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sábado, 24 de mayo de 2025

Calles del Ágata Vacilante

La palestra es el sonido de la paz que me hiere,
ornamenta de piedra este vientre mío de seda, donde
brotan ortigas sinuosas en el séquito de mis labios.
 
Es espiga perezosa del pasado y fluye estornudando
si mi alma camina sobre lenguas cansadas,
sí tus manos la equilibran en la necedad de mi desventura.
O acaso echa raíces, siempre igual, por las calles del ágata
vacilante,
por la caricia funeraria del tic tac de mi universo.
 
¿Es un abanico que se fermenta cuando muero
y en lluvia se me trasmuta?
Perdura oriflama en la plenitud de esta nada
tal vez destruye lo que veo: patines rebosantes,
y desde allí gravitan
partículas que no terminan de insultarme.
 
¿Y qué importa la razón de los gatos voluptuosos?
Como de la fresa promesante, como desde la gaveta
de un consejo que eclipsa.
A picotazos subimos por las arcas del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo
 

En la Calculadora de mis Sueños
 
En invierno,
se precipitan al abismo las mecanografías sin letras,
trituradas por mirra y espinas en revolución celeste.
 
He sentido cómo las noches viriles, de hieles perdidas,
se extravían dentro de una lágrima mía y derruida;
una gota que, al caer sobre el torso bien labrado
de un semblante antiguo, hecho de espuma hidrópica,
rompe la escena como tinta china derramada
sobre el horizonte.
 
Allí se enfrían cien minutos de agonía inexplicable,
y en las yemas rígidas sepultan nieves irritadas,
que han de regresar con las manos florecidas
sobre mis ramajes de dolor y redención.
 
Es en la línea abierta de mi cráneo donde se hiela la noche
y aguarda su juicio, dividido,
como un torrente ensordecido o una grieta amable y salitrosa.
Yo, acosando al tiempo —en la calculadora de mis sueños—,
renazco con cifras en los dedos, y mi voluntad alumbra
los castigos que huyen de una fiebre magullada y glacial.
Ivette Mendoza Fajardo