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viernes, 11 de julio de 2025

Lluvia Ácida Sobre el Recuerdo

El recuerdo sopla en mi ataúd de lluvia ácida,
gotea con fulgor lo que nace, y no se olvida.
Rutas líquidas en mi memoria, epidermis del viento,
zancos burbujeantes donde el tiempo se desliza lento.
 
El recuerdo vibra —eléctrico— en mi agua encarnada,
anida en el arpegio imantado de mi alma sellada.
Es un gozo terrenal, taciturno, que suspira
desde el tragaluz eterno de mi piadosa pira.
 
Cuando ato mi vientre al vacío, todo se contiene,
reverberan cerrojos en el lino que me sostiene,
y mis cinceles de anilina laten, presencias y viaje,
formas tenues que dibujan paisajes sin lenguaje.
 
Cuando se excita mi mentón azulino, regresa el olvido:
las congojas se piensan con rocíos sin ruido,
y los oleajes recuerdan mis plumas ya sumergidas,
fuentes que se disuelven, intactas, pero perdidas.
Ivette Mendoza Fajardo




jueves, 10 de julio de 2025

El Fuego Magro de la Permanencia

Juntos arañábamos el fuego magro 
de la permanencia, donde lívidos 
paisajes —en brasas de dulzura— se sienten, 
y en la fuente del tacto tiritan con tu emoción.
 
Las chispas andan en puntilla; se creen 
desnudas, dispuestas a entregarse 
a tu ternura en fresas estremecidas.
 
Aunque la noche, allá a lo lejos, no palpita 
sus abanicos de brillo, en tus ojos persisten.
 
¡Oh voluntad divina! Mundos que dejo, 
fraternas rosas de la seda, vestidas de nubes, 
fueron el arte y las melodías fieles 
que cosecharon pentagramas y renombres
 
en el soñar de la esmeralda figurada. 
La medida fue esa rosa que, al unir, no hiere... 
Y qué angustia sentirá lo que allí subsista: 
tal vez el costado de la madrugada extensa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 9 de julio de 2025

La Ruta Imprecisa

Desde lo alto contemplo. La mirada se agudiza
sobre arcos leves, faros que se adelgazan,
por llanos extendidos, donde los árboles abrazan
la humedad del terreno que en silencio eterniza.
 
El río va trazando su ruta imprecisa,
atraviesa trigales, limonarios que se enlazan,
y las orillas, verdes, musgosas, se abrazan
a la quietud del día que en mi corazón vuelve, sumisa.
 
Vergeles que resplandecen con tonos diferentes,
la tierra da su rostro sin pedir recompensa,
y al final de la tarde, sin fuerza y sin urgencia,
el mundo recibe lo que piensa.
 
Una corona de laureles baja a mi pecho abierto:
son penachos silenciosos, sin fuego ni dulzores,
y el sol, al despedirse, sólo alumbra el desierto.
Ivette Mendoza Fajardo




Alquimia del olvido

Yo, ser de soles, camino tras lo inédito, tras el asombro,
aromas de incienso cruzan vientos de ensueño,
melancolías de albores estrellados, sombras que nombro,
donde en el gozo la luna-amapola arde en incendio pequeño.
 
Una alquimia silente me toca,
soledad que abraza un horizonte ciego,
besos dolientes se disuelven en tiempo y colores,
caricias de miel y acero, temblando en temores.
 
Melenas de fronda y fuego me encierran,
mi descontento es oro opaco,
brocados vibran con un pulso incierto,
flores y vida que quedan quietas, sin arrebato.
 
Y el miedo —punzante, latente, velado—,
abraza escombros, une olvidos y llantos callados.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 8 de julio de 2025

Elegía de plumas cristalinas

Como un ave de voluntad soberana,
que, tras ardua derrota, se eleva osada
sobre la aldea desvelada, indiferente a su ruina,
solo para arrebatarle al mezquino cielo
la jaula donde extravió su dominio...
Así, tu alborada —con ímpetu tardío—
sacudió mi aspiración más noble:
la de pensar en otra cosa, lejos de mí.
La bruma en su letargo, como plegaria nueva,
se deslizó valiente sobre mis pies
hasta alcanzar
la distancia que aún huele
a lo que nunca supe retener.
Un resplandor escondido me devolvió aquel instante
que el destino había dejado en pausa,
reclamando al sol su derecho a ser.
Y entonces vino otra aurora.
Una que iluminó mi paz
con la precisión de una conquista.
El dolor, gris y disperso, huyó.
Y yo, acechando aún con plumas cristalinas,
recibí, por fin, el abrazo ilustre
de una elegía que me ama
como si yo fuese su hermana fiel.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 7 de julio de 2025

Alba navegable de mi epitafio

Risible azul, reacia forma en que miro
o finjo el instante: recuerdo que me brota, arduo,
como el grito glorioso, ya mortecino; mi mano cansada
es dueña del dolor frente al dolor de un espacio soleado.
Oscurecido zócalo, en cuya boca estival
fui cenáculo de aves adolescentes, y en placeres
vengativos, besé el fondo atirantado de mis propios sueños,
rajando el semblante menguado de mi sonrisa.
La inocencia, maleada en el aire que respiro,
resbalaba, jubilosa, como pudo, de cabeza,
cuando yo la miraba,
para no ser el alba navegable de mi epitafio.
Y se me consumió la nostalgia, también la inquietud,
al probar la codicia de una oruga de niebla: y qué más,
yo tenía que sostener la muralla del mundo...
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 6 de julio de 2025

El espectro rojo del martirio

Encenderá el espectro rojo del martirio que condesa mis tormentos.
Sobre la noche, atisba mis flores de concreto —por las cosas grandiosas
que en blanco yacen, prisioneras—.
Este pánico de lava busca descender en mí, hasta sus nieblas fabulosas.
Los jades elementales del aullido, con sus otoños de barro y sonidos
cósmicos, labrarán tus suspiros en cada acontecimiento ufano y legendario,
habitando esos trigales entre la aureolada silueta de este amor
y el turbio dolor de garras estrepitosas.
Ondularemos el sol clareado de esta tierra,
de gemido maternal, en cada vuelo de un ave de trino magistral.
La mirada vagabunda de augustos días, de cada amanecer,
se absuelve en los intervalos del abandono, sobre su perfumada sepultura.
La noche del valor, en la elegancia del gesto, detendrá su latir,
examinando tus besos que se acumulan en mis labios al azar.
Una gota de cicuta derramada en una aurora golosa de la materia ilusa
no ha muerto: ¡vibra en mí!
perdura en los caminos que ha marcado el otoño,
con mis cicatrices que llevo de yerbas y tristezas.
Contemplo, bajo los cascabeles que sudan inquietudes
con el vertical pulso de tu aliento,
y los precipicios allanados que salen de tus poros contraídos.
Edifica la labranza de sus lenguas sobre tu corazón con su escarpín,
para caminar por las avenidas donde son tus ojos las últimas horas
que se mecen y nutren en el anochecer de esta poesía.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 5 de julio de 2025

Corazonada de los siglos

Porque los sueños celados con poder divino
son las voces de los siglos, en una corazonada de recuerdos;
un camino donde intuyo un fin, un grito eufórico
y sin dolor,
que a veces una ninfa —libélula solitaria—
también llora, mordiendo amores verdes de visiones y recuerdos.
 
Desde ese embrión sagaz donde se mide la hendidura de la palabra,
la forma pura, como cápsula, suena: la campana al pasar por un gesto leve,
donde dulces labios y alumbramientos se contraen, sin certeza alguna,
mientras la antigua rama de la oscuridad se incinera en frágiles equilibrios.
 
Hubo, entonces, una mano singular hecha de inviernos,
para que pintaran, con su emoción, la cabellera gris del aventurado miedo.
Mientras, la mañana imperiosa, coronada, de ilusión se quiebra
gélida, en mi soledad.
 
Vuelvo por su empeño
y nazco en el presentimiento de la arcilla,
con la delicia jubilosa de una mirada estática
en el quebranto del talento.
Junto a auroras luminosas
y a los jazmines del tormento que bostezan
por las fraguas de la eternidad,
regresaremos al cansancio que invoca un largo caminar,
por aquellas calles deshojadas por el tiempo.
¡Tributo del destino, o lágrima apetecida sin frutos… rememoran!
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 4 de julio de 2025

Costilla insumisa

 Un mazo de bronce golpea el esfuerzo
del crisol, en mi alma; sacude el yugo que hiere la unidad
de entidades fugaces, nacidas en lechos de humo
invisible, abiertos por las pausas de la eternidad.
La intangible extensión de la escarcha —donde
se agolpan siluetas porosas de antiguos miedos— desgrana
mi infancia, detenida en su propio deshielo a contrapelo, en pasos
precipitados.
Abiertas a todo eje, desde mi costilla más insumisa,
se purifican sus codos en los tintineos del alba, colmados
de ceniza dominical.
Y en su lodosa lámina de anhelo latente,
revierte a hielo mi frente gélida, vestida de soles recelosos,
y trepa hasta la cumbre opaca de un sueño sin aliento.
Todo desciende en un solo brinco con piedad natural,
con la curva sintiente de una luz pura, adormecida por el olvido.
O mejor: el lastre arrastra mi lloro de azogue,
condensando el vacío, más vivo que el fuego.
Mientras, en su instante renovado de penumbras
que retrocedieron hasta tocar la nada,
es allí donde mi sonrisa moldea el llanto de la tierra.
Presagio nuevas zonas de pampa y cielos de promesas,
por abismos inconmensurables,
bordados con razones tajantes que disuelven
mi ser en la tristeza, esa que se enrumba hacia el albor.
Ivette Mendoza Fajardo



jueves, 3 de julio de 2025

La mano no perpetuada

No perpetuaré la mano de tu miedo,
aunque el recuerdo, florecido en mi sangre,
reviente como burbuja en la memoria: arpa desnuda.
No hay orilla prófuga donde entregarme,
exhausta, en una efigie
herniada, ni fingir que puedo
detener el tiempo sin dibujar el corazón fatigado
de mi carne, abierto como un fruto que sangra
en los relámpagos de tu campanario errante, sin lucha ni salida.
Derrocharé, frente a ti, los colores de la razón,
en medio de los ejes del mundo—unos labios que no han mentido—
mientras se abren, ante ti, mis horizontes.
No te guardará el pulir de los cielos
ni el cálculo de sus navíos,
grabados en rocío, de una vez y para siempre.
Porque soy
un torbellino en desolación, un trueno espumoso de nostalgia
en estado puro, un árbol en tu simiente que engendra canciones
de amor.
O quizás: la ola universal en surcos de violines risueños,
dentro de mis lunas femeninas.
¡La vida no ha muerto! Recoge sus hebras de crisantemos.
Ivette Mendoza Fajardo



 

lunes, 30 de junio de 2025

El polen de la saciedad

Raras son las diagonales que conversan,
las que acaban resignadas con los hombros caídos,
jadeando casi a diario con prisa contenida,
adormecidas como cuerpos en el polen de la saciedad,
donde la blancura jamás se desconoce.
 
Se enredan en los flecos de mi mente
como vítores que nos aplauden en el vacío,
como quien se cae al ulular de un bálsamo
que llega por las fisuras de mis poros,
sin el fulgor naranja de ningún atardecer.
 
Es mi geometría, al centro, la que insiste:
toda ella, en el brillo
de tus bravuras eternas,
dibujan diagonales en el mapa de los dedos,
apaciguan el diluvio de imágenes y recuerdos.
 
Hallan su trinchera en el álgebra,
su gorro frígido bajo un Tótem de silencio.
En cada una hay un inicio escondido,
una grafía que hiberna
que no se rinde al deshielo floreado del tiempo.
De nuestras imposibilidades brota
la telaraña huérfana,
y teje formas nuevas
en el andamiaje de mis sueños más bruscos.
Ivette Mendoza Fajardo
©
ISBN 978-1-0696149-0-2.



sábado, 28 de junio de 2025

Me Requiebro en tu Olvido

Y ahora, en ulcerados fragmentos de desahogo latentes
y decrepitación fantasmal, vuelvo a recordarte en el
quizás del instante.
Siembro la nostalgia en maletas inasibles
con visiones embriagadas de un no para siempre,
persiguiendo acertijos de escritorios sangrantes,
como botellas llagadas en el humo dantesco
de arrecifes que desembocan, alineados todos juntos.
Están en desmemoria los que abren los ojos a la boina
del silencio,
sin notar que el oído va revestido de lunas legendarias,
titubean en grifos de metales anónimos y resentidos.
¿Y quiénes se aferran en esa larga espera del momento?
Crece una cuerda de barro en mi asfixia de malos amores,
una voz atrincherada que tambalea al verse reflejada
en su propio ocaso.
Mientras caminamos sobre los frutos sagrados del taburete,
intento hallar el cajón donde se guarda lo que tú piensas,
en las horas que, a veces, ya no son las mismas.
Desde el ornamento del mamut que aguijonea una distancia,
rumbo a su desgracia interna, me requiebro en tu olvido sin fin.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 27 de junio de 2025

La sintaxis del relámpago

Habrá de ser el vértigo de la distancia infantil
que recuerda el anonimato en el espejismo
ambiguo.
Cada lluvia de senos tiene su festejo
y modifica al ordenador con sus múltiples arrugas.
Cada relámpago vierte su sintaxis de amor;
una mirada con zapatos rotos crepita en
la trampa que se corona reina en el vacío,
sin incendiar aromas de oídos ermitaños.
A veces, el parlante se asfixia por las calles.
 
Serán abandonos prestados que mueren de repente
en el cementerio del útero, bajo la lápida del pecado
virginal;
de ese confuso ideal que lo heló en sus clavículas,
al que cuelga mundos en el borde del peligro
y del tiempo que sopesa la nariz de las balanzas.
 
Hoy, moratones de viento telequinéticos
y constelación de mi boca,
que se escapa al brindis de un vaso de leche,
se refugian en consignas y telones
que se alzan en utopías cifradas por los siglos.
Son artificios de muebles carcomidos,
libretas de lumbres del relieve,
alarmas desmesuradas en ruina.
¡Flema del ojo en la burguesía alada!
Ivette Mendoza Fajardo



 



jueves, 26 de junio de 2025

Roca Aborrascada en Demasía

Vacío estuche desvalido de flechas y vides: 
repiquetea una débil alhaja que guarda 
las nubes que levanto —hermosas, tétricas máscaras— 
y turbios figurines del secreto ahora. 
Antes del Heráclito silencio y la pausa 
de la serranía inminente; 
robot de sangre fría va sobre lo agreste del amor inacabado, 
y al final de su 
soledad sostiene la errancia que arrastro 
leve en la pálida ribera de su ruidosa encrucijada; 
veleros denegridos de la tarde sin mácula, de aire en voz, 
que suenan en las campanas de un dios dormido 
sin tiempo ni resonancia. 
Sensato dolor calizo apostado sobre tallos secos, 
en cuestión de suerte, me ha dejado júbilos tardíos 
que a veces revivo en los lares violetas 
tras los recodos de la memoria en su desvelo de antaño. 
Las flores más fugitivas, redentoras, madres del pasado, 
se deshacen entre mis manos, 
y de su halago emerge la roca aborrascada, 
como mil ballestas tensadas hacia los bordes del mundo, 
que cargo entre las bondades de mis dedos claros y sin rodeos.
Ivette Mendoza Fajardo 



En la Cobija del Alma

 Al cielo, la oreja remediable pide protección
de luna madrugada, como helechos
de mis latidos encallados.
Presiento también brisas de ocasos fijos,
con la claridad de lenguas de corales,
y sus costados funestos, golpe fiero.
Musita cárdeno el tiempo, cuyo ojo
gira sobre el sol, imitando un sueño agobiado
ante el rostro de una sangre enloquecida
que, ciega, me abandona tras relatar
historias de placeres entre noches
de estrellas argentadas.
 
Y en mis contornos, la planta afanosa,
milagrosa, reposa sobre mis jornadas exhaustas,
como si yo misma fuera tierra donde sueña.
Allí, en los cristales ahumados, veo su perfil rojo,
y sobre el polvo, la cobija del alma fatigada:
el reflejo último de mi sosiego,
que avanza, sin rumbo,
por sendas que nadie ha logrado destruirme
a estas alturas, es como el viento, suave.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 25 de junio de 2025

El Plumaje Inanimado

 Hay dichos que chocan en la entelequia mudable
de mi soledad piadosa.
Mi corazón revela la estatua del plumaje inanimado
y hay manchas dentro de mí, indulgentes que llueven en el barro
y la luz esclava, donde engloba el humo los segundos
fieles cavando catacumbas.
Busca día a día el pensamiento intocable de mi
desesperación; mientras la nube en su movimiento
de espejo nocturno salta a calmar su sed.
Hay detalles que cantan villancicos y su objetivo final
es para salvar un abrazo honesto que dura más que
la eternidad del sol hasta devolver la viga en la paja ajena.
Hay de todo y para cada uno y todo se liquida, se vaporiza,
se diluye como el agua dentro de su libertad de pez.
Los que me buscan dominan mis vocablos, en toda
dirección, luchan en mis labios y en mis sienes me aseguran
un kilómetro de calma honda con lentes adoloridos.
¡Ah, paredes de clemencia, en la tierra de mi desilusión!
Pasa la noche reconciliándose con mis guantes saltarines,
pasa contando chistes desde su salto mortal y su risa de plata.
Ivette Mendoza Fajardo



Huipil de la Certeza

Yo no reverencio al día que busca un diente de leche, lozano y leve,
ni al cálculo callado de pupilas que charlan con el gentío, abatido
ni a relojes que chillan en la almohada, como una seña torcida,
ni a sábanas vencidas por la costumbre en su plácida nostalgia.
 
Ahora me envuelvo en el carbono cautivo de la penumbra,
sin girar las melodías, ni disolver consuelos en nuestra lengua.
 
Desde este mundo deshecho, el canto intacto de mi entraña hambrienta
reclama algo más para la lágrima postrera que vierte despedidas,
para los que jamás cesan su clamor,
para aquello que lo imposible aún retiene.
 
No decimos nada.
Ya no hay enaguas, ni huipiles, ni certeza alguna,
solo nosotros: detenidos, envueltos en el manto de la danza.
 
Rebusco por fin una caricia partida, y me cruzo —fugaz, rumorosa—
conmigo, en el balbuceo de besos que aún sollozan,
antes de ser arrastrada a ese nunca y esa nada,
donde la miel y la hiel se mastican sin tregua.
 
Me abandono al fin al cese. Me doblego. Me devora lo ansioso.
Y floto en el remolino: la noche, adolescente y dolida, es mía.
Sin tierra. Para siempre.
Ivette Mendoza Fajardo 



martes, 24 de junio de 2025

El Declive del Tiempo

Estoy completamente en mí, hacia la medianoche,
con cada testimonio que resguardo
bajo la saliva embriagante del sigilo.
Mi aliento secreto hace crujir los muros, con realidad
pasional, donde gime la distancia como si respirara mi ausencia.
 
Cada superficie se deforma, cada vértice huye de esta mirada mía,
henchida de acontecimientos en su visión crepuscular. Hoy es
demasiado breve para alcanzar el declive del tiempo,
como un letargo sin tregua que ya no soporta más.
 
Me pregunta una esfera que habla con pasión,
sembrada de veranos sobre aguas tersas, pero idéntica a sí misma.
La selva que vibra sobre luna quieta es translúcida,
con colores reanimados que duermen en la razón eterna,
y yo la atravieso en su punto cero de lo infinito.
 
Mis ojos contienen desalientos corvos, en las horas neutras,
incómodas, hundidas,
y el cuerpo se erosiona en su murmullo.
 
La estancia entera llora mis abismos, mi cielo se agrieta,
mi tiempo no cabe, mi sueño se parte,
y el silencio, inútil como grito,
se aferra a un número inicial tan próximo a la ciega perfección.
Ivette Mendoza Fajardo



La desmemoria de los bardos

Contemplé la expiración del día dentro de mí,
intuyendo tu risa de hilo musical entre la niebla tenue.
Brotaba el silencio como un rocío claro, sin pasado
fenecido, como hipótesis infiel de mis percepciones.

Persistes; la desmemoria en bardos trovadores aún no carcome.
Te hundes y flotas en las aguas puras que el olvido derramó,
por corrientes translúcidas de cuerpo impetuoso, insepultos,
donde ningún dios reina, solo mi mente.

¿Fue mi aislamiento un acto de encanto tan transitorio?
No —pensarías que insulté a la cordura, convertida en estrellas—.
Eran tus besos con sabor a marea, y reía comprimida,
licor sagrado que abrasó mi espíritu.

Alcé la voz contra el paso inclemente:
atónito, espumoso interlocutor tenaz de mis escombros,
confiado y enrojecido, remece mi pensamiento
hasta cegar la chispa, con la elocuencia
rara en tus labios, y vuelve desflorecido, como este verso.

Creí ver tu mirada en lo opaco de la noche, de murmurante
asfalto, y en ese reflejo, lo risueño tomó forma.
Coaguló el destello de la penumbra en sus ciclos de luceros:
sacrificio final, donde se deslizó eterna en la callejuela del amor.

Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 23 de junio de 2025

Bruma con manos de acero

Más allá del mundo como si empujando una verja,
fluye un canal cargado de dientes blancos en noches
de arpas temblorosas.
He aprendido que el cuerpo estalla en palabras,
resbala entre aguas yertas, se achica, se hincha,
y se vuelve todo a un sueño más frágil que cualquier cosa—
más que el escándalo de una razón enloquecida,
como si fuera hiel diluida.
 
Intento enfocarme, y la luna me repta como bruma
que dormita en su marcha, pero el sitio que alguna
vez ocupó está hueco, con sus manos de acero
ocultas entre gestos inocentes,
mientras que el rincón contiguo al ardor del verano
se desborda con miles de maromas en los bordes,
y la corriente arrastra sin tregua al insecto silente.
 
Miro fijamente la agonía y la salvación, de un pedazo
de pan que intenta retenerme con su deleite tibio,
y descubro que no son más que infinitas lentejuelas
que vibran en los chorros de agua y siguen fulgiendo,
aunque el torbellino de mi duda cansada ya no esté allí.
Ivette Mendoza Fajardo



  

domingo, 22 de junio de 2025

Palanquín de la Grieta

Me iba, deshaciendo la risa y el antojo,
la trayectoria frágil de lo que gime,
y avanza el palanquín encendido de la grieta
que nos hace un puñado de corolas con el duelo
que oscila fatigado.
 
Traspasé el barniz del miedo de los astros,
hasta partir la manzana milagrosa del mediodía
con este bronce que encanta bajo el yugo de mis venas,
revolviendo el gris bárbaro de la porcelana.
 
Así renuncié a esta mínima forma, retraída siendo
huésped de lo tangible, gaviota en el fuego negro
de los aires, para poseer la lentitud modelada en vértigo
sin frontera y lo risible, en el meandro de lo prodigioso.
 
Y era, el comienzo de la tierra abandonada por el ruido,
este ruido que viajaba con grillete,
este sabor a manantial vertiginoso que cae como
cera ardiente,
esta oruga de latidos de lo sagrado vacilante
donde un poro helado, sin decir nada, se congela en mí.
Ivette Mendoza Fajardo



sábado, 21 de junio de 2025

Lanza sin Destello

Quizás bruño la trama incandescente del jade al libreto del clima
en su angustiada compostura,
entrelazando crines y espolones con vuelo de libélula,
mientras descubro lo sensible en el recinto de constelaciones
y piruetas.
 
Respiro savia de seda en su caudal,
el postulado que nos espera y no niega lo entero y lo abrupto,
el alarido del único sátiro con semblante de espectro.
 
El amor deja de ser conjuro con ojos tornasolados
en corazones nuestros destejidos
y renueva la armazón de la mesura,
como una pausa de hostia en paladares esparcidos.
 
Soy el alba que inscribe en el aire el misterio de la nada
con el último haz de su propia lanza sin destello
lo que alguna vez fue: un racimo de voces
proferidas sin rozar el yo con la hondura.
 
En la llamarada consentida de una flor, mis versos me
esperan en el umbral de lo sentido y lo latente.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 20 de junio de 2025

Oleaje en el Barranco Aridecido

Yo trazo la sombra desde el asombro dulce de corazón,
una revuelta íntima en la claridad de una llama férvida.
En el borde de una nueva primavera, delimito
la señal que se disuelve en su propio gesto,
el hueco que se forma donde el aire nos vence.
 
Borro los instantes junto al mar, y miro su fin,
jugábamos —dos latidos con clamor hacia el infinito—
en un pulso que no cabía en los astros,
ni en los atrios del reflejo compartido.
Pero lo inerte, lo que no pulsa en la sangre solar,
yo lo anclo con la estela de mi oleaje.
 
Forjo analogías salobres para cada ademán,
figuras que surgen en el soplo sin destino
donde la palabra sólo es la abismada anáfora dormida,
si se escapa de sí misma,
sí vibra en la fuga de su sentido, en el barranco aridecido.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 18 de junio de 2025

Silencio Desenvainado

Desde la plataforma de cristales concéntricos,
el brío de la brisa renueva mi quimera
con racimos de cadencias transitorias,
que arrastran las aves, tallando las mañanas apasionadas
sobre el pentagrama flotante de la ciudad sinfónica.
Y es en mí la obra musical de mi presentimiento eternizado.
 
Mis pupilas archivan visiones en giros menguantes:
confidencias entreabiertas, selladas a la clandestinidad
del tacto.
En la penumbra recién huida, la razón arde,
como dos bocas que se funden en una larga despedida.
En fuentes desventuradas, el mutismo se vuelve
el verbo inusitado,
suspendido en su estallido para alcanzar la pantorrilla
de los cielos.
 
A lo lejos, la extinción y el deseo luchan por el estruendo,
por el resguardo del precipicio de claros dolos.
Tensa la cuerda rota,
como el legado sagrado de los dioses en vientos esculpidos,
desenvainando lo caótico que deja mi silencio.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 15 de junio de 2025

La memoria del rocío que exhala ceniza

Me envuelve una niebla de mancha irrespirable,
la ciudad se retuerce bajo su mordida feroz;
los árboles imploran al vidrio ceniciento,
caen, arrastrando secretos del río en celo.
Tu sonrisa generosa se extravía, y yo
en avenidas donde el aire se quiebra conmovido.
 
El pulso señorial del hierro, me oprime y
sacude mi rutina con impaciente desazón.
Me sobresalta el pecho con su prisa.
Al otro lado del cristal,
contemplo el ocaso del arco iris: la memoria del
rocío se enturbia coronado de vapores desvaídos
y un canto fúnebre envuelto en pena, de tez rosada
exilia su aliento entre carcajadas.
 
Para despertar preceptos de dulces existencias,
desentierro cántaros de sílabas adoloridas
y edades de espejos esquineros,
persigo umbrales cifrados y señales oxigenadas,
revuelvo brasas de pétalos y cortezas.
Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 13 de junio de 2025

Flor de escarcha y pregunta

Es la flor brumosa que me estremece
sin tregua los bordes del pensamiento,
inscritos como fiebre en mis riberas
caudalosas con quejas a la vida.
Un arrebol traicionero que sin pausa
me disuelve los párpados de ámbar
con una llovizna ciega, implacable,
que anega mis venas de acertijos.
Ese escarcho, esa costra, ese descenso
son las uñas del tiempo desgarrándome
con sigilo una congoja de atrevido paladar.
No alcanzo en su silueta de flauta astillada y llanto,
su pisada de piedra que escucha crujidos, enmarcando
su aliento tan leve que ensancha la sed, en
una música seca que se oculta en el hueco de mi resistir
mundano. Pero mora, vigila, con trance de sombra,
¡cómo muerde el silencio de su espera de viejos helechos!
me va royendo el borde de las horas,
con el hocico de un arpa en tensión,
se somete al zarpazo que sube por mi voz.
¿No es acaso ternura lo que finge su tacto
cuando me lame los nudillos, al lavar mis manos
con la ternura del engendro,
manso y risueño como un río más bien dormido,
y me trenza los gestos fatigados
con caracolas mínimas y vivas desde aquel momento?
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 11 de junio de 2025

Lágrima sin fuente

Del jardín caluroso junto al origen,
se enfrían mis generosos rosales,
con un aura de gracia y de enigmas,
me transforma en el rudo torbellino
arrebatado de corales.
 
Una sombría cascada en tu inteligencia
dio el equilibrio que mi cuerpo toma;
hoy mi pecho anochecido como el vino es,
la vida que me rompe en pleno encanto
de clemencia.
 
Directo, el corazón atribulado lo percibía,
y los hilos, por la tristeza despistada, lloraba
y arrancaba de mi voz la dulzura del mañana
sin saber lo que yo decía.
 
Con ella surjo al miedo más arcano,
en sus corrientes hondas me desvía,
y nada sirve; todo está yermo en mis manos.
 
Muchos años han pasado, y una lágrima,
desde su fuente, todavía no seca y yo
sigo aquí día a día.
Ivette Mendoza Fajardo



lunes, 9 de junio de 2025

Cien colores hacia el alma

Llega el ígneo crepúsculo de cien colores,
y nutre un cielo de gala soberana.
¿Jadeante su reino de razones? Por tanto, sea florida
la corona del encanto en los nuevos mundos luminosos;
que esta pensativa hiedra —en el cuerpo frío en que vivo—
con sola su navaja de fuego fue hecha.
Vino denso del alma, de talento dotado, tibio reflejo
con el que le rescato y lo celebro, aunque por dentro
me desvanezco ¡me quiebro de emoción!
 
¿Quién aúlla guarda superdotados movimientos?
¿Quién busca que la cordura no se halle rota,
desde los cuatro elementos disecados al olvido?
 
De pronto, todo se detiene, con lava embriagante
desplegada de energía; donde después misteriosamente
se hace costumbre hasta el pináculo triunfante.
 
Cien colores se unen al corazón mío, con el aire de
mi semblante y una dicha que, como rosa, se deshoja
docta de renuevos, sin despreciar
la fantasía que la vio nacer.
Ivette Mendoza Fajardo
 
La plegaria del pez goloso
 
Yo percibo rimas como brillos locos de bellezas aromáticas,
y me embriagan placeres risueños de lejanos fulgores;
saboreo venturas fecundas de mil postres y lamentos
cuando habito la gloria de la aurora, en su luz imprecisa.
 
Rodeada de nubes, contemplo la cuna, rozagante de encajes.
Tullida escarcha cuaja el pantano del cielo: en pavura,
siento cómo las siestas domingueras se agitan en los follajes,
y me dejo llevar por los atributos de suaves trinos.
 
La luna, ya saneada, se amamanta en dulces piras;
y ante los cabellos de ángeles, el sol me purifica
con la roja plegaria de un candor auroral.
Pero mi pecho sangra de dulzura inútil,
como una anhelante bergamota, me asomo al goloso pez,
conjurado en arte, pureza en los ojos —primor
de reina prisionera de una tiniebla del amor, donde ya
me encuentro.
Ivette Mendoza Fajardo



domingo, 8 de junio de 2025

Vapor Ceremonial en Gritos de Duelo

El tiempo que contagia las persianas del olvido
es mi vida: vapor ceremonial que grita duelo.
Mis iniciales son ágata que me lee conmovida,
como cántaro que renuevo abierto, sin miedo.
 
Titubea la imagen, engañosa, cuando pienso en ella,
lentitud que arrastra el mundo, escalonada y extraña.
Ave rubia que vuelve a colmar mi garganta rota,
palabras dichas que apenas puedo soltar.
 
Es el aposento del alba pura
sobre la piel de mi mano, sonriendo frágil.
Como simiente que arde, que ansía,
mi corazón, antes agraciado, ahora flota herido.
 
Es purga harapienta la confianza vacía que adoro,
porque el velo no cura la ceguera del alma
que navega en el oleaje frío de la tarde.
Y en ese renglón de vida, la luciérnaga domina mi gusto,
quemando luces, regresando a un pasado que ya no quiero
volver.
Ivette Mendoza




sábado, 7 de junio de 2025

Bajo la torre de marfil

Bajo la torre de marfil que da lumbre a esta hora,
siento el alborozo ardiente de este amor que me devora.

Hondas palabras giran en el verso de la penumbra,
se agita una ausencia fría, gélida como mi sudor,
y las cornisas furiosas queman con ego derretido.
En ese pensamiento boreal, bailamos sin miedo,
sin acecho, sin la agonía de flotar en llanto abierto.
Así danzamos, todos helados, en la sorpresa de sus párpados,
como si el frío pagara el precio del milagro.

Remo, sola, en la calima que tus labios arrojan,
remando lento en la marea indomable de mi aflicción.
Remo en el mar de la aurora latina, entre sollozos puros,
la garganta abierta al naufragio de tu pecho.

Triunfos blancos, frágiles, que un lazo une a mis aventuras,
risueña contemplo rumores de carabelas,
aunque sé que ninguna volverá,
y el bergantín efímero de mis curiosas memorias
se desarma callado al primer recuerdo.

¿Qué cosecha tengo, partitura piadosa,
que marcó de frente ese azogue celestial?
Pero sigo aquí, alma en mano, invocándote tanto,
cantando mis coplas, descalza en esta fe inmortal.

Ivette Mendoza Fajardo



viernes, 6 de junio de 2025

Botones de ilusión bajo tormenta

Huracán melancólico impaciente
me crece en el pecho y no espera, pero vuelve intocable
sobre pirámides que imagino entre parpadeos,
con elogio oscuro y botones tibios de ilusión.
Una muralla se derrite dentro de mis manos,
su pendiente da vueltas en una merienda amarga,
y me disuelvo en humores que ya no reconozco.
Salvavida sin rumbo soy, ermitaña en tránsito
por las calles turbias que me habitan, con el viento.
La tormenta florece como un presagio de lo que seré.
Una rana dormida respira en mi sombra,
su frivolidad renace en un gesto olvidado,
bajo felpas que laten como pañuelos agitados.
El pellizco deja una huella en mi carne quieta,
la cutícula, irritante, como mujer que grita dentro
de retratos tristes y nítidos pendones sobre
una bandera que cuelga en la penumbra de las flores.
Una orquesta dentro de mi ser
ensaya su última perorata contra la lluvia.
El látigo nace del brazo de la noche que me niega.
Mi sudor es ave bajo ciudades que gotean cielo.
Revista Vanidades flota en mi desgano,
y la luna, en pozos callados, insulta cuervos
que, con máscara de falla, saltan desde mis ojos
para levantar lo poco que aún pulsa en mi danza inconclusa.
Ivette Mendoza Fajardo



miércoles, 4 de junio de 2025

Mares, Faro del Saber

Revelo insomnios despreocupados en mi espalda,
riberas doradas palpitan en el muslo de tu silencio.
Estoy de puntillas, asomándome al punto subterráneo
donde duermen aguas mansas y verdades desnudas.
 
Pequeños soplos de hojuelas fulgurantes en mi paladar,
rosa del adiós, vertiginosa, que arde en mi tierra eterna.
En el taller de los besos del sol, hechizo de mares,
renuevan idolatrías viejas con el fuego de un recuerdo.
 
Insectos de marca neutra habitan mis auroras,
prisioneros de la clepsidra, pestañas que escapan.
Ruiseñores de paz despiertan en olas de corazón,
y yo, ávida, tomo del fulgor un faro para guiarme,
 
esa lengua traviesa que disputa tesoros perdidos
en la vastedad del mar que soy y no alcanzo.
Un rayo me muerde, y mi sábana blanca se estremece,
ojos de lunas llenas guiñan desde la línea gris de la noche.
 
Desaparezco en el procesador de la hermandad,
luz que desvela mi sed, que bebe el viento y crea mundos.
Conejos, erizos de espasmos claman bajo el amparo
de un velo paternal que sólo tu arrullo puede romper.
 
Solo tu voz me pertenece, entre lo verdadero y lo irreal,
canción antigua, fragilidad viva en esta piel sin nombre.
Ivette Mendoza Fajardo



La Encrucijada del Pedernal

Copas de labios auríferos, se abren
sobre la oquedad hambrienta de lo que calla.
Cabezas lavadas, estalactitas enfermas,
engordan de sombra bajo mis dedos pulgares.
Armiños ardiendo en tus ojos de luna, solo tú,
cruzando la soledad negra del deseo.
Eres tajante a contraluz, una punzada en la boca,
niebla y violín al borde de mi espina.
Entre chicharras, saltas, te quiebras, tiemblas,
y tus veinte caletas abiertas me llaman sin miedo.
Corazón de carne y delirio, indivisible,
llegas a mí oliendo a mies mojada, a historia viva,
a llamarada tropical que derrite mi cintura.
Oh guante de tu voz susurrante, giro de planetas,
sientes cómo mi lengua se enreda en tu barba áspera,
cómo me evaporo en tu noche caliente de amaranto.
Escucha: mis huesos se parten en las cuevas del silencio.
Vives en la tormenta de mi cuerpo,
oh anís salvaje, dulzura hecha bruma,
que me tocas desde el alma hasta el cuello,
desnudando mis cenizas.
Y cuando se rasga el velo de la razón,
me empujas a quedarme a vivir en el filo del gozo:
bello reloj de jade, en paladar agudo del tic tac,
la luna cava su piedra en la encrucijada pulposa de anhelos,
y me sostiene, desprovista de todo, mientras caigo
en tus brazos apretujándome con tu alma de niño.
Ivette Mendoza Fajardo



martes, 3 de junio de 2025

La flor del beso Afortunado

Como signos en el nunca tragafuego,
deseo tus besos de agua fresca, porque con ellos
rompería horizontes, y brotaría el delirio en el infinito.
Solo anhelo que esta ofrenda del destino sea eterna
y no se marchite en el sinsabor.
 
Ni hambrientos ni tenues, pues eternamente
ardemos allí, combatiendo un despecho rabioso y contagioso.
Cuánto desearía yo, en este junio,
un murmullo inspirador sin revuelo sombrío,
pertinaz como el mástil de un navío afortunado, que navegue
en la marea dulce de una flor, como una vivaz cofradía
de caricias —latidos blancos—
entonados cuando nos amamos en su llama invisible.
 
Con virtudes y defectos, la puesta del sol es siempre mística.
Allí cargo los arañazos de la vida, filtrados de dolor.
Toco la playa imaginada, que nos lleve a la exótica
beldad de un verso acariciando tus cabellos; se afinan
con los dedos de la emoción.
Soy trino de universos en pecado, yo, aquí y ahora, soñolienta,
esperando la sinfonía del planeta en su hora inicial,
en las aguas del mañana.
Ivette Mendoza Fajardo





lunes, 2 de junio de 2025

Caminar contigo en la noche

En aguas celestes de mirada temblorosa,
se cierran despacio las grietas de mi corazón.
Atrás quedó el círculo de fuego, candil
del manantial donde pagué mis errores.
Me preguntaste qué había hecho:
te hablé de dudas, de hambre de vida.
Cuando seguí andando, viniste conmigo,
tus frases ardían en mi espalda,
sedientas, agudas, vivas, crueles.
Dijiste que mis sueños eran fantasía,
que apagara la calma, coronada de espinas,
en el vendaval de tu cuerpo, en el arte de una
borrasca, quebrando mi presente.
Reías mientras la noche se extendía,
y yo oía los sollozos —bajo alas—
de los que habitan la frontera del olvido.
Y supe que el final estaba aferrada a tus dedos.
Subo hacia la claridad, me repito, desprevenida,
pero, ¿dónde está la ternura de una flor que me reviste?
¿dónde está la voz que firma promesas, dónde el ardor renace?
Camino contigo en esta noche, y dentro de mí,
algo se rompe: no sé si es la esperanza
o la tibieza del sol que ya no me alcanza.
Ivette Mendoza Fajardo