Dormita el silencio
Dormita el silencio conmigo, a mi lado, se acercan los
corazones
sangrantes que nunca besaremos, suda el resplandor de tus
costados.
Se asfixia el metal manso, incalculable. Lo mutila el
apetito, el resquicio
enmudecido de un objetivo claro, el dintel que
encierra misterios, o
aborto de muchas auroras. Una muchedumbre de noches
inefables
corroyendo mis entrañas, una pantera anhelante, algún
camino ciego.
Las horas soberbias substraen signos vagos en las
imágenes, restituyen
a la tristeza su libertad sonora. Grazna la mecánica
constante de miradas.
Se desvía la racionalización humosa en esta recta.
Parece que el afán peregrino
se guardó de sombras. Es temprano en las celdas
explícitas que no comparan
al suave vicio pantomímico de la congoja. Es un violín
sobrehumano
si lo tocas de cerca o de lejos, que en medio de la tarde va abriendo una
melodía fervorosa, como torneando solo el rumor de mi luz germinal.
Ivette Mendoza Fajardo