Lo que raptó
mellizo de los ojos de panes aristados,
coleccionan
tigres con garras de zopilote ultramontano.
Daría yo que
puebla el diablo jorobado de cebras cortoplacistas
a la diestra
de hímenes poéticos.
En bancarrota
queda
la torre de
babel que rastreó papel puntiagudo sobre
las pupilas
de la falsedad llorando amén como mi único
temor cartográfico
que beatificó Káiser vitamínico.
Me enamoré
de la muerte de Lázaro que resucitó
dentro de
las mandolinas por atardeceres con sabor
a cigarros
chungos.
Vientos de
la felicidad infelices añadidos
a la bendición
de los murciélagos centrifugados como
astillas
haciendo su voluntad para ser el revuelo de los cirios
ante la piñata
de los cartujos que beben de los espejismos
mientras la
astuta caballeriza era anexa al periódico
de la
infidelidad.
Saltan los días
agresivos, viven chambones del destierro.
Marcan tus
pasos indeliberadamente, corre indefenso
el cuervo vistiendo
su traje de caracolas en un parto
de melodías,
gimen mis manos lunas con bastón
del
emperador como del teorema del Mar Muerto.
Así quiso el
veneno de la medusa, así amansé al
dragón jarocho
paleolítico de las orejas, respingón
de la
mollera, resignación pétrea y saltarina amor y
tributo del trompón
dentro de la palanca radioactiva.
Ivette Mendoza