Un Capricho en la Espera
A la
tristeza por los oídos le lloran los días infinitos
pero nadie
contesta en los laberintos del primor.
Quedaron
encerradas a la orilla de tu lecho,
como las
memorias vivas del deseo.
Entonces
decidí poner un rostro helado y
juntar los
silencios en las rocas lejanas
de tu
enronquecida voz sobre mi almohada.
Y vi tu
imagen, moviéndose como un péndulo
—colgada—
en el
relámpago de la desolación y
mis
tormentos. Era igual estar dormida.
Trazabas
otra historia ardiendo insospechada
de
madrugadas ácidas, entre la lluvia y mi broche
de violetas
que proyectan tu sentir como página vacía
en mi
lejanía.
Fui hasta
el santuario donde enterraste las monedas
de nuestras
verdades, ¡Todavía valen en la tímida realidad!
sobre
figuras acaracoladas fantasmales de horas compartidas.
Y volví a
decirte:
¿Hacia
dónde vas en sereno tiempo, con el rostro escondido
como un
capricho que se espera?
Ivette
Mendoza Fajardo
La
Sombra Borda el Silencio
Era inútil
esperar una palabra doblada de todo.
Tu aliento,
quieto, invocaba la flaqueza del deseo,
reposaba
sobre la tarde como una promesa
que traía
de regreso un milagro dulce
entre el
crujido del frío.
Entonces
entendí
que no hay
regreso sin hambre,
que hay
manjares ocultos en el crepúsculo,
y soles que
no arden,
sino que
despiertan como panes frescos
llenos de
memoria,
rebosantes
de perdones
que rezan
al queso que se funde lento.
Pensé:
la sombra
es como terciopelo,
puede
bordarse también
sobre la
lentitud de los párpados.
Y el amor
como diciendo algo entre las paredes —
—ese amor
que arde desde el barro,
que huele a
tierra mojada —
se hornea
en capas de savia y silencio.
Pero ya era
tarde, y la poesía se había ido
con aquella
bandada de pájaros
que
supieron cantarnos bajo la briza.
Ivette
Mendoza Fajardo
