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sábado, 10 de mayo de 2025

Zafiro en Amaranto

Desconózcase el atrevimiento del campanario cantando:
lamento alado de crías húmedas deshace mi esqueleto en agua.
 
Toda arenga vacía se congrega en el cofre de mi esencia.
Dobla su lanza mínima la bamba
del hálito-estrella —ahí la gratitud de mis mares,
que horadan la epidermis quieta, zafiro mojado en amaranto,
mientras los alaridos brotan por el revés de la espuma amañada,
bajo la punzante vigilia del sopor.
 
Y es la atracción: hamacas señoriales de lágrimas latigudas —
como si llorar fuera un lujo (¿ves? estoy muda), pero grito al romperme,
fluido de soplos innombrables...
 
Ahí descendí, con rápida ofrenda, hacia el espectro debilitado
que amarra mis sienes a lo oscuro.
 
Rehúso el sosiego llagado de pesadumbre.
—Yo,
tejedora fallida del ancla, pero aún atada al hilo
que afrenta ver su mirada—,
hundiendo mis dedos en su substancia, y sigo hablando
con el pulso en la garganta aún buscando sus palabras.
Ivette Mendoza Fajardo