Centauro
diestro elude la muerte de libertad tangible
porque teme
a siete virgos naufragados literariamente,
invidente del
misterio empecinado a su caricia monda.
Oh máscara erótica
del soneto gimes en mi mano devorante,
alienada por
los dioses que explotó fragancia desde el cieno
de
escorpiones ingratos de esperanzas que deshoja cada
pétalo de
niño dormido; me duele el viento sosegado,
estruendoso
de admiración que por su terquedad ve
fervor en el
peral y su ilustre sentimiento animalesco.
Lamento por
los oídos, terror que sigue lirios de luces
milagrosas mas
no teme a su coraza desmedida y risueña;
maquinariamente
escabulle de su ala salvadora como de esas
mariposas absortas
que violentan su brindis triunfal,
desde el fondo
de sus tumbas se engolosinan en plenilunios
ante mi éxtasis
supremo; heridas de cenizas, inagotables
prosopopeyas
del amor derramado su magia fumívora.
Y a mí para
adueñarse de lo que quedó, un muslo romanista
como pasatiempo
pasteurizando mapachines en ovación;
a la misma
hora que extrañó Rimbaud su sombra filosófica
en el rito
de aclamar sílfides y estrellas deshilachadas.
Ivette Mendoza