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martes, 20 de agosto de 2024

Palpitando amores

 

Anoche los amores palpitaban en un espacio
solitario, consumidos por sus voces leves, como
una suave nota extraña de recordada desolación;
perfume de sábanas nuevas entre nombres
ya acorazonados con pecados infinitos,
no más pequeñitos.
La vida apenas comienza a germinar amores
tibios, de rostros virtuales, mientras la noche abraza
un fantasma de realidad en rítmicas elipses, sin dolores
con muchos colores, como dos relámpagos de luces boreales.
! ¡Oh todos amores!
¡Hoy renacemos con arte estrafalario,
tocando tu piel sin cruzar el olvido virtual!
¡Besos humedecidos por tormentas inesperadas en un día casual!
Por eso el día avanza con toda pompa, sin desesperación.
Aguas que vierten un amor constante, sin turbar los sueños,
chispas abrazadoras como girasoles en armonía,
besan suavemente el mar, como fruto
maduro que respira en mareas de labios o dentro de melancolías,
entrelazados, repitiendo tu nombre y el mío.
La pasión es el más largo de todos los caminos,
porque nos quedamos dormidos en las manos de la primavera,
como una flor que se abre, como puertas abiertas, como lluvia
primera palpitando amores y más amores.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz

A manos frías

 

“A manos frías” es más luminosa ante un altar,
honor blanco en su desesperar, blanco tacto y
satisfactorio en todo al adivinar cuchara matabuey
¡Oh matabuey que con dos manos se hace el rey!
con que se subleva el agua “a manos frías”:
en las heladas cuando inicia el día a confiar,
¡cómo se aflige en su aduladora prisa!
marea alta, manos profundas al pensar.
 
Y dolor viejo que pesa de confín a confín de espacio,
a espacio qué despacio va, la lumbre, la lumbre miente,
no es fiel ya de alumbre, manos frías, manos
ya piel en piel, ya uniforme, ya
inconforme en todo a la fama del verbo que es tu yo,
un verbo que de costumbre hace retozar el corazón.
 
¡Cómo se va al mismo rincón, manos frías no
es la solución! Prudencia toca y es
candil de pocos aquellos que firmes creen,
con precaución. “A manos frías, corazón caliente,”
pocos cartuchos quedan, heridas sangran
sin emoción. Heridas sangran por el rebuzno
de un hueso remolón, crecen más dolores,
crecen los quehaceres, manos frías ya no estremecen.
 
Sino invocan un olvido tibio, un descanso en el frío,
mientras el crujir de la escarcha bajo pies descalzos
contrasta con el calor fugaz de un aliento en el aire helado.
“A manos frías, solo corazón caliente” corazón alado,
candil de pocos, luz que oscila entre la fe y la duda,
iluminando caminos tristes, y esperanzas aun naciendo.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz
 

lunes, 19 de agosto de 2024

Aurora fantasiosa en arrullos hechizados

 

Aurora fantasiosa en arrullos hechizados de realidades a contratiempo,
sobre un recuerdo llorado que florece "a flor de piel".
 
¡Resto incierto de una reverencia perdida!
 
Nada duda en las luces extrañas que cavilaban en mí.
Ni los dedos incomprensibles y mudos,
ni el tambor frágil de la sabiduría,
pasando páginas en los libros felices de la felicidad fotografiada.
 
Un toque convocado en el cáliz
de una mano purificada por siglos ingratos.
Cientos de dones, en mansedumbre, acecharon alguna vez,
y un ojo temeroso, atrapado en los matices
aprensivos de fallas idílicas, avanza a vivir de mi sueño crepuscular.
 
Se difunde una mengua renovada
con su sorpresiva feminidad de gran intensidad,
hablando por encima de los balbuceos desdichados.
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 18 de agosto de 2024

La holgura fuliginosa de un ingenio

 

La holgura fuliginosa de un ingenio inmenso,
noctívaga y vestida de lagos gentiles,
evoca el manto celta de un serafín perdido.
Mi corazón, agrietado con cuidado,
susurra su soliloquio entre sombras,
como tentáculos que buscan en vano
su presa en la oscuridad.
Allí, los tercetos grises y los satenes de luna
silenciosamente celebran la armonía del rayo;
allí, la figura del destierro
dibuja el oro triste en el pecho del sol,
un corazón que sostiene la lámpara
brillante del epíteto.
 
¡Oh, solemnidad que me seduce!
La devoción de un cataclismo contenido
se convierte en un poema profundo,
una señal que acaricia el júbilo,
desterrando mis pesares en retazos monosílabos,
tejidos en la frialdad divina de ilusiones griegas.
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz

sábado, 17 de agosto de 2024

Saludo de un gran sábado

 

Luce tu estrella bajo el fervoroso ocaso de tu vida,
en un sábado que esconde un saludo trémulo.
¡Ah, como si se abrieran los párpados al mundo!
El saludo, fresco y veloz, recorre las puertas mágicas perdidas,
entre corolas rojas de sollozos donde, extenuado, absorbes
las penas de tus manos. ¿Era tu sonrisa de cristal lo que buscaba?
La noche entonces se llena con el bullicio de voces innumerables,
como un tumulto de luces que oscilan y picotean las frondas silenciosas
de un valle somnoliento y lleno de rumores.
El saludo viaja por lunas en el viento un sábado memorable,
cargado de enigmas y el perfume de niebla fina
pulida por la brisa, en una marea obsesionante donde
el tiempo se desliza con el dulzor de tus caricias.
La esencia del vacío se convierte en el imán que consume el fruto
de tu vanidad, infundiendo vida a los solitarios delirios
de aguas angustiadas mezcladas en la espuma del mar.
Un simple saludo avanza hasta desvanecerse en el horizonte.
Escuchar los latidos del cielo de Dante marca
el pecho de la historia bajo símbolos dormidos;
un saludo perdido se convierte en el dilema de un dramaturgo,
donde el tiempo ya no puede retornarlos. Deja que exista donde pueda persistir...
Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz
 

viernes, 16 de agosto de 2024

Escriben las voces que desgarran mi soledad

 

Escriben las voces que desgarran mi soledad, cada violeta del fuego nocturno hambrienta de bruma. Cada suspiro tuyo, sellado por la angustia, delinea una parábola ruinosa, donde acepto la fragante geometría de un surco idolatrado, oculto en un mundo de oscuro equilibrio.

He renunciado a las caricias acrisoladas de tu gentileza, domesticado a los corceles cobardes que crucificaban nuestras ilusiones. Eres el ladrido melancólico que transita por el vacío, donde, tras las orejas caídas del sol, nuestras aventuras se embriagan de mieles enloquecidas.

Mis rasgaduras solitarias se deslizan por las calles, bajo la mirada de lunas dormidas, cuyo hierro filosófico dispara a los cielos, abatido por la muchedumbre del tiempo y telégrafos que susurran dolores románticos.

La física implacable de las fiebres extintas proclama la existencia de la arrogancia, vestida con la corbata gutural del mediodía. Acurrucada y contenta, esparzo la cabellera del milenio, iluminada por ojos índigos y honorables.

La epopeya, endurecida por el consuelo del bronce, nos encuentra temblando, jugando a la rayuela en un equilibrio precario. Curvas metafísicas descomponen la substancia y la forma, en un agosto que se desmorona.

Émbolos ricos de fragmentos narran sus historias y dolencias, intentando corregir, con un suspiro, las mentiras errabundas.

Ivette Mendoza Fajardo
(Ivette Urroz)

Qué extraño es girar en encantamientos imperfectos

 

¡Qué extraño es girar en encantamientos imperfectos!
En blasfemias de lágrimas y marañas de abedul,
que, aunque deambulen por la catedral triste de seductivas
muecas, no alcanzan a ver el mágico extravío de otros extravíos;
cada uno anda solo, cegado por mil luces que tiritan
hirsutas en el hielo.

Yo, esdrújula, intentaba destrabar el destino a veces,
navegando en alfabetos de trigo hacia la mar;
pero al caer, la rabia del olvido
los ha borrado uno a uno, en su sequedad.

¡Qué extraño es girar en encantamientos imperfectos!
Ninguna furia conoce la próxima estancia del lugar perfecto.
El verdor de vida que tus ojos solitarios revelan
se confunde con la soledad de lo nuevo hallado.
¿Pensamos diferente al trenzar caricias anonadadas?

¡Qué extraño es girar en encantamientos imperfectos!
El éter lustroso del cansancio virtuoso, en su ritmo exaltado,
fluye y fluye, movimiento deshuesado, que solo es
un ritmo pintado cuando el invierno llega a devorar
sus paisajes breves.

Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz

jueves, 15 de agosto de 2024

Brillan las copas de Merlot en sueños dinamitados

 

Brillan las copas de Merlot en sueños dinamitados
de auroras duras, anhelantes en el callado mocasín
de soledad y amargura. No se cansan de su apariencia
misteriosa, calculando estrellas que ennegrecen sus
rumores gentilicios, con sus ritmos de campana:
ding, dong, ding, dong. Rotundas fiebres de natalicios
abolidos sobre la carne de la sombra débil; a veces,
ni siquiera borran las distancias, bregando recuerdos
en combates helénicos, como suertes mal llovidas
que galopan en la historia.

¡Ah, mañanas yuxtapuestas convertidas en agonías!
Beso espía, indaga los dones en la mente del
firmamento de marfil, recoge ahora los cabellos de
Medusa. Pegaso, que se eleva, se desliza en la brisa,
y nadie lo ha visto por miles de años; dicen que descansa
bien dormido en los montes del Olimpo.

Nadie le ha dicho que salga, pero tampoco
lo vieron entrar. ¿Y qué dijo Poseidón? ¿Qué pasó con Medusa?
La silabeada marea nutre las profundidades de sus labios,
dentro de glorias oscurecidas huyendo con pasos confusos.
La atareada madrugada sugiere recorrer con Pegaso junto al
tercer ojo que acecha la ebria amenaza de los gestos y sus
vidas desdichadas y agobiantes. ¡Querían estar conmigo!

Ivette Mendoza Fajardo
Ivette Urroz
 

miércoles, 14 de agosto de 2024

Ciervos cazadores de sustantivos vencedores

 

Ciervos cazadores de sustantivos, vencedores en torsos flácidos
de lunas rezumantes, batallan contra párpados tiranos.
Vestigios inconsolables en la vidriosa herrumbre que pende,
como una marca de sudor que, en mi tristeza, escribe al instante
en la sombra de un pétalo hostigador, con afán imperecedero,
donde una llama aprende a sangrar soles aniquiladores.
¡Oh, noches de perfumes blandos! Floraciones de auroras turbadas
en música fresca, embelleciendo todo en suspiros de primavera.
Hay algo en mí que sostiene el equilibrio de una alondra oscura,
tan entrañable, tan confiada, que divide el universo en dos.
Afanes de una rosa prisionera en un rosal de deseos quemados,
¿qué comprenden ahora?
Aquí, la verdad predecible es un fuego que arde en el desierto de llantos
extraviados, con rayas rojas de una infancia perdida, mientras salta la cuerda
que mece las palabras en la timidez del agua.
¡Qué iluso es el rostro de la muerte! La piedad arrepentida es una cajita de
música que toca con un amor que se evapora de sus manos, y ni la noche,
con tanto cariño, la soporta, comparándola con un viento lleno de vergüenza.
En el espacio tridimensional, un horizonte codicioso captura
a Orfeo en una risa eterna, mientras bocas perpetuas giran alrededor
nuestro. ¿Qué hace Orfeo en un quebranto enrojecido?

Ivette Mendoza Fajardo
(Ivette Urroz)

lunes, 12 de agosto de 2024

Acero espantado en la noche

 Acero aterrorizado en la noche, sin la geometría del hambre,

sangre plutocrática derramada en la tinta de un eslabón perdido,
como un reloj trágico con pechos flácidos, vírgenes y vacíos.
Una cosa tras otra, débil bajo las heladas viajeras, en el
garito intacto de la explotación, incubadora de sueños rotos,
super-hembra, hija de figuras bramantes,
oculta tras las cosquillas antes de que el látigo azote.
Levitando como la lengua bruta de las catedrales,
o como un río de sabiduría esquelética que no distingue
el amanecer entre distancias transparentes,
ni se deja engañar por la hojarasca susurrante donde escanciarse.

Movimientos de números esquivos, tus noches leves;
mis nubes de extravíos, desolación lenta y constante,
mirada petrificada, extinta entre la muerte,
languidece más pujante donde renuncia
a labios enamorados del dolor, se niega al lecho fantasmal
de un oleaje indolente, y como un relámpago de agonía te busca,
en pesadillas de corazones trizados por la negación,
plegaria prodigiosa de ruidos escondidos,
bocina inquietante, sin compromiso,
que exige mi entrega en medio de lo amargo,
en tempestades de puntería aguda y precisa.

Ivette Mendoza Fajardo
(Ivette Urroz)

La silueta de mi existencia me abarca

 

La silueta de mi existencia me abarca, como en aquellas épocas
ya idas por la inconsistencia, con igual ostentación, rugiendo
de una falange fallida de lo eterno. El envés concordante
de la mitología intuitiva, la gran arcana numeral sorprendida
de lo evolutivo; hábitos de las elipsis más casuales, súbitos
en el átomo, de la perpendicular hacia mi entorno, irá vagando
cuando las suturas del alba son los madroños de mi ser.
Con el mismo nudo paseante y virginal cortejo, lo inesperado
era una pasible, animada pretensión de cristalino temperamento.
¿Cuál será la idea de mezclarlo todo con un fuego recreador?
Aún vivimos; y vamos cambiando porque nada es permanente,
vamos amando, mientras se ensaya lo rutinario. ¡Oh, Heráclito,
y tus mundos fluidos, todo fluye, todo fluye! “Con conocimiento
de causa” el sueño ya no es sueño, sino
una vida de filigrana entre oquedades, suspirando, aunque transitoria,
elige el momento apropiado de los interludios del mundo con su llamarada.
Y, aunque no pudo ser un principio invernado, no abarca
aquel yo pasajero de lo eterno.
Y lo imprevisto se conforta, porque entiende que muchos otoños
sedientos de colores acaban olvidados y que la silueta de mi
existencia puede ser algo más…
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 11 de agosto de 2024

La brida de mi destino

 

La brida de mi destino, meta invulnerable;
¡Oh, la brida de mi destino, en tu espera irídea!,
de todos nuestros idilios lactantes de veranos dulces,
suplicando rapsodias, iracundas en un reposo alterno.
La brida de mi destino, de tu letanía de acero.
Yo la columpio, coloreadamente, en murmullos oscuros,
La brida de mi destino, de tus valles huraños,
de todas nuestras imaginaciones saturnales,
¡La vislumbro en las lumbres de córvidos amores!
Desenhebrando lo más casual de mis dolientes letras,
desenhebrando allí, siempre desenhebrando, fugaz,
impulsándome, escudriñándome, entendiéndome,
conmocionándome. ¡Una oda de Píndaro recordándome!
La brida de tu destino, de mi meta invulnerable.
En mis sacros rubíes, bien conservados, de años solitarios,
honoríficamente memorizados, ataviados
de piedra misteriosa, de arcilla clara, de verdades azuladas,
cautivando con bocas habilidosas, razones fugitivas,
energizando gestos donde colgaron los mitos halagadores,
olvidando sus guirnaldas infecundas, sin falsedad alguna,
tus bridas, las de nuestros destinos de nubes primitivas.
Ivette Mendoza Fajardo
(Ivette Urroz)

sábado, 10 de agosto de 2024

Bajo la luna temerosa

 

Bajo la luna temerosa,
escarban frígidos los tercetos con los que argumentábamos
estas horas caprichosas de agosto
y su círculo casto de eucalipto.
Corazón silencioso, corazón terso; amor puro, puro amor, cobija
que desde nosotros tiritaba al soñar.
 
¿Por qué ya no animaba aquel querer?,
aunque nadie se asombrara de sus intrepideces,
había algo de malquerencia, una forma de conquistar la luna:
esa celebración, búsqueda, solución inhibidora,
para no vivir, incómodamente mínimo, sin doblegar
como en un abismo del alma, soledad al aire,
ya entorpecíamos la espera.
-Aquí nos esperan cantando.
 
Yo nada sé sobre el sufrir,
solo que soy ideográfica de mi propia grafía,
porque el exiliado de verbos es un pentagrama
también consigo mismo.
-Nos ven reír,
escalfados y en alto, bajo la dominación escéptica;
nos esperan las colorimetrías en las autopistas.
Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 8 de agosto de 2024

Como mares de rocas en armonías mecánicas

 

Como mares de rocas en armonías mecánicas,
orquestas la danza virgen de los astros risueños,
una selección deliberada a través de siglos y siglos,
y es el susurro del Génesis, el bramido de la nada.

Entibiado, el corazón cándido de picardías furiosas
gravita sonriente, despojado de maravillas silentes;
y en el gesto de la vida, se cierne el escepticismo,
ojos dramaturgos en el nido siniestro de la fatalidad.

Péndulo de polvosos ocasos erra, cansado, de tumba
en tumba, de hombros a hombros, hasta el ojo de la humanidad;
rebuzna la psicología del sueño relampagueado
bajo la noche que se alarga en escombros cósmicos.

La madrugada, hablando sola, parecía un campanario
lleno de inquietudes, que gobernaba el patíbulo del amanecer.
¡Oh, vejez sin vejez! Sus canas eran libres frente a la vanidad
del mundo, como tercetos sabihondos saltando el paso
cuántico de los silencios, filosóficamente.

Ivette Mendoza Fajardo

 

martes, 6 de agosto de 2024

Sol bruñido en nocturnidad dorada de melancolía

 

Sol bruñido en nocturnidad dorada de melancolía,
como un embrujo tocado por abrasadoras ilusiones,
sensaciones de panderetas que arden vagamente,
empeñado en ser amado, pero solo en decibeles prisioneros,
como ruido sobre ruido, inservible y sordo.
A mi soledad te acomodo en sonidos invisibles,
oscuros y lentos, como el fulgor de media noche en el tormento.

Rocíos de rubíes en un sol bruñido por acontecimientos,
te acogieron en pétalos blancos de tristeza,
hasta los ramajes de ritmo alterno, brotados de enigmas
intuidos, pero nunca escuchaste la melodía del sosiego,
como bronces de halago en un nudo ciego, fragmentos
de cristales de una alegría fatigada y rota.

Velas de quehaceres atornilladas en cielos forjados
por la vida, donde mis cinco sentidos son dueños de mi dolor.
¡Oh, Hume! ¿Quién gobierna esta pasión acalorada
por el cansancio? Teniendo toda la razón, un sol bruñido
se convierte en paisaje de recuerdos dispuestos a agujerear
el alma, silenciosa y eternamente; a veces vuelan libres,
y lloro y lloro, y soy feliz, como un tierno amanecer
en los cielos de Dante.

¡Oh, verdes y floridos gestos de la naturaleza, donde
la conciencia puede vagar sin engaños, carne de día,
sueños de noche! Si antes de la palabra, el sigilo
era más claro; si antes de la luz, la oscuridad
era más sonora. ¿Quién recorre el trayecto de la luz incierta
y se desvanece en la penumbra de su propio enigma?

Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

Vive y mira un viento óptico en romántico desvarío

 

Vive y contempla, mi alma, un viento óptico en romántico desvarío,
refulge coronado de congojas, mientras cuervos niños lloran su desventura.
¡Oh ternura, ilustre diadema de los días! Un pudor sarcástico se alza,
elástico, en la rústica indolencia de pliegos cargados de hazañas,
serias e imperfectas, talladas en el dolor de lo inevitable.
El eucalipto se desliza en humedades de alegrías, jugando con nosotros
en un nido crispado de olvidos, como soles floridos que esgrimen espadas
en tormentas de ensueño, titilantes y soñolientas.

En la paciencia aburrida de carnavales desconcertados,
la torre anuncia chistes de pequeño calibre, que ahogan su risa
en un mar Atlante, por el latín de la ciencia olvidada.
Cupido, enredado en rizos simétricos, deshace con su arco
el tejido blando de la enredadera de la pasión.
Necios dijes, congelados en el tumulto del milagro,
repiten su veneno novelesco, bandido y sacudido
por los ramajes internos de una secuencia nunca escrita.

Raudales de sensualidad gélida se entrelazan,
recordados en el abismo de sinsabores de alquimia mordiente,
mientras dientes tercos desgarran la amistad deslucida.
Papel callejero de melancolía ilícita, grabado en la retina
de una vagabunda gemebunda, perdida entre el perdón y el desprecio.
Que mis ojos no lo vean en su Romeo purificado,
mientras Afrodita, oculta, perfuma los umbrales del Olimpo,
dejando su rastro entre sombras que nunca conocerán la luz.

Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

lunes, 5 de agosto de 2024

Al fin, la mecánica cuántica del sueño astral

 

Al fin, la mecánica cuántica del sueño astral,
del universo redimido, atraviesa fugazmente
el lienzo sutil de tu sonrisa, enlazándose al rumor
del naciente beso del sinfín.

Melancolía de un fotón por lo imperfecto, que despliega
su ultravioleta calendario sideral contra la orilla
abismada de vapores negros, colores sorprendentes del desaliento.
¡Ah, sonido de la vida que invade intermitente!
Cuerpos de energía resistente, amor perpetuo de noches índigo.
¿Quién te reconoce a lo largo del camino? ¿Acaso fue Max Planck,
quien llevó el sentimiento atómico a la razón?
Apaciguando pesares en un adiós sereno y marchito,
exponiendo los ojos de fuego del universo en borrascas foscas,
donde sólo deben cantar las estrellas más versátiles.

Vacío espectral donde la tarde desciende lúcida,
corazones llorados en celeste, conciencias llagadas de clemencia,
alardes de cáñamos ignorados en secuencias de lustrosas poesías.
¡Oh, bramidos de teoremas difuntos que vieron su primera luz!
Un día como hoy, cuando en tu mundo,
ni el calor ni el frío hacían parpadear el amor;
cuando besabas con dolor, la tierra se abría;
cuando el relámpago mojaba tus labios dorados,
la caricia se convertía en una libertad de luz.

Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)
 

domingo, 4 de agosto de 2024

Oprime la fusta talentosa

Oprime la fusta talentosa, toca la crítica sombreada,
esa consonante que apenas vibra en una fantasía escandalosa.
La flauta desdeñada, en ímpetu amoroso, saborea alas saladas
en pensamientos pitagóricos, en corazones alegóricos.
¡Oh, vida piadosa, que nos arrulla con canciones amarillas,
con la astucia sutil de una cadencia rebelde!
¡Oh, clemencia del día!
¡Canta al hálito de Eurípides que acelera el corazón!

Alegrías roedoras se despliegan en cosenos deleitables,
dulzura ávida en la sensualidad del heno.
Coral marinero navega en la ceguedad de mis senos,
mientras el viento lleva una rosa maravillosa por más de un milenio.
Siempre primera, acariciada por el cielo en una laguna primorosa,
la lámpara ilumina la oscuridad de pájaros cantores
que estremecen ante lúgubres ruiseñores.

Antorcha truncada en mástiles de silencio,
mitológica y constelada, oceánica y galvanizada,
se oculta bajo la lógica sencilla de su geometría pluvial.
Mariposa del ocaso virginal, geométrica y cordial,
socrática y aristocrática, virtud Constantina que desciende
como un alma en un alud de gracia diamantina.

El placer renace de un vistazo desde el numen insepulto,
revelando un amor que se esconde tras lo oculto.
Como una diosa del Parnaso, mi ser se alza
en malabares diarios, transformándose en la musa
que cruza las fronteras del tiempo y el deseo.

Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

Constelaciones de Juguetes

 

"¡Al fin de cuentas!", en constelaciones de juguetes,

se devela mi semblante pacífico y enternecido,

con los entresijos de mi alma latiendo en crepúsculos.

Mi arboleda interna, vestida de gala, despliega alas de desafíos,

porque en su esencia de solsticios resplandece mi soledad,

asomando por las laderas de tus auroras,

¡florecidas y sonoras, sin insomnios ni artificios!

 

"Con el corazón en la mano", con todo lo que tenía,

en nieblas de rosas agrias, susurraron tu nombre,

desgranando momentos en lagos de silencios,

detectando mundos sombríos que alguna vez

fueron quimeras aladas de mi infancia, orbitando

en las espirales de Arquímedes, dando equilibrio

a las fuerzas de nuestro amor, ¡quemando anécdotas

en pernos jubilosos de domingos brumosos, corazones

ensangrentados de estrellas!

 

Te amé aún con mayor fervor en poleas de dolor,

mi amor, una lluvia hidrodinámica donde

invernaban nuestras almas, conjugando destellos

ante la locomotora de la eternidad.

¿Podrá durar para siempre cada curva que aletea

fuera de su origen sentimental?

Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

viernes, 2 de agosto de 2024

Duermo sobre el vértigo de la madrugada

 

Duermo sobre el vértigo de la madrugada,
y luego cuelgo del ancla de mis plegarias
en un día donde agoniza el pecado de mi inocencia,
entreteniéndome así en tu incertidumbre.
 
Voy consumida en la pausa del escarmiento,
desde hace cinco mil años; pero hoy, transito
por el semáforo casual del tiempo, y su añoranza
sembrada de voz divina es el agua que baña
a todo aquel de poca fe.
 
¡Insinuación imprevista de mis huesos apolillados!
Afina la paciencia con sus ojos dormidos; afina
totalmente en una aurora eterna como el vendaval
descorazonado a la hora séptima del dolor,
dentro del magnetismo del arrullo.
 
¿Acaso eres el halo de la presteza que, cuando reclama
Minerva, ya no duermes al anochecer?
“Damos en el blanco,” pero también sembramos una duda
en la razón del escalofrío para engañar a la muerte,
para engañar a la muerte, para luego cazar luces desde
las penumbras.
Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

Adivinador, adivino lento de carromatos cargados de penas

 

Adivino lento de carromatos cargados de penas, tan dudosas como resignadas al lazo dialéctico de mi tristeza, sin ombligos zodiacales en la noche interminable, lenta, inexorable. Fortificación de caricias estremecidas por barrotes invisibles, que imponen un exilio autoimpuesto, escoltado por susurros que agujerean el alma.

¡Indiviso portal de luciérnagas en estíos perpetuos! Mil cristales marchitos caen sobre lienzos inmóviles, como el primer grito de un tango en su última nota, despojando al sarcasmo de su risa extendida, dejando tras de sí el eco de dolores analfabetos, corolas ciegas que se abrazan a la cordura perdida.

Filigranas de llagas nuevas, como cicatrices frescas, glucosa amarga que se balancea en mejillas enlutadas, cicatriz asfixiada de una era que renace solo para confundirse con nuestro reflejo.

¡Chilla la noche, automática y sin piedad! Chilla inclinada hacia los sueños quebrados en un caos de estrellas y abismos, donde Galileo, con su telescopio como un dardo, hería la lengua de la Santa Inquisición.

Llora el alma porque quiere, llora bajo el látigo implacable de la nada. Adivino de pensamientos vertiginosos, soles escondidos donde se levanta el mundo, donde reposa en un camastro de ideas...

Ivette Mendoza Fajardo

 

jueves, 1 de agosto de 2024

En el surco de los remolinos taquigráficos

 

En el surco de los remolinos taquigráficos,
entre pasiones errantes, marca la desidia,
sellada por el tiempo. Yo navegué sin brújula,
sin fulgores, hacia la caldera mutilada de tu risa respingona.
Así te exploré, en tu áurea esencia, expresión nacarina,
que alimenta el fuego de nuestros celestes cuerpos,
creando, sin prisa ni sombra, las hornacinas de un ardor
cuadrilátero y de caricias inconclusas.

¡Temerosa y soberbia, soberbia y temerosa!
Mil presagios han pasado “dándose contra las paredes”,
y tu perfil dominguero, sombrío y efímero,
“cae de bruces” en la quietud de la tarde.
A veces, el silbido redentor “de buenas a primeras”
regresa como un niño azul, trayendo la eternidad
a nuestras almas errantes.

Ahora, la vida me orbita en curvas y puntos suspensivos,
en un torbellino piroclasto que avanza hacia el destino
de tu fábula, como el huracán que arrastra una espiga
frágil y muda por la añoranza prieta del océano,
perdido en el contorno ebrio de la memoria.

¡Ah, señuelo del sendero quieto, cierra tus puertas!
No espero voces roncas de lágrimas ni ilusiones
ocultas en secretos subterráneos; solo una leyenda
de marea límpida que se vierte sobre nuestros cansados pies...

Ivette Mendoza Fajardo

martes, 30 de julio de 2024

Mascado y aventurado en el vaivén de las olas

 

Mascado y aventurado en el vaivén de las olas,
Eneas espumea, de mente sola, ardiente, cargado de deseo,
junto a Morfeo, el más feo, que en su diente porta un trofeo.

Mutado en navío errante, tarareando luz que tarda mil años,
daños de hogueras vacías, en consonancias resonantes,
despliego mi velamen, buscando el rumbo en mares inciertos.

Borrega nocturna, colega de estrellas sorprendida,
que en la oscuridad suscita sueños enredados,
como un eco lejano en el horizonte, en el borde de la razón.

¿Es la inocencia que acaricia la consciencia,
o la fragancia oculta que envenena la mente?
Navego entre momentos excelsos, buscando la esencia
en los rincones asombrosos de tus murmullos.

Me encumbro en la cumbre de tus rumores,
portador de tus olores dorados, tan valiosos como efímeros,
melodrama en ramas dulces, cabalgando distancias insondables.

Sin saber dónde me encuentro, qué emoción persigo,
en qué revolución de tu ausencia me revelé,
persigo la sombra de un sueño, como el galgo
que persigue la nada en esta encrucijada.

Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 29 de julio de 2024

Llamada telefónica afónica

 

Este momento que me das una afónica
llamada telefónica, un alma biónica
se convierte en mi sustento esencial.
Primordial un dial en tu ausencia sin esencia,
sino de algún modo, como yodo,
fundiré mi ser en la almohada de Ada.
Ella danza, lanzando una lanza, y encuentra
acomodo y declama, y ama con confianza
o devora las horas sonoras.
 
Recorreré las arterias de tu miseria, lloraré.
Haré trizas la resonancia de mis ansias al
escuchar las misas dinámicas e interoceánicas.
En su desasosiego, el trueno quedó ciego,
enclavado en rejas de heno,
porque un puerto anda muerto.
Mis alimañas al hombro del hombre que nombra
mañas sin dones, drones de escombros,
saboreando ilusiones ando, lumbres de cumbres
silenciosas como sombras azarosas
que no resuenan en estos versos tersos,
resucitan inmersos en aguas de Managua
con su enagua colorida y afligida.
Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 28 de julio de 2024

Haciéndote humo en el laberinto de mi memoria semántica

 

"Haciéndote humo" en el laberinto de mi memoria semántica,
te atrincheras en bóvedas estrechas de quemada irrealidad.
Donde el sol nectarino de indolente peregrinación
va iluminando en la nigromancia perenne de la insidia del bastón.
Ese montañoso conjuro surge, conectado a las calimas clandestinas
que rodean mi mirada en encapotada ligereza, “como abeja en flor”.
 
Oh misterio, que “como llovido del cielo”, va peludeando sus lumbres
en el pellizco enclenque de la aurora de lo incierto.
“A cuenta gotas”, mis manos se visten de segundos cenicientos,
vestidura “de brazos cruzados” en sometimiento ante la cerradura
griposa de metales nómadas.
Soliloquio sobre la mordaza de saturnal vestigio que debo plantar,
esperándote “con la lengua fuera”.
 
De la iniciativa hidropónica que se adueña, enlucida hacia
todos mis sueños con lamentos de lo improbable,
“con pelos y señales”.
Ah, volverás al ver el rostro edénico de la vida, para contemplar
un nuevo nombre “con pulso firme”
hasta la última llamada, “con puntos y comas”,
en esta fugaz paciencia de renovar la espera.
Ivette Mendoza Fajardo

sábado, 27 de julio de 2024

La noche aclama la flor de sus reflejos

 

La noche aclama la flor de sus reflejos,
un lienzo de estrellas cae como siglos de brizna,
en los ojos, el fuego ancestral que sugiere
desde precipicios de un oscuro extravío.
La noche decía: “Nunca es tarde, si la
dicha es buena”.
Flor encarnada que solloza dentro de un cántaro
de gemidos, ve su dicha con furia en nochebuena,
desgarrada por el tiempo de dolor eterno.
Dimensión sepulcral de ojos vibrantes, y la flor
que destella visiones de música que toca a mitad
del sueño fugaz, con voces enigmáticas de misterios
en los inviernos de la penumbra, “como de la noche
al día”, pero “a mal tiempo, buena cara”,
¡Oh, cumbre del mundo por las avenidas lunares
de mi alma! Quilométrica fosforescencia de flor
de los reinos azules y blancos, grisácea elocuencia
en segundos que acomete la realidad desencarnada.
¿Quién como tú rompe la copa de los deseos
por donde el mundo una vez me vio pasar?
¡Ah, flor de los mil reflejos! Te lloré en cada instante
de candor desanimado, te sentí púrpura como un
violín desafinado, olí cada color de tu simiente
hasta las tramas de sus incógnitas invisibles…
Ivette Mendoza Fajardo

viernes, 26 de julio de 2024

Soy tu pilar del anhelo de sueños y cobijas

 

Soy tu pilar del anhelo de sueños y cobijas,
pilar ferviente de cuatro paredes,
sólido y seguro, reforzado por el clavo remendón
que guarda cada una de tus ideas.
Como ese pategallina, firme en tres patas,
nos enseña a mantener el equilibrio,
en el mundo tan tornadizo
como una escuela, un vaso, una sílaba, una espiga.
 
Pero, ¿qué hacemos con el reloj
que aún no marca las horas
en tu sonrisa tornasolada?
Las manecillas rotas, el espacio que abre,
un portal al infinito de las cosas venideras.
 
Siento el clamor celeste al contar mis estrellas,
cada una, un bisbiseo de querubes estelares,
eco de alegrías y lágrimas en el tiempo.
Yo, tu pilar de anhelo,
me esfuerzo para que el áspero
concreto no desgaste mi piel,
mientras permanezco
como el valeroso guardián de tus sueños.
 
Como el chilote, cuya luz amarilla
ilumina persistentemente,
brilla en la oscuridad de la incertidumbre,
ofreciendo un fulgor naciente de eternidad.
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 24 de julio de 2024

Cae la brizna bruna, pegando un jonrón

 

Cae la brizna bruna, pegando un jonrón, como si Víctor Hugo lanzara desde Cervantes hasta Rubén Darío, sobre la almohadilla rabo verde, dobleteando ante un trofeo erigido como un gato bravo; en un ¡fas fas!, se disuelve como Alka-Seltzer en un vaso invisible.

Las palabras, cual pelotas fuera del guacal, son fildeadas por el viento que, sin pausa, desbarata la marimba y deja su rastro grabado en el descontento del acordeón. Miguel, acalambrado por años de cachipil, se enfrenta a un panorama desalentador.

No deseo conformarme, prefiero, en mi extravagante forma, explorar lo ambiguo y distante, más que lo irrebatible y cómodo. El tiempo avanza implacable, como una bala; sin enseñanzas, persiste, ¿qué le ocurre?

El tiempo robó mi juventud en un parpadeo, indiferente al principio, dejándome sin palabras, indomable en su curso. Chancleteado de pies a cabeza, murmura y habla, un bla, bla, bla sin fin. ¡Oh, no desesperes, amigo! ¿Quieres depender de mí?

Aliento tu espíritu, no me malinterpretes. Dedico todas mis victorias a tu honor, si no te atrapan en la confusión, y me sumo a tu monumental esfuerzo.

Shakespeare, tú eres Romeo; yo, Julieta. Lágrimas caen, traviesas, en el abismo de un libro desgastado, mientras las fiestas radiantes de Pochomil dan su último adiós.

Los Miserables, cortando el queso, descendiendo desde lo alto, pertenecen a un mundo de fantasía, listos para desafiar a Mr. Fachento, desde chozas hasta balcones dorados.

Una sombra de dudas: la brizna bruna, una metáfora de Rubén, el más astuto, ingenioso sin ostentación.

Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 21 de julio de 2024

Como chirolas abismadas a la oscura bóveda celeste

 

Como chirolas abismadas hacia la bóveda oscura,
arreando tus besos ásperos, cual piedras
pulidas por el tiempo, erosionan mi piel,
dejando huellas profundas en la espuma del alma,
sin extinguirse en la noche amarga
bajo el peso del desconsuelo sombrío.

Ni abrumarlos ni sofocarlos, pues habitarán siempre,
como anhelo febril en este julio caluroso.
Un amanecer envuelto en rocío persistente,
cual lágrimas del alba, besa el día moribundo,
sustituyendo la bruma con los arrullos tiernos
de tu corazón, liberados y frescos.

Como cardúmenes sin fin en aguas gélidas,
mis deseos por tus besos perduran,
acarreados como flores en un vergel exuberante.
Anhelo tus besos, hoy que la soledad me acompaña,
para llorar contigo al amanecer,
cuando el sueño amargo no haya vencido.

Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 15 de julio de 2024

Los vientos convulsivos

 

Los vientos convulsivos provocan tormentas
de desigualdades inexpresivas y de eminente integridad.
La noche, espantada, se despeluca, perdiendo sus sentidos;
chilla como una ambulancia estrellada en el aire,
observada desde miles de años luz, tan lejos, muy lejos de aquí.

El mugiente despertar de las ambulancias
se enfrenta a las calles y techos que gobiernan
una serenidad desdichada,
como afligidos que luchan contra la inductividad de los manotazos,
impidiendo el cuarzo en cuarentena
de su simetría carnal, atrevida.

En el bien y en el mal, hay aluviones de rencor;
el frío castiga, como el apogeo de un día que apenas despunta.
Disipo la tristeza en su coreografía trimestral,
trenzando su voto devorador que flota a través de los siglos.
Sé cómo camina su sentimiento lobado, al cavilar.
Escribo mis temores en su novena costilla auricular:
infecunda, infecunda, infecunda.

Nubes lloran en la paginación golosa del norte,
muriendo como mutantes de moralidad.
Miro los cataclismos pujantes en piélagos de amor,
doy gracias al patrullaje, que se eleva espigadamente,
derramando la esfinge mediadora de medias lunas nacionales.
¡El tormento ululante de perpetua personificación,
rugiendo en la borrasca superdotada!

Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 14 de julio de 2024

Me asemejo a una gruta de dulzura planetaria

 

Me asemejo a una gruta de dulzura planetaria donde
recojo secuencias que detonarían el éter, la esencia
tendida como velos desgastados en el regodeo oscuro.
¡Río hasta más no poder ante el sacrilegio de esta
férvida blancura!
¿Acaso los destellos emanan sus telegramas puros y celebran
ante mi sangre envuelta en infortunios esparcida, y la tuya
disuelta, en el entramado de nuestras heridas?
¡Una fortaleza se desploma en el vacío!
 
El alfa resguarda a la más fría suavidad de puntos suspensivos
de Galileo, con su telescopio errante por los mares inquisitivos.
¿Frente a qué rubor de beso invencible se reveló el prodigio
de tu oído medio del ocaso, sumido por una pantera alada?
¡La sed interroga a la herida de oscuridad degollada!
Navega en percepciones peñascosas en la derrota de medusas
de un mar que suspira por amor de frutos encantados,
por otros santuarios con elementos unitarios del barrunto.
No existen defectos virtuosos sin sed nacida en la fragancia
de los números ambientales,
ni tumbas sin la pendiente de su declive.
¡El aliento despojado es un corcel de emociones fragmentadas!
Pareciera ascender cual hierba en la lejanía,
quizás sólo humo en los olores de prismas escribiendo
un largo testamento de joyas vírgenes.
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 10 de julio de 2024

Resuena el clarín y brama (Poesías, poesías contemporaneas)

 

Resuena el clarín y brama, brama el clarín y resuena
su puente de plata vehemente, su malabarismo entrometido.
¿Cómo el paso inexorable de las eras
sobre el criptograma grandioso de la tierra, entre luchas
carnales colosales?
¡Todo es grandioso, monumental y metafórico:
un asentamiento eufórico, abultado, absurdo,
sombrío y extravagante! ¡Descartes y el Güegüense titilan en
poesías!
 
La niebla pícara y piadosa flota sobre las ciénagas; fluctúan
precoces, adineradas de sentimiento.
Mientras, el cataclismo ideal de los cachinflines
chilla su rapacidad, borrando el tiempo. Resuenan
como marionetas entumecidas en un día nublado,
como mentes geniales en noches del toro guaco,
como la maraca descachirulada
de los espíritus metiches
en la bacinilla eterna de los zopilotes,
de macanas esféricas, viajeras en la soledad del macachín.
¿Y los dialectos automáticos, macizos y trágicos,
que en Tipitapa atrapan tapas de rayuelas en la maturranga,
como en un escenario de maravillas titánicas?
 
En esa vastedad, los embatutados de lo inconcebible
se entrelazan, creando un tapiz
de chibolas y chimbombas luces, dispersados en la
impaciencia.
Cada paso en esos caminos es un viaje
a través de lo abombado, donde colgar los guantes
y dar el ancho es salir de un maíz picado.
¡Come pato! Meter la cuchara
lleva consigo adivinar secretos antiguos,
a sabiendas mientras un cartucho cucurucho
vigila, inconmovible,
la marejada constante de la historia humana
atando las lágrimas al poder del corazón.
Ivette Mendoza Fajardo

martes, 9 de julio de 2024

Supuración de lágrimas brunas y brumas fúnebres

 

Supuración de lágrimas brunas y brumas fúnebres solicitando
alegrías; ahora, persistente al tormento, hambre de lobo
alimentándose del seno ulcerado de la marimba existencial.
Crezco en los dominios espinosos del destino, y mi atuendo
es un manto de miseria y mordazas infantiles, eterno en el
arpegio del viento, tan sencillo al pelícano inmortal.
Sin embargo, mis cantos, espejismos de lo absurdo dentro de lo absurdo,
sumisos y humildes, aglutinan la esencia de lo virtual a las páginas portátiles,
en todo el aliento pensante de la estirpe y el susurro del satén.
¿No es acaso la vida un arpegio de misterios insondables?
Me erijo como pasarela de perfume poetizado, por divina concesión,
con partitura desafiante al signo astrolábico del silencio;
ya que mi jerga orgánica brota de rincones polvorientos, en angustias
erguida en la madurez del vidrio, en la melancolía dolarizada de rebaños
terrosos, una tonada en el yugo del desorden.
¡Cuán vasto es el camposanto de nuestras ambiciones olvidadas!
Engendrando axiomas desde los vinos despavoridos del vacío,
y su retórica, acurrucada y vagabunda, tanto imaginada como atroz,
pianos de constelaciones hilvanan continuamente nuevos cosmos;
afirmo o refuto triángulos en derrota, y mi ardor titánico resuena
como una filosofía sin ruedas, inmóvil,
rompiendo el reino obtuso del prejuicio desértico de dolores de cabeza,
el sombrío poblado clerical de lo cotidiano que busca su sinfín.
¡Oh dolor, de hacienda San Jacinto, cruel y constante, cuánto aprendemos de ti!
Sobre el vasto camposanto y los sauces llorones del Cementerio General de Managua,
decrépitos y pardos del mundo, como si entonaran
los cantares de la lluvia, melancólicos; la nostálgica
melodía de los tejados es una caricatura patética de la bicicleta celestial…
¿Dónde encontrar el silencio en el tumulto de nuestras propias existencias?
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 8 de julio de 2024

En el crujir de teoremas universales

 

En el crujir de teoremas universales con la intensidad del fuego,
los códigos románticos y cósmicos me gobiernan “a pecho descubierto”,
una casualidad argumentada segregada por la lluvia impertérrita,
salpicada para resucitar briznas de rumores solitarios hasta el brocal del pozo,
regentes de mi canto natural y sinfónico que se despliega en medias palabras,
pero se despliega hacia el más allá de la lira del espíritu, el instrumento del clamor
en esa vasta beldad subconsciente “mejorando lo presente”, de armadura sigilosa,
lúgubre y precisa, que dirige mis pasos en la penumbra lingüística iluminada;
atravieso eras cantando como en un vasto sueño grotesco, como muñecas del deseo,
mi verdad auténtica, de flexibles y dolorosos versos dentro del corazón de talquezal,
erizos de silencios robustos en el lomo del candil para iluminar, por la resonancia
augusta y perfecta, quitando saltos difíciles de comprender,
la excelsa sinfonía de unánime concordia de sudores sempiternos de la melodía,
los fenómenos convergen hacia ella, hacia la ceniza fecundada de amores,
y estas manos aciagas avanzan, sonámbulas, despejando la mundana recreación—
mi clarividencia persigue los senderos de lo incorpóreo, iluminada y jubilosa;
todo se convierte en párpados que agolpan, en el canto en mis huesos con
perfume sentimental de mis días de sosiego.
¿Quién dirige los remos de mis mundos que se desvarían a contraluz?
Ivette Mendoza Fajardo

 

domingo, 7 de julio de 2024

Las voces me arrastran, como ríos sonantes

 

Las voces me arrastran, como ríos sonantes que invocan mi ser,
sin elección, suman sus ritmos errantes por senderos del
destino ineludible.
Fatal, como la paradójica tonada de la noche figurativa,
devoro la vida en cada nota del reino vegetal, sorbo el éter
de mármoles anarquistas, chorreando fabulosos pájaros intelectuales.
Me desplazo entre sombras melancólicas y sueños de colosales
angustias sin motivo, sin razón; ¿sin mi canto,
soy acaso nada dentro del orden lúgubre de estrellas?
Un eco vacío en el vasto olvido, emancipado de voluntades golondrinas.
 
¡El jardín terso de mis versos monologados adoquina mi pecho!
En los cipreses de sus epopeyas, ante cadenas vagabundas,
máscara dinámica de melodías, zarandean mi alma dentro de batallas
oceánicas.
Incapaz de murmurar verdades mundanas,
solo canto, solo puedo cantar, cantar y cantar dentro de mis auroras boreales.
¡Ah! Me pierdo en la melopea de violetas marchitas; no hay más palabras.
¡OH Catedral de León que guías mis sentidos!
Selvas negras grandiosas moldean mi existencia en su néctar libertario,
en mis huesos abandonados por acordeones impertérritos.
¿Como se acongoja lo andado, por
leyendas de resonancias y olvidos?
mientras mi flauta, desconocida en su propia piedra entusiasmada,
canta a ojos cerrados al viento sus lamentos de antiguas nebulosas.
Desprecio las aguas mundanas a raudales, triviales y ojerosas,
bajo el peso de lo prosaico y a regañadientes, doblego bajo la utopía
de mi almohada.
¿Anhelo la quietud de cosas vivientes como un árbol que sabe sus deberes?
Ivette Mendoza Fajardo

sábado, 6 de julio de 2024

Reconozco el eco silencioso del abismo

 

Reconozco el eco silencioso del abismo en las profundidades,
del enfermo pesimismo y del hambre de la espalda ulcerante,
de la raíz oscura y gentil que pugna por brotar desde la boca
de su restricta envergadura.
¿La torre sonora del lamento, polvoreada, se aleja de su mala suerte?
Reconozco la muerte tembleque y su ñata infinita, aplastada
sin fuerza ni lozanía.
He sentido el desgarro de la carne y el alma que piensa y machuca.
Los titanes del capital, invalorable dentro del aburrimiento,
tenían su bestial lógico, afirmaban sobre el apéndice de su codicia
mientras acariciaban el vacío de sus entrañas avivando sus neuronas.
¡Cuando “a lo hecho, pecho” es un camino de misterios y de trigos!
¡Ay, oro del círculo imperfecto sin añoranza errante!
Pues la existencia cotidiana está infestada de insectos de platino;
luna venerable de la afonía de los ojos, como una sabia trovadora,
luna majestuosa como un corcel, luna antigua como el aforismo,
luna onírica que evapora las lágrimas metálicas en campana rota;
visionario, lascivo, carnicero amordazado de imaginación junto
a su desamparo, valiente y cobarde, camaradería
degustadora de vinos en las turbinas del tendón, al extremo del
infinito o hacia su norte, probador de rosquillas metafísicas de lejanía
andando.
Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)

viernes, 5 de julio de 2024

Se enrosca el arco tirante del alba entorpecida

 

Se enrosca el arco tirante del alba entorpecida,
lanzando silabarios alados que no dejan cabos sueltos;
luces ahorcadas danzan con tiburones infantiles.

¡Yo, testigo del alba cosmopolita!,
observo cómo el horizonte se tensa y desata
inviernos de luz carmesí y patas de araña.
¿No ves cómo el cielo mismo se desgarra ante tal esplendor?

Contemplo a los ríos, esos dementes que se estiran,
colgando campanas de noches asustadas
en el ramaje obeso de los cementerios.
Es un plato de gallo pinto con chile Congo:
¡Qué locura de contraste!

Siento, en la caricia de planetas recién nacidos,
el aventón frío que roza su moneda fermentada,
sus mejillas virginales de baldosas aún tibias.

Atrapado, un Gueguense metafísico
se desdobla en la escalera de Narciso;
su desnudez pura se enmohece en el contentamiento
de jóvenes sin prisa, llenos de cacahuates,
como su subconsciente sin abismo.

Nos detenemos, embelesados, ante un nido de víboras
que lanzan preguntas envenenadas al aire;
es el plumaje que carga la ira desde el sol,
y yo, ya sin pensar en el amor, observo.
¡Los cíclopes han dejado de danzar en pelota!
¿Había justicia en la edad del pavo?
Con la lengua fuera, llegué a buscar crepúsculos podridos.

Ivette Mendoza Fajardo

jueves, 4 de julio de 2024

He contemplado la sombra de un loro

 

He contemplado la sombra de un loro en el lodazal,
perdido en el laberinto de cabangas y palabras,
lleno de miedo ante el sendero de carambolas y de maizal,
y haciéndose el chancho, trágico en su elocuencia,
echaba verbos que le prometían tanto
cómo le arrebataban su dignidad que yacía en pirinola.
 
Con el pico rugiendo, vacío de certezas, charchaleaba,
vacila, a hurtadillas en cada encrucijada.
Sin más ni más, ¡aja con que este era un bandido!
¿Lo mismo es punta que pico?, ¿y el güegüense qué diría?
el loro en la masa de su penumbra bajo la mirada
de un universo de plumas indiferentes le preguntaban:
¿Pelón pelado quién te peló?
¡Ni por todo el oro del mundo te acerques a él!
¡Cuidado con las sombras que engañan!
¡Ay, pero qué majes estos que no ven la verdad!
 
Aislado dentro de su jaula y una multitud que lo ignoraba,
saltando, cantaba, cantaba en una estaca de indiferencia,
sin dueño que le amparara ni voz que lo defendiera,
ni un dios ante quien elevar sus plegarias o rencores,
sus retahílas de locuras.
 
Avanza por un cosmos lloroso y áspero,
de barrotes grises, llovida por los muertos
y recordaba que existía un mundo
tejido de desprecio, golpes y dentelladas,
pero le decían: ¿Quieres más masa lorito?,
¡Habrá más desdén que reconocimiento!
de montañas desbordadas de ironías,
una odisea de persistencia y desesperanza.
 
Al alba lo he visto, ¡al pendejo ni Dios lo quiere!,
¡Qué destino el suyo, marcado por el olvido!
En cada palabra, un desafío a la quirina,
en cada aliento, un acto de rabia lo dejaba
en pirinola
hasta que la noche de pájaro se cerraba, inexorable,
y aún en su última voltereta de venado llena de soledades,
pringaba, picoteaba de sarcasmos…
Ivette Mendoza Fajardo

miércoles, 3 de julio de 2024

Enterrados con falanges que observan

 

De golpes y porrazos, enterrados con
falanges que observan y picados con guarón,
sollozan en las raíces de un momotombo de exhalaciones
y lienzos de maíz cocido; a veces, se les pasaba la mano,
imprimiendo los grafiteos de La Modelo
con ardientes estallidos de berrinches
en la presencia oceánica de la mota...
hasta dejar sus ojos como llenos de ronchas.
¿Hacerlos chingastes?
 
Al andar por los aguacates,
fijados en las tuzas alastes
de una peineta de desconsuelo,
sus miradas se atollarán como manoepunche
en las espumas de Corn Island,
entre cerrojos de chilates y anhelos de bejucos
que acarician los velos de la belleza
de ese confín,
en la lejanía acuática, mayate y pinto oscura...
 
Sus sienes, como la rencura de un perro mocho,
más feo que el mal ladrón de Masaya,
galoparán en un mosaico de piedras pómez
desde Piedras Quemadas
y encajes desentejados de eslabones,
donde tormentas de escalinatas hechas de güirilas
despertarán los pretiles nocturnos.
¿Quedarán como semáforos?
Con un lamento de mañosas despedidas,
¡se pegaron un susto!
En la distancia del Atlántico, en la distancia perpetua...
Salieron al ruido de los caites, embarajustadas.
Ivette Mendoza Fajardo
 

Naciendo torcidos, sin estrellas, los marañistas manantiales

 

Naciendo torcidos, sin estrellas, los marañistas manantiales
redefinen los alaridos inexplorados y se aferran
a llorar y llorar, echándose la vaca dentro de ellos.
¡No aguantaron el ácido! Andan de brinco en brinco
sobre las espaldas ocultas de la poesía, metiendo su
cuchara en esa arrechura sólida de existir,
de cuando en cuando, y a la zumba marumba,
en el chancleteado de piropos diminutos, armados
no de barro, sino de un olvido rehilado a leche burra—
¡fuego de maracas consumidas, como polvorón que susurra
sobre los silencios de quien, con un hartazgo entre los dedos,
emerge desde el fondo de Tiscapa, sombrío del espíritu!
 
¿Acaso es la vida un acto de achichiguar constante,
a pesar del oscuro cacaste de la noche,
como si todo—como si un chapulín de mala muerte, como si
gavilanes chirizos en llamaradas iluminaran las encrucijadas
de nuestras almas con nervios de acero?
¡Pero adelante, ah adelante, guacal del Toro Guaco!
Has puesto allí, lavando mis senderos desgastados,
los de siempre, los ya transitados con la morriña del mundo—
¿Hablarán ellos para desenredar camastros de dolor
en la desmuelada sonrisa de su tormenta colevaca?
¡Amanecidos ya con goma, con olor a níspero fermentado,
se hacen los ñoñecos, alegando tener calentura de pollo!
Ivette Mendoza Fajardo
Con dichos nicaragüenses

 

martes, 2 de julio de 2024

Con la blandura de mi alma

 

Con la blandura de mi alma,
la tristeza erigió su choza de paja y talalate,
campechanamente
extendiéndose por todos los ángulos de mi ser
como raíces en la tierra del maíz.
Pero la sombra, ¿no es acaso ella misma una prisionera?
en un arranque de locura,
en su zozobra, con su mano pachona,
decretó el descalabro, siendo más vieja que el pinol
acusaba a la tristeza de amelcocharse en
sus dominios con sigilo. ¿Saldrá jodida de razón?
¿No será este el eterno danzar de antiguas penas?
Quedando en un quedar, y metiendo su cuchara
para resolver un bochinche, en un acto herculino,
nombraron un testigo Masaya, huésped de mi pecho
quien ya amanecía siempre de luna,
el pobre corazón, en su danza del garañón,
con sus patas para arriba
no pudo pronunciar un dictamen deacachimba.
En su lugar, sin ni más ni más me sentenció a implorar,
deseando que tristeza y zozobra no cedan su espacio
a la radiante esperanza, ¡dijo aquí mando yo
y los tendré a mi lado, eternamente!
 
¡Oh, mi corazón obstinado, ve para arriba ve su barriga!
Bulliciosamente desmarimbó cualquier súplica, jayanamente
como acostumbra meter palos en las ruedas
¿y ahora qué, mete el miedo con no despachurrar su choza de talalate,
si oso hacerme la loca con su chiflado mandato? ¡Ay de mí!
Ivette Mendoza Fajardo

lunes, 1 de julio de 2024

Besos de fuego

 

¡Oh, amor, te brindo las tormentas de mis besos de fuego!
Arden delirantes en los rubíes salvajes de mi pasión,
mientras el mundo se convierte en un pañuelo bordado
con los colores vibrantes de mi tiara.

Llora un chigüín, llora hasta desfallecer,
en la lasitud de mis precipicios hambrientos,
donde una garúa despeina los días de vuelos,
transformándolos en malabarismos tejidos con huellas de pinol.

Lágrimas que se vuelven sacuanjoches,
explosiones bajo arcos de madroños en flor,
relámpagos que parten el hielo en el amor,
elixires sin memoria que desgarran el canto de los cenzontles.

Subidas que zarandean el retiro de las abejas,
y un coraje devorado que juega a ser pantomima,
mientras en una Managua desolada,
un corazón de helechos florece en la selva negra.

Ivette Mendoza Fajardo

domingo, 30 de junio de 2024

De un jicarazo se despabiló

 

De un jicarazo se despabiló
la otra mitad de nuestra existencia
en el ocaso carepalo vespertino,
sin transmutaciones enclenques de ron en pío quinto
ni milagros de perrerreques ni atolillos en la penumbra.
 
Desde la lejanía oímos a las guardatinajas del reproche,
y la carajada se nos reveló en susurros pinoleros,
así que le dimos la vuelta a la tortilla
y elegimos amarnos como dos tortolitos,
erigiendo una Asososca de deseos
en el epicentro del Momotombo, nuestra alcoba.
 
Dando un quiebro antes del alba,
andábamos a rienda suelta,
jugábamos a la rayuela sumisa infinita,
ofreciendo tamales malhechos como espíritu de contradicción,
mientras contemplábamos la ciudad desde el mirador
de Catarina.
 
Resolvimos enterrar aquellos amarres de caras asustadas
y brindar con una Toña por nuestro efímero noviazgo.
Ivette Mendoza Fajardo
Con jerga nicaragüense

Al comal y al pinolillo

 

Al comal y al pinolillo,
tejedores del júbilo en el cenit de la marimba,
concebidos al tacto de lo nica,
jeva del crepúsculo en llamarada,
encantadora de tu mirada más tuani,
¡tremenda, tremendísima!
 
Patebreque peregrino de trancas mudas,
noble canillera de mi ser entotorotado,
ritmo chiflado de alas chambonas,
repentino cacho quemado en el confín.
 
A todo mamón, sutil habitante de mis días,
te convoco con el descalabro de los justos,
del mandado ilícito,
para comunicarte la fatal vista hacia el icaco
de ser besuqueada en el aposento cordial
que ha sido tu santuario en mi atarantado corazón,
y que tus ojos han rechimado de sueños.
 
A mucha honra, te concedo hasta
mi último aliento de extremo a extremo
—que quede claro—
para acatar esta sentencia chocha,
de poder a poder, arrasaré mi pecho de
charrangachanga,
sin miramientos sabijondos, ¡cada loro en su
guanacaste!

Ivette Mendoza Fajardo
Con jerga nicaragüense

Sobre esta manta rígida

 

Sobre esta manta rígida se estrella
la timbuca sinfonía de las olas patulecas;
en la bruma labiosa que besa mi semblante,
se revelan las venas vaciadas
de un madroño desgastado,
el cachimbo de aromas del incienso bazuquero,
lejos de sus fervores y los plásticos retumbos
del milenio a borbotones.
 
A carta cabal, el confundido en su sofocado retiro,
oscila entre la confianza y la duda de esta runga, ¿qué nota?
la camellada de los buitres, a plena vista,
las estelas huesudas y vibrantes de su descosida caballada.
 
Desenrolla la lengua en tu mente de papel enloquecida,
desafiando a la arrogancia salina y jayana,
a diestra y siniestra, la sutil farsa de los océanos
que recogen el ocaso de las trampas torcidas,
la arrecha rectitud del primer desmadre anual.
 
Al intentar caminar sobre el texto sulfúreo,
descubro, frotando mis pies, joyas ahuevadas,
lunares enterrados en la arena.
Ivette Mendoza Fajardo

Con jerga nicaragüense 

sábado, 29 de junio de 2024

Pereque de tierra natal

 

Pereque de tierra natal, se temblequean
en el travesear de tufos desérticos,
de pulsos amocepados que apelmazan, azareados,
en las vetas del tiempo.
 
Bajo la mirada del bochinche,
la neblina andrajosa danza cañanbuca,
desmarimbando el despelote con las macanas
de sueños niquiriches.
 
En esta ciudad, pipiriciega de trampas,
para rebanar la onda de almas errantes,
se sulibeyan los berrinches de un venado
entre el vulgareo y el vocerrón.
 
El zopilote de un trueno trompudo, ebrio
de horizontes sin trancas desvanecidos de tereques,
susurra secretos al viento robacunas.
 
Esa hechicera mechuda lambisquea un hacha, desafiante,
para darle un bojazo a la ira dormida
de los peluches terrenales.
¡Oh, qué carambada!
 
Los cañanbucos, testigos de Masaya de antiguos ultrajes,
son ahora charamuscas de esta metrópolis
cuya esencia chiflada arde, feroz,
chimando coyundazo como el llanto silente de la Mocuana.
 
Bajo el metiche yugo de miradas que todo lo devoran
dentro del pocillo, nos volvemos a desencuevar
hacia los enzacatados de acero de la era moderna.
 
Hasta el cerco, un jugado de cegua
al asfalto motetero que corre por nuestras venas rebanó,
palmado donde nuestros ojos deben ser cuchillos
con tanta pinchería, más pinches que la opulencia
sobaqueado de la pizpireta tranquilidad.
Ivette Mendoza Fajardo

Con jerga nicaragüense 

jueves, 27 de junio de 2024

Martirizado, siniestro resquebrajado de amor

 

Martirizado, siniestro resquebrajado de amor,
una hebra de melancolía se retuerce, aclamando
el silencio de tanta perpendicularidad,
de tanta travesía mortecina,
fotografiando en su pesadez, escuálida,
la opinión de una luz
maravillosa, hospitalaria,
oscura y perenne en una mañana agitada
por paradojas de silbidos y pacas de clemencia.

La humareda calibra un dejo, un esternón roto,
lleno de suspensos, como una telenovela llorona.
Los sufribles vapores chorrean falanges
sobre ladrillos lesionados,
y aquellos vientres al céfiro doliente
visitan en compañía las pupilas juveniles.
Las maquilladas de becerros endulzan fuegos,
arrugas corteses;
la estepa militar de la llamarada.

Ivette Mendoza Fajardo