Se moviliza en la zona
esférica del precipicio y madruga,
viniendo desde la marea
oscilatoria, misteriosa, blanda, densa,
una sílfide alada, como alma
encubridora de las aguas,
corre como la angustiada
flotabilidad de su carne de coral
que en el fondo era un fotón
aventurado engendrando
el milagro dinámico de la
pretérita soledad,
era ya apática, y flemática,
y recóndita, y sin forma;
era como la nada reversible
de gran cabellera, sonámbula
junto al mar en la noche
nadando sobre lo más hondo,
junto al mundo de piedra
eterna apenas cantando
su existencia efímera,
carnal y agobiada y llamea y
ruega y gime y escucha trémula,
extrae uno tras otro
electrodos del blanco silencio llovido
de expectantes constelaciones
de calores durmientes,
y sueña, se deprime, sueña,
su inocencia copia una vida,
fosforescente y sedosa
que acepta un dios divino
hecho hombre que huele a luz
magnífica
y una tierra infinita de
desencantos.
Ivette Mendoza Fajardo
viniendo desde la marea oscilatoria, misteriosa, blanda, densa,
una sílfide alada, como alma encubridora de las aguas,
corre como la angustiada flotabilidad de su carne de coral
que en el fondo era un fotón aventurado engendrando
el milagro dinámico de la pretérita soledad,
era ya apática, y flemática, y recóndita, y sin forma;
era como la nada reversible de gran cabellera, sonámbula
junto al mar en la noche nadando sobre lo más hondo,
junto al mundo de piedra eterna apenas cantando
su existencia efímera,
carnal y agobiada y llamea y ruega y gime y escucha trémula,
extrae uno tras otro electrodos del blanco silencio llovido
de expectantes constelaciones de calores durmientes,
y sueña, se deprime, sueña,
su inocencia copia una vida, fosforescente y sedosa
hecho hombre que huele a luz magnífica
y una tierra infinita de desencantos.
Ivette Mendoza Fajardo