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sábado, 17 de mayo de 2025

La flor de tu sangre

La obsesión de garabatear sueños me arde en la epidermis,
sujeta máscaras de viento que se niega a morir.
Ese abismo que domesticó al miedo —pero nunca le devolvió la risa—
es quien borra los cantos que escuché de niña,
cuando el error crecía como fruto podrido en la rama.
 
Ahora me besa con labios de ausencia,
desde un amor resquebrajado hacia un hambre de ojos vendados.
¿O será el plomo en su lecho lo que pesa más?
 
El pavor es un muro de cristal: grita en mis venas y no cae,
como péndulo fijo en el aire,
como chaqueta abandonada
que no acepta la claridad del día. ¿Encenderá un cigarrillo?
Lucha con el vacío, aniquila al ocaso,
pierde su fuego de gratitud.
 
Los hijos del anhelo, desnudos, inmóviles,
gritan sin voz: yo soy la flor de tu sangre.
No hallarán descanso en la luz.
¿Quién los busca en su muslo agusanado?
Nacieron antes del tormento. Ese es su sino.
El abismo no vive en ellos. Está en mis cenizas, sin espuelas,
en esta costumbre de quemarme las manos
esperando lo prohibido.
Y eso… eso es lo que más duele.
Ivette Mendoza Fajardo