Poemas Abstractos, Surrealista , Oníricos,Poesías, Poeta Nicaraguense Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz), Nicaragua, Managua América Central, sacuanjoche, Poemas Contemporaneos, Poemas

viernes, 11 de julio de 2025
Lluvia Ácida Sobre el Recuerdo
El recuerdo sopla en mi ataúd de lluvia ácida,
jueves, 10 de julio de 2025
El Fuego Magro de la Permanencia
Juntos arañábamos el fuego magro
de la permanencia, donde lívidos
paisajes —en brasas de dulzura— se
sienten,
y en la fuente del tacto tiritan con tu
emoción.
Las chispas andan en puntilla; se
creen
desnudas, dispuestas a entregarse
a tu ternura en fresas estremecidas.
Aunque la noche, allá a lo lejos, no
palpita
sus abanicos de brillo, en tus ojos
persisten.
¡Oh voluntad divina! Mundos que dejo,
fraternas rosas de la seda, vestidas de
nubes,
fueron el arte y las melodías fieles
que cosecharon pentagramas y renombres
en el soñar de la esmeralda figurada.
La medida fue esa rosa que, al unir, no
hiere...
Y qué angustia sentirá lo que allí
subsista:
tal vez el costado de la madrugada extensa.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 9 de julio de 2025
La Ruta Imprecisa
Desde lo alto contemplo. La mirada se agudiza
sobre arcos leves, faros que se adelgazan,
por llanos extendidos, donde los árboles
abrazan
la humedad del terreno que en silencio eterniza.
El río va trazando su ruta imprecisa,
atraviesa trigales, limonarios que se
enlazan,
y las orillas, verdes, musgosas, se abrazan
a la quietud del día que en mi corazón vuelve,
sumisa.
Vergeles que resplandecen con tonos
diferentes,
la tierra da su rostro sin pedir
recompensa,
y al final de la tarde, sin fuerza y sin
urgencia,
el mundo recibe lo que piensa.
Una corona de laureles baja a mi pecho
abierto:
son penachos silenciosos, sin fuego ni dulzores,
y el sol, al despedirse, sólo alumbra el
desierto.
Ivette Mendoza Fajardo
Alquimia del olvido
Yo, ser de soles, camino tras lo inédito,
tras el asombro,
aromas de incienso cruzan vientos de
ensueño,
melancolías de albores estrellados, sombras
que nombro,
donde en el gozo la luna-amapola arde en
incendio pequeño.
Una alquimia silente me toca,
soledad que abraza un horizonte ciego,
besos dolientes se disuelven en tiempo y
colores,
caricias de miel y acero, temblando en
temores.
Melenas de fronda y fuego me encierran,
mi descontento es oro opaco,
brocados vibran con un pulso incierto,
flores y vida que quedan quietas, sin
arrebato.
Y el miedo —punzante, latente, velado—,
abraza escombros, une olvidos y llantos
callados.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 8 de julio de 2025
Elegía de plumas cristalinas
Como un ave de voluntad soberana,
que, tras ardua derrota, se eleva osada
sobre la aldea desvelada, indiferente a su
ruina,
solo para arrebatarle al mezquino cielo
la jaula donde extravió su dominio...
Así, tu alborada —con ímpetu tardío—
sacudió mi aspiración más noble:
la de pensar en otra cosa, lejos de mí.
La bruma en su letargo, como plegaria
nueva,
se deslizó valiente sobre mis pies
hasta alcanzar
la distancia que aún huele
a lo que nunca supe retener.
Un resplandor escondido me devolvió aquel
instante
que el destino había dejado en pausa,
reclamando al sol su derecho a ser.
Y entonces vino otra aurora.
Una que iluminó mi paz
con la precisión de una conquista.
El dolor, gris y disperso, huyó.
Y yo, acechando aún con plumas cristalinas,
recibí, por fin, el abrazo ilustre
de una elegía que me ama
como si yo fuese su hermana fiel.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 7 de julio de 2025
Alba navegable de mi epitafio
Risible azul, reacia forma en que miro
o finjo el instante: recuerdo que me brota,
arduo,
como el grito glorioso, ya mortecino; mi
mano cansada
es dueña del dolor frente al dolor de un
espacio soleado.
Oscurecido zócalo, en cuya boca estival
fui cenáculo de aves adolescentes, y en
placeres
vengativos, besé el fondo atirantado de mis
propios sueños,
rajando el semblante menguado de mi
sonrisa.
La inocencia, maleada en el aire que
respiro,
resbalaba, jubilosa, como pudo, de cabeza,
cuando yo la miraba,
para no ser el alba navegable de mi
epitafio.
Y se me consumió la nostalgia, también la
inquietud,
al probar la codicia de una oruga de
niebla: y qué más,
yo tenía que sostener la muralla del
mundo...
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 6 de julio de 2025
El espectro rojo del martirio
Encenderá el espectro rojo del martirio que
condesa mis tormentos.
Sobre la noche, atisba mis flores de
concreto —por las cosas grandiosas
que en blanco yacen, prisioneras—.
Este pánico de lava busca descender en mí,
hasta sus nieblas fabulosas.
Los jades elementales del aullido, con sus
otoños de barro y sonidos
cósmicos, labrarán tus suspiros en cada
acontecimiento ufano y legendario,
habitando esos trigales entre la aureolada
silueta de este amor
y el turbio dolor de garras estrepitosas.
Ondularemos el sol clareado de esta tierra,
de gemido maternal, en cada vuelo de un ave
de trino magistral.
La mirada vagabunda de augustos días, de
cada amanecer,
se absuelve en los intervalos del abandono,
sobre su perfumada sepultura.
La noche del valor, en la elegancia del
gesto, detendrá su latir,
examinando tus besos que se acumulan en mis
labios al azar.
Una gota de cicuta derramada en una aurora
golosa de la materia ilusa
no ha muerto: ¡vibra en mí!
perdura en los caminos que ha marcado el
otoño,
con mis cicatrices que llevo de yerbas y
tristezas.
Contemplo, bajo los cascabeles que sudan
inquietudes
con el vertical pulso de tu aliento,
y los precipicios allanados que salen de
tus poros contraídos.
Edifica la labranza de sus lenguas sobre tu
corazón con su escarpín,
para caminar por las avenidas donde son tus
ojos las últimas horas
que se mecen y nutren en el anochecer de
esta poesía.
Ivette Mendoza Fajardo
sábado, 5 de julio de 2025
Corazonada de los siglos
Porque los sueños celados con poder divino
son las voces de los siglos, en una
corazonada de recuerdos;
un camino donde intuyo un fin, un grito
eufórico
y sin dolor,
que a veces una ninfa —libélula solitaria—
también llora, mordiendo amores verdes de
visiones y recuerdos.
Desde ese embrión sagaz donde se mide la
hendidura de la palabra,
la forma pura, como cápsula, suena: la
campana al pasar por un gesto leve,
donde dulces labios y alumbramientos se
contraen, sin certeza alguna,
mientras la antigua rama de la oscuridad se
incinera en frágiles equilibrios.
Hubo, entonces, una mano singular hecha de
inviernos,
para que pintaran, con su emoción, la
cabellera gris del aventurado miedo.
Mientras, la mañana imperiosa, coronada, de
ilusión se quiebra
gélida, en mi soledad.
Vuelvo por su empeño
y nazco en el presentimiento de la arcilla,
con la delicia jubilosa de una mirada
estática
en el quebranto del talento.
Junto a auroras luminosas
y a los jazmines del tormento que bostezan
por las fraguas de la eternidad,
regresaremos al cansancio que invoca un
largo caminar,
por aquellas calles deshojadas por el
tiempo.
¡Tributo del destino, o lágrima apetecida
sin frutos… rememoran!
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 4 de julio de 2025
Costilla insumisa
Un mazo de bronce golpea el esfuerzo
del crisol, en mi alma; sacude el yugo que
hiere la unidad
de entidades fugaces, nacidas en lechos de
humo
invisible, abiertos por las pausas de la
eternidad.
La intangible extensión de la escarcha
—donde
se agolpan siluetas porosas de antiguos
miedos— desgrana
mi infancia, detenida en su propio
deshielo a contrapelo, en pasos
precipitados.
Abiertas a todo eje, desde mi costilla más
insumisa,
se purifican sus codos en los tintineos del
alba, colmados
de ceniza dominical.
Y en su lodosa lámina de anhelo latente,
revierte a hielo mi frente gélida, vestida
de soles recelosos,
y trepa hasta la cumbre opaca de un sueño sin aliento.
Todo desciende en un solo brinco con piedad
natural,
con la curva sintiente de una luz pura,
adormecida por el olvido.
O mejor: el lastre arrastra mi lloro de
azogue,
condensando el vacío, más vivo que el
fuego.
Mientras, en su instante renovado de
penumbras
que retrocedieron hasta tocar la nada,
es allí donde mi sonrisa moldea el llanto
de la tierra.
Presagio nuevas zonas de pampa y cielos de
promesas,
por abismos inconmensurables,
bordados con razones tajantes que disuelven
mi ser en la tristeza, esa que se enrumba
hacia el albor.
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 3 de julio de 2025
La mano no perpetuada
No perpetuaré la mano de tu miedo,
aunque el recuerdo, florecido en mi sangre,
reviente como burbuja en la memoria: arpa
desnuda.
No hay orilla prófuga donde entregarme,
exhausta, en una efigie
herniada, ni fingir que puedo
detener el tiempo sin dibujar el corazón
fatigado
de mi carne, abierto como un fruto que
sangra
en los relámpagos de tu campanario errante,
sin lucha ni salida.
Derrocharé, frente a ti, los colores de la
razón,
en medio de los ejes del mundo—unos labios que no han mentido—
mientras se abren, ante ti, mis horizontes.
No te guardará el pulir de los cielos
ni el cálculo de sus navíos,
grabados en rocío, de una vez y para
siempre.
Porque soy
un torbellino en desolación, un trueno
espumoso de nostalgia
en estado puro, un árbol en tu simiente que
engendra canciones
de amor.
O quizás: la ola universal en surcos de
violines risueños,
dentro de mis lunas femeninas.
¡La vida no ha muerto! Recoge sus hebras de
crisantemos.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 30 de junio de 2025
El polen de la saciedad
Raras son las diagonales que conversan,
las que acaban resignadas con los hombros
caídos,
jadeando casi a diario con prisa contenida,
adormecidas como cuerpos en el polen de la
saciedad,
donde la blancura jamás se desconoce.
Se enredan en los flecos de mi mente
como vítores que nos aplauden en el vacío,
como quien se cae al ulular de un bálsamo
que llega por las fisuras de mis poros,
sin el fulgor naranja de ningún atardecer.
Es mi geometría, al centro, la que insiste:
toda ella, en el brillo
de tus bravuras eternas,
dibujan diagonales en el mapa de los dedos,
apaciguan el diluvio de imágenes y
recuerdos.
Hallan su trinchera en el álgebra,
su gorro frígido bajo un Tótem de silencio.
En cada una hay un inicio escondido,
una grafía que hiberna
que no se rinde al deshielo floreado del tiempo.
De nuestras imposibilidades brota
la telaraña huérfana,
y teje formas nuevas
en el andamiaje de mis sueños más bruscos.
Ivette Mendoza Fajardo
©
ISBN 978-1-0696149-0-2.
sábado, 28 de junio de 2025
Me Requiebro en tu Olvido
Y ahora, en ulcerados fragmentos de
desahogo latentes
y decrepitación fantasmal, vuelvo a
recordarte en el
quizás del instante.
Siembro la nostalgia en maletas inasibles
con visiones embriagadas de un no para
siempre,
persiguiendo acertijos de escritorios
sangrantes,
como botellas llagadas en el humo dantesco
de arrecifes que desembocan, alineados
todos juntos.
Están en desmemoria los que abren los ojos
a la boina
del silencio,
sin notar que el oído va revestido de lunas
legendarias,
titubean en grifos de metales anónimos y
resentidos.
¿Y quiénes se aferran en esa larga espera
del momento?
Crece una cuerda de barro en mi asfixia de
malos amores,
una voz atrincherada que tambalea al verse
reflejada
en su propio ocaso.
Mientras caminamos sobre los frutos
sagrados del taburete,
intento hallar el cajón donde se guarda lo
que tú piensas,
en las horas que, a veces, ya no son las
mismas.
Desde el ornamento del mamut que aguijonea
una distancia,
rumbo a su desgracia interna, me requiebro
en tu olvido sin fin.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 27 de junio de 2025
La sintaxis del relámpago
Habrá de ser el vértigo de la distancia
infantil
que recuerda el anonimato en el espejismo
ambiguo.
Cada lluvia de senos tiene su festejo
y modifica al ordenador con sus múltiples
arrugas.
Cada relámpago vierte su sintaxis de amor;
una mirada con zapatos rotos crepita en
la trampa que se corona reina en el vacío,
sin incendiar aromas de oídos ermitaños.
A veces, el parlante se asfixia por las
calles.
Serán abandonos prestados que mueren de
repente
en el cementerio del útero, bajo la lápida
del pecado
virginal;
de ese confuso ideal que lo heló en sus
clavículas,
al que cuelga mundos en el borde del
peligro
y del tiempo que sopesa la nariz de las
balanzas.
Hoy, moratones de viento telequinéticos
y constelación de mi boca,
que se escapa al brindis de un vaso de
leche,
se refugian en consignas y telones
que se alzan en utopías cifradas por los
siglos.
Son artificios de muebles carcomidos,
libretas de lumbres del relieve,
alarmas desmesuradas en ruina.
¡Flema del ojo en la burguesía alada!
Ivette Mendoza Fajardo
jueves, 26 de junio de 2025
Roca Aborrascada en Demasía
Vacío estuche desvalido de flechas y
vides:
repiquetea una débil alhaja que guarda
las nubes que levanto —hermosas, tétricas
máscaras—
y turbios figurines del secreto ahora.
Antes del Heráclito silencio y la
pausa
de la serranía inminente;
robot de sangre fría va sobre lo agreste
del amor inacabado,
y al final de su
soledad sostiene la errancia que
arrastro
leve en la pálida ribera de su ruidosa
encrucijada;
veleros denegridos de la tarde sin mácula,
de aire en voz,
que suenan en las campanas de un dios
dormido
sin tiempo ni resonancia.
Sensato dolor calizo apostado sobre tallos
secos,
en cuestión de suerte, me ha dejado júbilos
tardíos
que a veces revivo en los lares
violetas
tras los recodos de la memoria en su desvelo
de antaño.
Las flores más fugitivas, redentoras,
madres del pasado,
se deshacen entre mis manos,
y de su halago emerge la roca
aborrascada,
como mil ballestas tensadas hacia los
bordes del mundo,
que cargo entre las bondades de mis dedos
claros y sin rodeos.
Ivette Mendoza Fajardo
En la Cobija del Alma
Al cielo, la oreja remediable pide
protección
de luna madrugada, como helechos
de mis latidos encallados.
Presiento también brisas de ocasos fijos,
con la claridad de lenguas de corales,
y sus costados funestos, golpe fiero.
Musita cárdeno el tiempo, cuyo ojo
gira sobre el sol, imitando un sueño
agobiado
ante el rostro de una sangre enloquecida
que, ciega, me abandona tras relatar
historias de placeres entre noches
de estrellas argentadas.
Y en mis contornos, la planta afanosa,
milagrosa, reposa sobre mis jornadas
exhaustas,
como si yo misma fuera tierra donde sueña.
Allí, en los cristales ahumados, veo su
perfil rojo,
y sobre el polvo, la cobija del alma
fatigada:
el reflejo último de mi sosiego,
que avanza, sin rumbo,
por sendas que nadie ha logrado destruirme
a estas alturas, es como el viento, suave.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 25 de junio de 2025
El Plumaje Inanimado
Hay dichos que chocan en la entelequia
mudable
de mi soledad piadosa.
Mi corazón revela la estatua del plumaje
inanimado
y hay manchas dentro de mí, indulgentes que
llueven en el barro
y la luz esclava, donde engloba el humo los
segundos
fieles cavando catacumbas.
Busca día a día el pensamiento intocable de
mi
desesperación; mientras la nube en su
movimiento
de espejo nocturno salta a calmar su sed.
Hay detalles que cantan villancicos y su
objetivo final
es para salvar un abrazo honesto que dura más
que
la eternidad del sol hasta devolver la viga
en la paja ajena.
Hay de todo y para cada uno y todo se
liquida, se vaporiza,
se diluye como el agua dentro de su
libertad de pez.
Los que me buscan dominan mis vocablos, en
toda
dirección, luchan en mis labios y en mis
sienes me aseguran
un kilómetro de calma honda con lentes
adoloridos.
¡Ah, paredes de clemencia, en la tierra de
mi desilusión!
Pasa la noche reconciliándose con mis
guantes saltarines,
pasa contando chistes desde su salto
mortal y su risa de plata.
Ivette Mendoza Fajardo
Huipil de la Certeza
Yo no reverencio al día que busca un diente
de leche, lozano y leve,
ni al cálculo callado de pupilas que
charlan con el gentío, abatido
ni a relojes que chillan en la almohada,
como una seña torcida,
ni a sábanas vencidas por la costumbre en
su plácida nostalgia.
Ahora me envuelvo en el carbono cautivo de
la penumbra,
sin girar las melodías, ni disolver
consuelos en nuestra lengua.
Desde este mundo deshecho, el canto intacto
de mi entraña hambrienta
reclama algo más para la lágrima postrera
que vierte despedidas,
para los que jamás cesan su clamor,
para aquello que lo imposible aún retiene.
No decimos nada.
Ya no hay enaguas, ni huipiles, ni certeza
alguna,
solo nosotros: detenidos, envueltos en el
manto de la danza.
Rebusco por fin una caricia partida, y me
cruzo —fugaz, rumorosa—
conmigo, en el balbuceo de besos que aún
sollozan,
antes de ser arrastrada a ese nunca y esa
nada,
donde la miel y la hiel se mastican sin
tregua.
Me abandono al fin al cese. Me doblego.
Me devora lo ansioso.
Y floto en el remolino: la noche,
adolescente y dolida, es mía.
Sin tierra. Para siempre.
Ivette Mendoza Fajardo
martes, 24 de junio de 2025
El Declive del Tiempo
Estoy completamente en mí, hacia la
medianoche,
con cada testimonio que resguardo
bajo la saliva embriagante del sigilo.
Mi aliento secreto hace crujir los muros,
con realidad
pasional, donde gime la distancia como si
respirara mi ausencia.
Cada superficie se deforma, cada vértice
huye de esta mirada mía,
henchida de acontecimientos en su visión
crepuscular. Hoy es
demasiado breve para alcanzar el declive
del tiempo,
como un letargo sin tregua que ya no
soporta más.
Me pregunta una esfera que habla con
pasión,
sembrada de veranos sobre aguas tersas,
pero idéntica a sí misma.
La selva que vibra sobre luna quieta es
translúcida,
con colores reanimados que duermen en la
razón eterna,
y yo la atravieso en su punto cero de lo
infinito.
Mis ojos contienen desalientos corvos, en las
horas neutras,
incómodas, hundidas,
y el cuerpo se erosiona en su murmullo.
La estancia entera llora mis abismos, mi
cielo se agrieta,
mi tiempo no cabe, mi sueño se parte,
y el silencio, inútil como grito,
se aferra a un número inicial tan próximo a
la ciega perfección.
Ivette Mendoza Fajardo
La desmemoria de los bardos
Contemplé la expiración del día dentro de mí,
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Persistes; la desmemoria en bardos trovadores aún no carcome.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
¿Fue mi aislamiento un acto de encanto tan transitorio?
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
Alcé la voz contra el paso inclemente:
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
Creí ver tu mirada en lo opaco de la noche, de murmurante
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.
Ivette Mendoza Fajardo
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.
lunes, 23 de junio de 2025
Bruma con manos de acero
Más allá del mundo como si empujando una
verja,
fluye un canal cargado de dientes blancos
en noches
de arpas temblorosas.
He aprendido que el cuerpo estalla en
palabras,
resbala entre aguas yertas, se achica, se
hincha,
y se vuelve todo a un sueño más frágil que
cualquier cosa—
más que el escándalo de una razón
enloquecida,
como si fuera hiel diluida.
Intento enfocarme, y la luna me repta como
bruma
que dormita en su marcha, pero el sitio que
alguna
vez ocupó está hueco, con sus manos de
acero
ocultas entre gestos inocentes,
mientras que el rincón contiguo al ardor
del verano
se desborda con miles de maromas en los
bordes,
y la corriente arrastra sin tregua al
insecto silente.
Miro fijamente la agonía y la salvación, de
un pedazo
de pan que intenta retenerme con su deleite
tibio,
y descubro que no son más que infinitas
lentejuelas
que vibran en los chorros de agua y siguen
fulgiendo,
aunque el torbellino de mi duda cansada ya
no esté allí.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 22 de junio de 2025
Palanquín de la Grieta
Me iba, deshaciendo la risa y el antojo,
la trayectoria frágil de lo que gime,
y avanza el palanquín encendido de la
grieta
que nos hace un puñado de corolas con el
duelo
que oscila fatigado.
Traspasé el barniz del miedo de los astros,
hasta partir la manzana milagrosa del
mediodía
con este bronce que encanta bajo el yugo de
mis venas,
revolviendo el gris bárbaro de la
porcelana.
Así renuncié a esta mínima forma, retraída
siendo
huésped de lo tangible, gaviota en el fuego
negro
de los aires, para poseer la lentitud
modelada en vértigo
sin frontera y lo risible, en el meandro de
lo prodigioso.
Y era, el comienzo de la tierra abandonada
por el ruido,
este ruido que viajaba con grillete,
este sabor a manantial vertiginoso que cae
como
cera ardiente,
esta oruga de latidos de lo sagrado
vacilante
donde un poro helado, sin decir nada, se
congela en mí.
Ivette Mendoza Fajardo
sábado, 21 de junio de 2025
Lanza sin Destello
Quizás bruño la trama incandescente del jade al
libreto del clima
en su angustiada compostura,
entrelazando crines y espolones con vuelo
de libélula,
mientras descubro lo sensible en el recinto
de constelaciones
y piruetas.
Respiro savia de seda en su caudal,
el postulado que nos espera y no niega lo
entero y lo abrupto,
el alarido del único sátiro con semblante
de espectro.
El amor deja de ser conjuro con ojos
tornasolados
en corazones nuestros destejidos
y renueva la armazón de la mesura,
como una pausa de hostia en paladares
esparcidos.
Soy el alba que inscribe en el aire el
misterio de la nada
con el último haz de su propia lanza sin
destello
lo que alguna vez fue: un racimo de voces
proferidas sin rozar el yo con la hondura.
En la llamarada consentida de una flor, mis
versos me
esperan en el umbral de lo sentido y lo
latente.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 20 de junio de 2025
Oleaje en el Barranco Aridecido
Yo trazo la sombra desde el asombro dulce
de corazón,
una revuelta íntima en la claridad de una
llama férvida.
En el borde de una nueva primavera,
delimito
la señal que se disuelve en su propio
gesto,
el hueco que se forma donde el aire nos
vence.
Borro los instantes junto al mar, y miro su
fin,
jugábamos —dos latidos con clamor hacia el
infinito—
en un pulso que no cabía en los astros,
ni en los atrios del reflejo compartido.
Pero lo inerte, lo que no pulsa en la
sangre solar,
yo lo anclo con la estela de mi oleaje.
Forjo analogías salobres para cada ademán,
figuras que surgen en el soplo sin destino
donde la palabra sólo es la abismada
anáfora dormida,
si se escapa de sí misma,
sí vibra en la fuga de su sentido, en el
barranco aridecido.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 18 de junio de 2025
Silencio Desenvainado
Desde la plataforma de cristales concéntricos,
el brío de la brisa renueva mi quimera
con racimos de cadencias transitorias,
que arrastran las aves, tallando las
mañanas apasionadas
sobre el pentagrama flotante de la ciudad
sinfónica.
Y es en mí la obra musical de mi
presentimiento eternizado.
Mis pupilas archivan visiones en giros menguantes:
confidencias entreabiertas, selladas a la
clandestinidad
del tacto.
En la penumbra recién huida, la razón arde,
como dos bocas que se funden en una larga
despedida.
En fuentes desventuradas, el mutismo se
vuelve
el verbo inusitado,
suspendido en su estallido para alcanzar la
pantorrilla
de los cielos.
A lo lejos, la extinción y el deseo luchan
por el estruendo,
por el resguardo del precipicio de claros dolos.
Tensa la cuerda rota,
como el legado sagrado de los dioses en
vientos esculpidos,
desenvainando lo caótico que deja mi
silencio.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 15 de junio de 2025
La memoria del rocío que exhala ceniza
Me envuelve una niebla de mancha
irrespirable,
la ciudad se retuerce bajo su mordida
feroz;
los árboles imploran al vidrio ceniciento,
caen, arrastrando secretos del río en celo.
Tu sonrisa generosa se extravía, y yo
en avenidas donde el aire se quiebra
conmovido.
El pulso señorial del hierro, me oprime y
sacude mi rutina con impaciente desazón.
Me sobresalta el pecho con su prisa.
Al otro lado del cristal,
contemplo el ocaso del arco iris: la
memoria del
rocío se enturbia coronado de vapores
desvaídos
y un canto fúnebre envuelto en pena, de tez
rosada
exilia su aliento entre carcajadas.
Para despertar preceptos de dulces
existencias,
desentierro cántaros de sílabas adoloridas
y edades de espejos esquineros,
persigo umbrales cifrados y señales
oxigenadas,
revuelvo brasas de pétalos y cortezas.
Ivette Mendoza Fajardo
viernes, 13 de junio de 2025
Flor de escarcha y pregunta
Es la flor brumosa que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta
astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos,
enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco
de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de
sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de
viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis
manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien
dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel
momento?
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 11 de junio de 2025
Lágrima sin fuente
Del jardín caluroso junto al origen,
se enfrían mis generosos rosales,
con un aura de gracia y de enigmas,
me transforma en el rudo torbellino
arrebatado de corales.
Una sombría cascada en tu inteligencia
dio el equilibrio que mi cuerpo toma;
hoy mi pecho anochecido como el vino es,
la vida que me rompe en pleno encanto
de clemencia.
Directo, el corazón atribulado lo percibía,
y los hilos, por la tristeza despistada,
lloraba
y arrancaba de mi voz la dulzura del mañana
sin saber lo que yo decía.
Con ella surjo al miedo más arcano,
en sus corrientes hondas me desvía,
y nada sirve; todo está yermo en mis manos.
Muchos años han pasado, y una lágrima,
desde su fuente, todavía no seca y yo
sigo aquí día a día.
Ivette Mendoza Fajardo
lunes, 9 de junio de 2025
Cien colores hacia el alma
Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto,
sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos
luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo
frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado,
tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque
por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
¿Quién aúlla guarda superdotados
movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle
rota,
desde los cuatro elementos disecados al
olvido?
De pronto, todo se detiene, con lava
embriagante
desplegada de energía; donde después
misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo
triunfante.
Cien colores se unen al corazón mío, con el
aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se
deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
La plegaria del pez goloso
Yo percibo rimas como brillos locos de
bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos
fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y
lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su
luz imprecisa.
Rodeada de nubes, contemplo la cuna,
rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del
cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se
agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de
suaves trinos.
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces
piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me
purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al
goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos
—primor
de reina prisionera de una tiniebla del
amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo
domingo, 8 de junio de 2025
Vapor Ceremonial en Gritos de Duelo
El tiempo que contagia las persianas del
olvido
es mi vida: vapor ceremonial que grita
duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee
conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin
miedo.
Titubea la imagen, engañosa, cuando pienso
en ella,
lentitud que arrastra el mundo, escalonada
y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta
rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
Es el aposento del alba pura
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota
herido.
Es purga harapienta la confianza vacía que
adoro,
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga
domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que
ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza
es mi vida: vapor ceremonial que grita duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin miedo.
lentitud que arrastra el mundo, escalonada y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota herido.
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza
sábado, 7 de junio de 2025
Bajo la torre de marfil
Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.
Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.
Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.
Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.
¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.
Ivette Mendoza Fajardo
Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.
Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.
Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.
Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.
¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.
viernes, 6 de junio de 2025
Botones de ilusión bajo tormenta
Huracán melancólico impaciente
me crece en el pecho y no espera, pero
vuelve intocable
sobre pirámides que imagino entre
parpadeos,
con elogio oscuro y botones tibios de
ilusión.
Una muralla se derrite dentro de mis manos,
su pendiente da vueltas en una merienda
amarga,
y me disuelvo en humores que ya no
reconozco.
Salvavida sin rumbo soy, ermitaña en
tránsito
por las calles turbias que me habitan, con
el viento.
La tormenta florece como un presagio de lo
que seré.
Una rana dormida respira en mi sombra,
su frivolidad renace en un gesto olvidado,
bajo felpas que laten como pañuelos
agitados.
El pellizco deja una huella en mi carne
quieta,
la cutícula, irritante, como mujer que
grita dentro
de retratos tristes y nítidos pendones sobre
una bandera que cuelga en la penumbra de
las flores.
Una orquesta dentro de mi ser
ensaya su última perorata contra la lluvia.
El látigo nace del brazo de la noche que me
niega.
Mi sudor es ave bajo ciudades que gotean
cielo.
Revista Vanidades flota en mi desgano,
y la luna, en pozos callados, insulta
cuervos
que, con máscara de falla, saltan desde mis
ojos
para levantar lo poco que aún pulsa en mi danza inconclusa.
Ivette Mendoza Fajardo
miércoles, 4 de junio de 2025
Mares, Faro del Saber
Revelo insomnios despreocupados en mi
espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu
silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto
subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en
mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi
tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo
de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de
un recuerdo.
Insectos de marca neutra habitan mis
auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que
escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de
corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para
guiarme,
esa lengua traviesa que disputa tesoros
perdidos
en la vastedad del mar que soy y no
alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se
estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea
gris de la noche.
Desaparezco en el procesador de la
hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento
y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el
amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo
puede romper.
Solo tu voz me pertenece, entre lo
verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta
piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo