La palestra
es el sonido de la paz que me hiere,
ornamenta
de piedra este vientre mío de seda, donde
brotan
ortigas sinuosas en el séquito de mis labios.
Es espiga
perezosa del pasado y fluye estornudando
si mi alma
camina sobre lenguas cansadas,
sí tus
manos la equilibran en la necedad de mi desventura.
O acaso
echa raíces, siempre igual, por las calles del ágata
vacilante,
por la
caricia funeraria del tic tac de mi universo.
¿Es un
abanico que se fermenta cuando muero
y en lluvia
se me trasmuta?
Perdura
oriflama en la plenitud de esta nada
tal vez
destruye lo que veo: patines rebosantes,
y desde
allí gravitan
partículas
que no terminan de insultarme.
¿Y qué
importa la razón de los gatos voluptuosos?
Como de la
fresa promesante, como desde la gaveta
de un
consejo que eclipsa.
A picotazos
subimos por las arcas del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo
En la
Calculadora de mis Sueños
En
invierno,
se
precipitan al abismo las mecanografías sin letras,
trituradas
por mirra y espinas en revolución celeste.
He sentido
cómo las noches viriles, de hieles perdidas,
se
extravían dentro de una lágrima mía y derruida;
una gota
que, al caer sobre el torso bien labrado
de un
semblante antiguo, hecho de espuma hidrópica,
rompe la
escena como tinta china derramada
sobre el
horizonte.
Allí se
enfrían cien minutos de agonía inexplicable,
y en las
yemas rígidas sepultan nieves irritadas,
que han de
regresar con las manos florecidas
sobre mis ramajes
de dolor y redención.
Es en la
línea abierta de mi cráneo donde se hiela la noche
y aguarda
su juicio, dividido,
como un
torrente ensordecido o una grieta amable y salitrosa.
Yo,
acosando al tiempo —en la calculadora de mis sueños—,
renazco con
cifras en los dedos, y mi voluntad alumbra
los
castigos que huyen de una fiebre magullada y glacial.
Ivette
Mendoza Fajardo
ornamenta de piedra este vientre mío de seda, donde
brotan ortigas sinuosas en el séquito de mis labios.
si mi alma camina sobre lenguas cansadas,
sí tus manos la equilibran en la necedad de mi desventura.
O acaso echa raíces, siempre igual, por las calles del ágata
vacilante,
por la caricia funeraria del tic tac de mi universo.
y en lluvia se me trasmuta?
Perdura oriflama en la plenitud de esta nada
tal vez destruye lo que veo: patines rebosantes,
y desde allí gravitan
partículas que no terminan de insultarme.
Como de la fresa promesante, como desde la gaveta
de un consejo que eclipsa.
A picotazos subimos por las arcas del mundo.
Ivette Mendoza Fajardo
se precipitan al abismo las mecanografías sin letras,
trituradas por mirra y espinas en revolución celeste.
se extravían dentro de una lágrima mía y derruida;
una gota que, al caer sobre el torso bien labrado
de un semblante antiguo, hecho de espuma hidrópica,
rompe la escena como tinta china derramada
sobre el horizonte.
y en las yemas rígidas sepultan nieves irritadas,
que han de regresar con las manos florecidas
sobre mis ramajes de dolor y redención.
y aguarda su juicio, dividido,
como un torrente ensordecido o una grieta amable y salitrosa.
Yo, acosando al tiempo —en la calculadora de mis sueños—,
renazco con cifras en los dedos, y mi voluntad alumbra
los castigos que huyen de una fiebre magullada y glacial.
Ivette Mendoza Fajardo