Zafiro en Amaranto
Desconózcase
el atrevimiento del campanario cantando:
lamento
alado de crías húmedas deshace mi esqueleto en agua.
Toda arenga
vacía se congrega en el cofre de mi esencia.
Dobla su
lanza mínima la bamba
del
hálito-estrella —ahí la gratitud de mis mares,
que horadan
la epidermis quieta, zafiro mojado en amaranto,
mientras
los alaridos brotan por el revés de la espuma amañada,
bajo la
punzante vigilia del sopor.
Y es la
atracción: hamacas señoriales de lágrimas latigudas —
como si
llorar fuera un lujo (¿ves? estoy muda), pero grito al romperme,
fluido de
soplos innombrables...
Ahí
descendí, con rápida ofrenda, hacia el espectro debilitado
que amarra
mis sienes a lo oscuro.
Rehúso el
sosiego llagado de pesadumbre.
—Yo,
tejedora
fallida del ancla, pero aún atada al hilo
que afrenta
ver su mirada—,
hundiendo
mis dedos en su substancia, y sigo hablando
con el
pulso en la garganta aún buscando sus palabras.
Ivette
Mendoza Fajardo