La moneda imperiosa disfruta su epidermis de oro
La moneda imperiosa disfruta
su epidermis de oro,
se auto-reconoce una luz en
su colectividad filológica
en un instante en que la urna
de cristal aparece viva.
Cuelga de su rectitud, su
abellacada fijación a su propio yo:
mientras desvanece una mueca
de un entusiasmo
embrolloso.
que levanta del barro a sus
pies su esfuerzo fútil,
inverna en la modesta
eternidad, la testarudez sofríe de
otoños el mundo,
vuelve el calor al miedo, hay
oxígeno en penitencia
y el éter no restituye a la
mímica
que encomienda su espíritu a
la fiebre de las posesiones.
Todos y cada uno parecen embobados
por la alegría suspicaz
que produce el vacío,
¿Acaso persiguen en su
riqueza azurumbada
el elixir sempiterno de la
vida de oro?
¿Qué nos deja un moderna
moneda acaparadora de brillos?
Y de nuevo, el alma que nos
mueva a oscurecer.
Una sed rebalsada en el viento
terebrante
Un desdoblamiento más,
repetiría el alba,
Un desdoblamiento más en las
etéreas garras
de la soledad.
La moneda imperiosa, ese
feroz derrumbe, aliado.
Ivette Mendoza Fajardo