En las penumbras de un horizonte ocioso
En las penumbras de un horizonte ocioso,
en el silencio monosilábico de la tarde de
ojos pardos,
¿las preguntas engañosas surgen?
se divierten en una esquina madrugadora y
entran en mí,
deseosas de intuirme ferozmente.
¿No hay más dudas fieles en un caluroso e
ígneo verano?
¡Ni hay factoriales larvadas que proteger
contra
las fricativas concordancias,
perennes y hoscas literalmente!
Adelantan, con intentos desmesurados
en lentitudes caviladas,
y se mezclan en el alma,
dagas de titubeos que destruyen y purifican
todo.
Saben a qué atenerse justamente,
¿cómo narcotizar nácares entretejidos
ansiosamente días atrás hasta un diametral
cansancio?
¡Sin esperar los frutos ostentosos de
Afrodita,
ni promesas desordenadas entre manos agrias
a dioses azarosos!
Son esas penumbras inquietas las que me
amedrantan
en un jugo de pasamanos confabulados sobre
estas frías
noches de letargo agreste,
y en casi todas las orillas de un invierno
expeditivo,
me informa la trémula noche que, en
su eterna misericordia,
protegerse contra una penumbra granívora
aún significativa,
es el acero frío de la queja intrigante.
In the penumbras of an
idle horizon
In the penumbras of an
idle horizon,
in the monosyllabic
silence of the evening with tawny eyes,
do deceptive questions
arise?
They frolic at an
early corner and enter into me,
eager to ferociously
sense me.
Are there no more
faithful doubts in a hot, fiery summer?
Nor are there larval
factorials to protect against
the fricative
concordances,
literally perennial
and grim!
They advance, with
excessive attempts
in contemplated slowness,
and they blend into
the soul,
daggers of hesitations
that destroy and purify everything.
They know exactly what
to expect,
how to narcotize
interwoven nacres
anxiously days ago
until a diametrical exhaustion?
Without waiting for
the ostentatious fruits of Aphrodite,
nor disordered
promises between bitter hands
to capricious gods!
It is those restless
penumbras that frighten me
in a juice of colluded
handovers on these cold
nights of rugged
lethargy,
and almost all the shores
of a swift winter,
the trembling
night informs me that, in its eternal mercy,
to protect oneself against a grain-eating penumbra
still significant,
is the cold steel of
the intriguing complaint.
Ivette Mendoza Fajardo