuelve en su propio gesto,
el hueco que se forma donde el aire nos vence.
 
Borro los instantes junto al mar, y miro su fin,
jugábamos —dos latidos con clamor hacia el infinito—
en un pulso que no cabía en los astros,
ni en los atrios del reflejo compartido.
Pero lo inerte, lo que no pulsa en la sangre solar,
yo lo anclo con la estela de mi oleaje.
 
Forjo analogías salobres para cada ademán,
figuras que surgen en el soplo sin destino
donde la palabra sólo es la abismada anáfora dormida,
si se escapa de sí misma,
sí vibra en la fuga de su sentido, en el barranco aridecido.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 18 de junio de 2025

Silencio Desenvainado

Desde el hueco de cristales concéntricos,
el brío de la brisa renueva mi quimera
con racimos de cadencias transitorias,
que arrastran las aves, tallando las mañanas apasionadas
sobre el pentagrama flotante de la ciudad sinfónica.
Y es en mí la obra musical de mi presentimiento eternizado.
 
Mis pupilas archivan visiones en giros menguantes:
confidencias entreabiertas, selladas a la clandestinidad
del tacto.
En la penumbra recién huida, la razón arde,
como dos bocas que se funden en una larga despedida.
En fuentes desventuradas, el mutismo se vuelve
el verbo inusitado,
suspendido en su estallido para alcanzar la pantorrilla
de los cielos.
 
A lo lejos, la extinción y el deseo luchan por el estruendo,
por el resguardo del precipicio de claros dolos.
Tensa la cuerda rota,
como el legado sagrado de los dioses en vientos esculpidos,
desenvainando lo caótico que deja mi silencio.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 15 de junio de 2025

La memoria del rocío que exhala ceniza

Me envuelve una niebla de mancha irrespirable,
la ciudad se retuerce bajo su mordida feroz;
los árboles imploran al vidrio ceniciento,
caen, arrastrando secretos del río en celo.
Tu sonrisa generosa se extravía, y yo
en avenidas donde el aire se quiebra conmovido.
 
El pulso sombrío del hierro, me oprime y
sacude mi rutina con impaciente desazón.
Me sobresalta el pecho con su prisa.
Al otro lado del cristal,
contemplo el ocaso del arco iris: la memoria del
rocío se enturbia coronado de vapores desvaídos
y un canto fúnebre envuelto en pena, de tez rosada
exilia su aliento entre carcajadas.
 
Para despertar preceptos de dulces existencias,
desentierro cántaros de sílabas adoloridas
y edades de espejos esquineros,
persigo umbrales cifrados y señales oxigenadas,
revuelvo brasas de pétalos y cortezas.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 13 de junio de 2025

Flor de escarcha y pregunta

Es la flor sombría que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos, enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel momento?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 11 de junio de 2025

Lágrima sin fuente

Del jardín caluroso junto al origen,
se enfrían mis generosos rosales,
con un aura de gracia y de enigmas,
me transforma en el rudo torbellino
arrebatado de corales.
 
Una sombría cascada en tu inteligencia
dio el equilibrio que mi cuerpo toma;
hoy mi pecho anochecido como el vino es,
la vida que me rompe en pleno encanto
de clemencia.
 
Directo, el corazón atribulado lo percibía,
y los hilos, por la tristeza despistada, lloraba
y arrancaba de mi voz la dulzura del mañana
sin saber lo que yo decía.
 
Con ella surjo al miedo más arcano,
en sus corrientes hondas me desvía,
y nada sirve; todo está yermo en mis manos.
 
Muchos años han pasado, y una lágrima,
desde su fuente, todavía no seca y yo
sigo aquí día a día.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 9 de junio de 2025

Cien colores hacia el alma

Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto, sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado, tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
 
¿Quién aúlla guarda superdotados movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle rota,
desde los cuatro elementos disecados al olvido?
 
De pronto, todo se detiene, con lava embriagante
desplegada de energía; donde después misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo triunfante.
 
Cien colores se unen al corazón mío, con el aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
 
La plegaria del pez goloso
 
Yo percibo rimas como brillos locos de bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su luz imprecisa.
 
Rodeada de nubes, contemplo la cuna, rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de suaves trinos.
 
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos —primor
de reina prisionera de una tiniebla del amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 8 de junio de 2025

Vapor Ceremonial en Gritos de Duelo

El tiempo que contagia las persianas del olvido
es mi vida: vapor ceremonial que grita duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin miedo.
 
Titubea la imagen, engañosa, cuando pienso en ella,
lentitud que arrastra el mundo, escalonada y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
 
Es el aposento del alba pura
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota herido.
 
Es purga harapienta la confianza vacía que adoro,
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza




sábado, 7 de junio de 2025

Bajo la torre de marfil

Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.

Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.

Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.

Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.

¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.

Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 6 de junio de 2025

Botones de ilusión bajo tormenta

Huracán melancólico impaciente
me crece en el pecho y no espera, pero vuelve intocable
sobre pirámides que imagino entre parpadeos,
con elogio oscuro y botones tibios de ilusión.
Una muralla se derrite dentro de mis manos,
su pendiente da vueltas en una merienda amarga,
y me disuelvo en humores que ya no reconozco.
Salvavida sin rumbo soy, ermitaña en tránsito
por las calles turbias que me habitan, con el viento.
La tormenta florece como un presagio de lo que seré.
Una rana dormida respira en mi sombra,
su frivolidad renace en un gesto olvidado,
bajo felpas que laten como pañuelos agitados.
El pellizco deja una huella en mi carne quieta,
la cutícula, irritante, como mujer que grita dentro
de retratos tristes y nítidos pendones sobre
una bandera que cuelga en la penumbra de las flores.
Una orquesta dentro de mi ser
ensaya su última perorata contra la lluvia.
El látigo nace del brazo de la noche que me niega.
Mi sudor es ave bajo ciudades que gotean cielo.
Revista Vanidades flota en mi desgano,
y la luna, en pozos callados, insulta cuervos
que, con máscara de falla, saltan desde mis ojos
para levantar lo poco que aún pulsa en mi danza inconclusa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 4 de junio de 2025

Mares, Faro del Saber

Revelo insomnios despreocupados en mi espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
 
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
 
Insectos de marca neutra habitan mis auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
 
esa lengua traviesa que disputa tesoros perdidos
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
 
Desaparezco en el procesador de la hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
 
Solo tu voz me pertenece, entre lo verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo



La Encrucijada del Pedernal

Copas de labios auríferos, se abren
sobre la oquedad hambrienta de lo que calla.
Cabezas lavadas, estalactitas enfermas,
engordan de sombra bajo mis dedos pulgares.
Armiños ardiendo en tus ojos de luna, solo tú,
cruzando la soledad negra del deseo.
Eres tajante a contraluz, una punzada en la boca,
niebla y violín al borde de mi espina.
Entre chicharras, saltas, te quiebras, tiemblas,
y tus veinte caletas abiertas me llaman sin miedo.
Corazón de carne y delirio, indivisible,
llegas a mí oliendo a mies mojada, a historia viva,
a llamarada tropical que derrite mi cintura.
Oh guante de tu voz susurrante, giro de planetas,
sientes cómo mi lengua se enreda en tu barba áspera,
cómo me evaporo en tu noche caliente de amaranto.
Escucha: mis huesos se parten en las cuevas del silencio.
Vives en la tormenta de mi cuerpo,
oh anís salvaje, dulzura hecha bruma,
que me tocas desde el alma hasta el cuello,
desnudando mis cenizas.
Y cuando se rasga el velo de la razón,
me empujas a quedarme a vivir en el filo del gozo:
bello reloj de jade, en paladar agudo del tic tac,
la luna cava su piedra en la encrucijada pulposa de anhelos,
y me sostiene, desprovista de todo, mientras caigo
en tus brazos apretujándome con tu alma de niño.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 3 de junio de 2025

La flor del beso Afortunado

Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
 
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama invisible.
 
Con virtudes y defectos, la puesta del sol es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida, filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la exótica
beldad de un verso acariciando tus cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 2 de junio de 2025

Caminar contigo en la noche

En aguas celestes de mirada temblorosa,
se cierran despacio las grietas de mi corazón.
Atrás quedó el círculo de fuego, candil
del manantial donde pagué mis errores.
Me preguntaste qué había hecho:
te hablé de dudas, de hambre de vida.
Cuando seguí andando, viniste conmigo,
tus frases ardían en mi espalda,
sedientas, agudas, vivas, crueles.
Dijiste que mis sueños eran fantasía,
que apagara la calma, coronada de espinas,
en el vendaval de tu cuerpo, en el arte de una
borrasca, quebrando mi presente.
Reías mientras la noche se extendía,
y yo oía los sollozos —bajo alas—
de los que habitan la frontera del olvido.
Y supe que el final estaba aferrada a tus dedos.
Subo hacia la claridad, me repito, desprevenida,
pero, ¿dónde está la ternura de una flor que me reviste?
¿dónde está la voz que firma promesas, dónde el ardor renace?
Camino contigo en esta noche, y dentro de mí,
algo se rompe: no sé si es la esperanza
o la tibieza del sol que ya no me alcanza.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 1 de junio de 2025

Entre sombras y deseo

Oh, presencias sin rostro, te vi florecer lento,
como si el deseo tomara forma
en aquel beso inventado por tu inocencia.
¿Y yo? Desnuda entre ramas de insomnio,
cuando el amor se escapa, se vuelve ilusión,
apenas un suspiro que no vuelve.
 
Mi boca te llama con fuego contenido,
por ese pasillo donde cruzan
la pena y el placer entre sombras.
Y solo recibo el nudo en la garganta
de lo que ya se ha ido.
 
Un papel con aroma en la orilla de la frialdad.
Aves ciegas giran en el rocío,
que tiembla antes de romperse en gozo.
 
¿Quién me llevó al límite de tu sombra callada?
¿Quién usa el vestido
que llevé en mis sueños rotos?
¿Cómo la luz de tu alma encendida
corre detrás del velo del silencio?
Y este recelo que trepa,
como lluvia sedienta entre mis huesos,
dobla ramas sobre mi cuerpo detenido
en la tierra,
como una tarde que se hunde con los ojos abiertos.
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 31 de mayo de 2025

Los Geranios Siguen Amando

Los geranios te guardan en la sinrazón transparente,
donde habitó el sonido de la luz adentro,
conjugando el episodio excitante que nunca termina.
Es una senda florida que atosiga los fragantes sentimientos
que desbordan mi asombro.
El sentimiento edifica los telares de sus carbones,
y conversa en lenguas a flor de labios,
revolviendo por dentro
mi palidez turbulenta, este latido
que se inclina ante el manto de su voz.
Cascabeles de habla, silueta moribunda del rigor,
me empujan a besarte en cada estación posible.
Es la secreta perseverancia que me invade
en la levedad melancólica
de esta vida mía, rebosante de ternura imposible.
Sé que no volverás.
Alucino con los encantos de la bocina extraviada,
saboreando la fresca hierba del sonido
hasta la exhalación final,
en esta huida disecada de ritmo virginal.
¡Los geranios se pierden en sus luces de dolor…
y aún así, siguen amando!
Ivette Mendoza Fajardo


miércoles, 28 de mayo de 2025

Flor del Yelmo

La acacia, dormida, está de fiesta. Yo la miro. El pliegue marino, triste, piensa conmigo.
El león se filtra por los nervios de esta hora cristalizada,
y sus ojos, hambrientos, irrumpen la distancia que me separa del mundo.
Una marca de sueño eléctrico altanero convulsiona en el aire del salitre,
y siento que la psique de la hierba va coronada de sentimientos que pesan.
La tempestad levanta su látigo espectral en la primera tolvanera de la tarde
y algo en mí se sacude.
El país aprieta su corazón sangrante, sembrado de ciprés en la hoguera,
y yo le doy las manos a quien comparte conmigo un pan de estrellas.
El león recita los versos de Neruda.
Está a punto de romperse a llorar dentro de su caracola imaginaria,
y en su vientre siento crecer al muñeco santero.
El resorte destructor todavía aviva la canción sobre mis pestañas,
pero desvencijado tropieza envejecido, y me dice “yo soy tu boca”,
con el desapego de las nubes. Resignado, muere contra la pared.
Yo atiranto la pausa de su soledad.
La hormiga huye temblando. Con sus extremidades marchita el clavel.
El violín se acerca para detenerla.
Cae en la hoya del letargo y caza terciopelos enamorados.
Caza indefinida. Terciopelo en trozos de vida. Tiempo vengativo.
El semblante de los muertos estudia la aritmética de la pólvora.
El rezongar del león entrecruza los nardos de la calumnia.
 
La flor del yelmo está escarmentando. Su vejiga enferma pacta con la muerte.
Y yo observo cómo la gaviota errante vuela en un ritmo rimbombante.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 27 de mayo de 2025

Piedra Sórdida

Piedra sórdida. Espiga ceremonial. Sensación foránea y acantilado.
Cristales humildes horadados en ademanes de noches desvaídas.
Ideas estelares ennegrecen girasoles que olvidan
entre montañas venenosas bordadas por el abismo.
 
Abrupto. Eternidades verdes. Sensación foránea y nieve prepotente.
Ademanes espejados sin ceremonia ni silencios de osamentas...
La noche congela la virtud. Trampas de zapatos mártires y quietud.
Gimen las escamas, en sucesión pertinaz de la constelación del perro.
 
Montañas venenosas. Plumas de la marea encantada.
Espiga ceremonial y petróleo solitario, fundando tesoros resonantes
en gargantas de flexiones en cuerpo estremecido.
Langostas de paz profunda corren en ademanes de silencio desvaído.
 
Concierto de cucharas. Penumbra. Mecánica muscular del tiempo.
Relojes cósmicos torturadores. Batallas de ideas estelares.
¿Alguien habrá visto que alguna vez tuvimos la cabellera sensible de
la fría oscuridad en lágrimas pluviales?
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 25 de mayo de 2025

Cabelleras de Algoritmos

Un tetraedro con detalle caprichoso
busca la estampa de mi pensamiento.
Esta, que articula los ribetes amarillos
del acecho, se sitúa en el receptáculo
de nuestra tristeza y de nuestros cuerpos.
Husmear verdades blancas nos toma
de las manos, suavizando asperezas.
Miro fórmulas, dosificando el espacio y el tiempo,
mientras mis dedos, por el infinito, van gastados
dentro de lunas de inteligencia viva.
Mis pupilas son el cataclismo que llora tu aliento
con sabor a eternidad, halagando los muslos
del escándalo, que hacen sus robots numéricos;
y yo sacudo sus inquietas cabelleras de algoritmos.
Desciendo desde elásticos corazones
que, aplaudiendo, chocan y se hacen añicos.
Un número cotidiano es la razón que me desangra
de una vez y para siempre. Un número cotidiano
me hace cosquillas en mis costados, y con una
mano de madera china, yo lo ahuyento.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 24 de mayo de 2025

El pie de mi Abstracción

Bajo las cucharillas de la muerte,
y dando una sola vuelta
una lechuza se me presenta relevante,
y caducan mis horizontes de alergias,
multicolores:
florestas de cielos derrumbados, quizás extraviados
arrancan huracanes en cuclillas delirando
dentro de aguas secretas, y gozos en sillas plegadizas,
alguna nube persiguiendo a su madre...
pero la confianza, en todo esto es para mí, más lejana.
 
Acudirán hacia los proverbios con sobriedad vegetal
en ramas coordenadas por sagradas
caridades, que desorientan la injusticia
de mis vestiduras con sus guardapolvos digitales;
o, si éstas son muchas, se despilfarran
a ocultar las hostias de mi carne.
 
Antes de la prisa, el pie de mi abstracción
saluda, corroído,
yace en las cuadraturas de topacios,
de besos decaídos, en oro titilante;
y arrastro planetas difuntos, y el neón
de luces artísticas hasta la mitad del ébano
reverencial, allí mi nostalgia está hecha y desecha.
Ivette Mendoza Fajardo



Calles del Ágata Vacilante

La palestra es el sonido de la paz que me hiere,
ornamenta de piedra este vientre mío de seda, donde
brotan ortigas sinuosas en el séquito de mis labios.
 
Es espiga perezosa del pasado y fluye estornudando
si mi alma camina sobre lenguas cansadas,
sí tus manos la equilibran en la necedad de mi desventura.
O acaso echa raíces, siempre igual, por las calles del ágata
vacilante,
por la caricia funeraria del tic tac de mi universo.
 
¿Es un abanico que se fermenta cuando muero
y en lluvia se me trasmuta?
Perdura oriflama en la plenitud de esta nada
tal vez destruye lo que veo: patines rebosantes,
y desde allí gravitan
partículas que no terminan de insultarme.
 
¿Y qué importa la razón de los gatos voluptuosos?
Como de la fresa promesante, como desde la gaveta
de un consejo que eclipsa.
A picotazos subimos por las arcas del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo
 

En la Calculadora de mis Sueños
 
En invierno,
se precipitan al abismo las mecanografías sin letras,
trituradas por mirra y espinas en revolución celeste.
 
He sentido cómo las noches viriles, de hieles perdidas,
se extravían dentro de una lágrima mía y derruida;
una gota que, al caer sobre el torso bien labrado
de un semblante antiguo, hecho de espuma hidrópica,
rompe la escena como tinta china derramada
sobre el horizonte.
 
Allí se enfrían cien minutos de agonía inexplicable,
y en las yemas rígidas sepultan nieves irritadas,
que han de regresar con las manos florecidas
sobre mis ramajes de dolor y redención.
 
Es en la línea abierta de mi cráneo donde se hiela la noche
y aguarda su juicio, dividido,
como un torrente ensordecido o una grieta amable y salitrosa.
Yo, acosando al tiempo —en la calculadora de mis sueños—,
renazco con cifras en los dedos, y mi voluntad alumbra
los castigos que huyen de una fiebre magullada y glacial.
Ivette Mendoza Fajardo




viernes, 23 de mayo de 2025

Océanos sin Fondo

En océanos sin fondo flotan rumores y fieras,
fragmentos perdidos, como si el tiempo olvidara
que los lirios ya no viven en estanques, sino en abismos
donde la espuma no distingue orilla ni forma.
 
Sigo un globo vidrioso, inerte, hundido en su órbita,
viajando por túneles de imágenes, guiado por hilos invisibles
hacia un abismo con lunas cosquilleantes.
 
Es una danza sin fin,
siempre guiada por una palma extendida,
que parece salvar y a la vez rechazar, estirando su humanidad.
 
Un párpado de alcanfor, que nos lee la mente,
crece con sonrisas frágiles
y al quebrarse, se vuelve cuchilla de vidrio.
 
Tiemblo cuando esa mano lo envuelve,
caricia afilada que eriza carne de papel.
Veo el musgo en sus sienes,
como quien revive su infancia,
la esencia verdadera de alondras,
la última silueta de labios amados,
ahogados en gemidos de mar.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 21 de mayo de 2025

Estatua del amor Blanquecino

Me sorprendió el desvelo de la estatua del amor,
alta y llorosa, vestida por manos pálidas
que rozaban las laderas antiguas,
en el valle donde habitan los querubines.
 
Su rostro sereno abrió mi pecho con cuidado,
y en mí brotó un diálogo sin cierre,
como mandíbulas cansadas que no cesan de llorar.
 
Entre mechones de plata y hebras en nudos nocturnos,
escuché el canto distante de un relámpago.
Vi esa imagen extraña que ofrecía su misterio,
sentí un adorno marchito rozar mi oreja,
y mi corazón aferrarse a sus pies de mármol frío.
 
¡No me quites el cincel renovado,
déjame pulir esta plegaria con mis propias inquietudes!
Imploro esa fuerza perdida en el tiempo,
porque ese desvelo me habita como un templo,
un vacío suspendido que gira sin respuestas,
mientras disuelve mi alegría en yeso vivo,
entre telas nobles y fragmentos celestes,
que me llaman a recordar lo que fue.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 20 de mayo de 2025

Soy este Latido sin Sabor

Mi corazón late sin sabor en alfabetos vivos,
mi tercer ojo, lúcido, acicala recuerdos,
y me atraviesa este ritmo de espasmos
que la ciudad me impone sin clemencia.
 
Llevo conmigo un diccionario exhausto, lleno de quejas laceradas,
y siento cómo mi talón se disuelve en el hueco frío de la soledad.
Soy esa lágrima de avellana que sueña,
esa arena que refleja el ruido ebrio del anochecer sin rubor.
 
Me levanto, intento atrapar una imagen de viento arisco,
mi mano derecha escucha las uñas que arañan el silencio,
y prende, con torpeza, la hoguera de sus melodías.
 
Me habitan espirales que se sienten como carne de cañón,
soy agua entrelazada en fuego, frágil como una pompa de jabón,
una monomanía oscura de pertenencia,
el dorso del desierto en natalicios que luchan con rabia.
Llueve ácido en mi verso del mañana,
y entre recuerdos dispersos en este palimpsesto del alma,
aquí, en el calabozo enfermo de la luz,
yo soy.
Ivette Mendoza Fajardo




Temblor en las Vigilias

Me detengo a observar cómo se repliegan las manos
que ayer se abrían como promesa sobre otras superficies
cansadas de pretensiones.
Persiste en mí el temblor de las vigilias
cuando acepto que volverás a tu rutina de dejar huellas
chillonas.
 
Yo presencio el trueque discreto de tu mirada,
esa forma en que intercambias silencio
por un poco de abrigo apenas sostenido.
Presiento que quien te daba sombra
ya no demorará su marcha en tu destierro.
 
¿De nuevo esta escena repetida?
Me acerco al laberinto opaco de mis ideas,
¿qué parte de mí aún quiere tu regreso
cuando sin pedir permiso deshojo lo intacto de tus días?
 
Tus incertidumbres son flores torcidas
y tus nostalgias tienen el rostro exacto
de quien empieza a convertirse en alguien
que nutre mi olvido.
Ivette Mendoza Fajardo




lunes, 19 de mayo de 2025

Donde reposa el letargo

Permíteme ser sombra, reposar en tus brazos:
ávida de reposo, tensada por la fatiga.
Existencia quieta que se escurre dócil por mis contornos,
donde mi llanto abierto carece de alivio,
vena quebrada que anuda con sangre el ocaso de tu melena.
Seré sombra silente, sin abreviatura,
vacío bastión que carcome la médula,
como soledad de alas en hilos de fervor.
Permanezco porque me consumo en la niebla,
porque ansío persistir, porque imploro cesar
y grabar con sal un mundo más vasto y efímero.
Permíteme ser penumbra que brota sobre tu boca:
lenta y en el nudo del sigilo,
desde tu torso abierto y tus pupilas oscuras,
ante el espejismo de ser la sucesora,
que desde mi sombra acecha.
Permíteme ser tú, tu esencia, que sin furia se expande,
corriente con temblor de borrasca que se precipita.
Estación que desfallece o delira, en mi costado en llamas,
que a escondidas devora mi pecho al amanecer.
Labios-jade, suaves, amargos y dolidos,
néctar en calma vertido sobre mi oleaje.
Que tus labios sean filo enrojecido,
boca que no indaga, que muerde mi fortuna.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 18 de mayo de 2025

Un Capricho en la Espera

A la tristeza por los oídos le lloran los días infinitos
pero nadie contesta en los laberintos del primor.
Quedaron encerradas a la orilla de tu lecho,
como las memorias vivas del deseo.
Entonces decidí poner un rostro helado y
juntar los silencios en las rocas lejanas
de tu enronquecida voz sobre mi almohada.
Y vi tu imagen, moviéndose como un péndulo
—colgada—
en el relámpago de la desolación y
mis tormentos. Era igual estar dormida.
Trazabas otra historia ardiendo insospechada
de madrugadas ácidas, entre la lluvia y mi broche
de violetas que proyectan tu sentir como página vacía
en mi lejanía.
Fui hasta el santuario donde enterraste las monedas
de nuestras verdades, ¡Todavía valen en la tímida realidad!
sobre figuras acaracoladas fantasmales de horas compartidas.
Y volví a decirte:
¿Hacia dónde vas en sereno tiempo, con el rostro escondido
como un capricho que se espera?
Ivette Mendoza Fajardo
La Sombra Borda el Silencio
 
Era inútil esperar una palabra doblada de todo.
Tu aliento, quieto, invocaba la flaqueza del deseo,
reposaba sobre la tarde como una promesa
que traía de regreso un milagro dulce
entre el crujido del frío.
Entonces entendí
que no hay regreso sin hambre,
que hay manjares ocultos en el crepúsculo,
y soles que no arden,
sino que despiertan como panes frescos
llenos de memoria,
rebosantes de perdones
que rezan al queso que se funde lento.
Pensé:
la sombra es como terciopelo,
puede bordarse también
sobre la lentitud de los párpados.
Y el amor como diciendo algo entre las paredes —
—ese amor que arde desde el barro,
que huele a tierra mojada —
se hornea en capas de savia y silencio.
Pero ya era tarde, y la poesía se había ido
con aquella bandada de pájaros
que supieron cantarnos bajo la briza.
Ivette Mendoza Fajardo 



sábado, 17 de mayo de 2025

La flor de tu sangre

La obsesión de garabatear sueños me arde en la epidermis,
sujeta máscaras de viento que se niega a morir.
Ese abismo que domesticó al miedo —pero nunca le devolvió la risa—
es quien borra los cantos que escuché de niña,
cuando el error crecía como fruto podrido en la rama.
 
Ahora me besa con labios de ausencia,
desde un amor resquebrajado hacia un hambre de ojos vendados.
¿O será el plomo en su lecho lo que pesa más?
 
El pavor es un muro de cristal: grita en mis venas y no cae,
como péndulo fijo en el aire,
como chaqueta abandonada
que no acepta la claridad del día. ¿Encenderá un cigarrillo?
Lucha con el vacío, aniquila al ocaso,
pierde su fuego de gratitud.
 
Los hijos del anhelo, desnudos, inmóviles,
gritan sin voz: yo soy la flor de tu sangre.
No hallarán descanso en la luz.
¿Quién los busca en su muslo agusanado?
Nacieron antes del tormento. Ese es su sino.
El abismo no vive en ellos. Está en mis cenizas, sin espuelas,
en esta costumbre de quemarme las manos
esperando lo prohibido.
Y eso… eso es lo que más duele.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 16 de mayo de 2025

Quién Habita en la Sombra

Yo perseguí la estela del errante,
descifré la clave secreta en la noche cerrada,
dejé mi garganta marcada por un filo de miedo,
y en mi ausencia, que gritaba sobre la arena,
forjé mi verbo preguntándome si aún eras sombra en mí.
Algo lúcido me estremeció las raíces,
escuché el murmullo de mi propia fuente,
vi mi rostro con extrañeza y pregunté:
¿quién me habita ahora? Me quité el desdén,
me senté a esperar con las manos abiertas.
Por vez primera, al mirarme, mi alma se rompió sin consuelo.
 
El soplo me arrastró lejos. Y fue entonces —
cuando el presente me rozó — que entendí el vacío.
 
Desde el balbuceo del alba rompí mis orillas
con un temblor que supo decirme. ¡Ah, caes a lo oscuro!
me lancé a sus brazos, besé su dicha, me dejé envolver.
 
La noche ardía entre nuestras manos.
La tormenta escribió su canto.
Nuestros cuerpos rasgaron el hechizo.
Y yo, con mi bufanda,
cubrí la desnudez que tú dejaste en la aurora.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 15 de mayo de 2025

Erizamiento de Miradas

Qué delicado el fulgor que chisporrotea
cuando asciende el día volando en adjetivos.
Derrama su trampa de semántica grandeza,
y huyen figuras en pedacitos de vida sin ruido ni tregua
del espejo distante de sonoros nervios.
 
Los ríos se rinden, a la indiferencia de las palabras
la ciudad se borra, en los confines del quebranto
la ciudad se borra en los manjares del paladar.
¿Cuántas veces morirá la ciudad antes de que nos toque?
 
Todo cambia al andar a ciegas:
gestos, rastros, sitios sin milagro buscando el amor.
 
La luz se desvive, roza en erizamiento de miradas,
quema suave, en la médula de turquesa donde
viven como alas que no recuerdan, solo de vez en cuando.
 
El tiempo —cariñoso, fatal—no lastima la sombra,
sólo cae, echando chispas guiado por su propio giro,
hacia este ahora perfecto, tan inevitable
como despertar.
Ivette Mendoza Fajardo
  
Las Ondulaciones del Recuerdo
 
Los nardos vibran por la sombra inerte,
y el corazón se ondula de recuerdos,
en ruta hacia mis lágrimas que no se rinden
aunque sepan que amar también es hundirse
bajo el grito seco de mi ira.
 
Esconden una penca que me quema,
la jornada de una caricia misteriosa,
terca como una burbuja al deslizarse.
 
Y mientras caen, clavan una cruz en la alta frente
que perseguimos cuando no estamos ciegos
de realidades ausentes, como ese deseo que no borra la noche
aun después de apagarse la luz cruel.
 
Lo sentimos lejos: cifrado en tu sombra,
quieto y completo, en las sienes ardientes
de la desolación que no espera.
 
Y cuando al fin nos vayamos, quedarán
frutos de desolación sin madurar.
Solo miraré aquel corazón
que me amó antes del nunca.
Ivette Mendoza Fajardo