El bostezo aprovecha la suavidad del odio
El bostezo aprovecha la
suavidad del odio
y la dureza del amor para
asustar al claroscuro
en el desgaste derrochador
del olvido y un
placer confuso pierde vuelo
en la bestialidad
desnalgada del infinito.
¿Por dónde duerme su asombro
hecho arcilla?
Ni los paralelos espinosos
echan raíces
por el agua blanda del
contratiempo profazador.
Ni las nubes ondulantes de
los celestes gritos
llegan a recobrar amores
ciegos en pleamar.
¡Oh acalorada quietud! Un
continente de susurros
dentro de piedras oráticas
fecundan mi apocalíptico
dolor, tan traicionero como
seducido por lobos
alagartados en pantanos
lamentosos.
Noción imaginaria de luna
alucinante se compromete
a rezarme la vigorosidad de
sus últimos días, contrafuerte
de una tentación que fue
buscada en la plenitud
de su democracia virginal. ¿Y
qué pasó después?
¿Era la nada en sus
descalabros?
Pertrechos que se alisaron,
cual corceles vanidosos en celo
permanente y se ilusionaron
en ser una lluvia eléctrica de neón
en los tentáculos de la
muerte para rechinar sus dientes
de alquitrán, para jactarse
de su luz hecha penumbra bajo los
colochos brunos del tiempo.
Ivette Mendoza Fajardo