Yo perseguí
la estela del errante,
descifré la
clave secreta en la noche cerrada,
dejé mi
garganta marcada por un filo de miedo,
y en mi
ausencia, que gritaba sobre la arena,
forjé mi
verbo preguntándome si aún eras sombra en mí.
Algo lúcido
me estremeció las raíces,
escuché el
murmullo de mi propia fuente,
vi mi
rostro con extrañeza y pregunté:
¿quién me
habita ahora? Me quité el desdén,
me senté a
esperar con las manos abiertas.
Por vez
primera, al mirarme, mi alma se rompió sin consuelo.
El soplo me
arrastró lejos. Y fue entonces —
cuando el
presente me rozó — que entendí el vacío.
Desde el
balbuceo del alba rompí mis orillas
con un
temblor que supo decirme. ¡Ah, caes a lo oscuro!
me lancé a
sus brazos, besé su dicha, me dejé envolver.
La noche
ardía entre nuestras manos.
La tormenta
escribió su canto.
Nuestros
cuerpos rasgaron el hechizo.
Y yo, con
mi bufanda,
cubrí la
desnudez que tú dejaste en la aurora.
Ivette
Mendoza Fajardo
descifré la clave secreta en la noche cerrada,
dejé mi garganta marcada por un filo de miedo,
y en mi ausencia, que gritaba sobre la arena,
forjé mi verbo preguntándome si aún eras sombra en mí.
Algo lúcido me estremeció las raíces,
escuché el murmullo de mi propia fuente,
vi mi rostro con extrañeza y pregunté:
¿quién me habita ahora? Me quité el desdén,
me senté a esperar con las manos abiertas.
Por vez primera, al mirarme, mi alma se rompió sin consuelo.
cuando el presente me rozó — que entendí el vacío.
con un temblor que supo decirme. ¡Ah, caes a lo oscuro!
me lancé a sus brazos, besé su dicha, me dejé envolver.
La tormenta escribió su canto.
Nuestros cuerpos rasgaron el hechizo.
Y yo, con mi bufanda,
cubrí la desnudez que tú dejaste en la aurora.
Ivette Mendoza Fajardo