Erizamiento de Miradas
Qué
delicado el fulgor que chisporrotea
cuando
asciende el día volando en adjetivos.
Derrama su
trampa de semántica grandeza,
y huyen
figuras en pedacitos de vida sin ruido ni tregua
del espejo
distante de sonoros nervios.
Los ríos se
rinden, a la indiferencia de las palabras
la ciudad
se borra, en los confines del quebranto
la ciudad
se borra en los manjares del paladar.
¿Cuántas
veces morirá la ciudad antes de que nos toque?
Todo cambia
al andar a ciegas:
gestos,
rastros, sitios sin milagro buscando el amor.
La luz se
desvive, roza en erizamiento de miradas,
quema
suave, en la médula de turquesa donde
viven como
alas que no recuerdan, solo de vez en cuando.
El tiempo
—cariñoso, fatal—no lastima la sombra,
sólo cae,
echando chispas guiado por su propio giro,
hacia este
ahora perfecto, tan inevitable
como
despertar.
Ivette
Mendoza Fajardo
Las
Ondulaciones del Recuerdo
Los nardos
vibran por la sombra inerte,
y el corazón
se ondula de recuerdos,
en ruta
hacia mis lágrimas que no se rinden
aunque
sepan que amar también es hundirse
bajo el
grito seco de mi ira.
Esconden
una penca que me quema,
la jornada
de una caricia misteriosa,
terca como
una burbuja al deslizarse.
Y mientras
caen, clavan una cruz en la alta frente
que
perseguimos cuando no estamos ciegos
de
realidades ausentes, como ese deseo que no borra la noche
aun después
de apagarse la luz cruel.
Lo sentimos
lejos: cifrado en tu sombra,
quieto y
completo, en las sienes ardientes
de la
desolación que no espera.
Y cuando al
fin nos vayamos, quedarán
frutos de
desolación sin madurar.
Solo miraré
aquel corazón
que me amó
antes del nunca.
Ivette
Mendoza Fajardo
