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miércoles, 21 de mayo de 2025

Estatua del amor Blanquecino

Me sorprendió el desvelo de la estatua del amor,
alta y llorosa, vestida por manos pálidas
que rozaban las laderas antiguas,
en el valle donde habitan los querubines.
 
Su rostro sereno abrió mi pecho con cuidado,
y en mí brotó un diálogo sin cierre,
como mandíbulas cansadas que no cesan de llorar.
 
Entre mechones de plata y hebras en nudos nocturnos,
escuché el canto distante de un relámpago.
Vi esa imagen extraña que ofrecía su misterio,
sentí un adorno marchito rozar mi oreja,
y mi corazón aferrarse a sus pies de mármol frío.
 
¡No me quites el cincel renovado,
déjame pulir esta plegaria con mis propias inquietudes!
Imploro esa fuerza perdida en el tiempo,
porque ese desvelo me habita como un templo,
un vacío suspendido que gira sin respuestas,
mientras disuelve mi alegría en yeso vivo,
entre telas nobles y fragmentos celestes,
que me llaman a recordar lo que fue.
Ivette Mendoza Fajardo