Obsesión Marchita
Obsesión
marchita de mi
tibio
esternón que sacude
o, quizás,
inmoviliza el alma, pero
yo retorno
anónima a oír los lamentos
y
retorcerlos tras la puerta.
Y, si bien frágil,
su repetida sangre
me corta el
molde al descubierto
como sombra
redonda que brilla
bajo su disco
rayado. ¿Craso error?
Soledad de
besos audaces encadenados,
de dudas,
angustia de paladar incierto:
yo asciendo
al coágulo de mi espiga acantilada
–roce agudo
del verbo batallante
en el
regazo herido de mis muecas–.
Nota tensa,
intuida a modo de réplica,
señal vacía
para el preciso momento,
sin ser
santo de mi devoción,
para la
sangre que da forma
a un refrán desgastado de anhelos que mis manos reciben:
–maniquíes
sin sueño en la
atadura del
mediodía, siguiendo pasos ebrios,
la gota
recién nacida, áspera–.
Camino
valiente el trazo del vértigo,
como
plenitud callada, como papel mojado
ardiendo en
nuestros cuerpos, midiendo las costillas.
Ivette
Mendoza Fajardo